Tegucigalpa, Honduras.- Cuando un niño deja de comer, se queja de dolor al tragar y aparece una fiebre que no termina de ceder, muchos padres tienden a atribuirlo a las amígdalas o a un resfriado común.
Días después, pequeñas ampollas en la boca o un sarpullido en sus manos y pies confirman que en realidad el niño enfrenta la enfermedad de mano-pie-boca.
Esta afección viral está causada por enterovirus —siendo el Coxsackievirus A16 el detonante más común— y aunque suele describirse como leve, su impacto real no está en la gravedad inicial, sino en cómo se maneja en casa y en la rapidez con la que se identifican señales de riesgo, explicó el médico general David Ávila.
El cuadro no siempre se presenta de forma clásica, puede iniciar con fiebre moderada, cansancio, irritabilidad o dolor de garganta, antes de que aparezcan las llagas.
“En los brotes recientes se ha observado que algunos niños, antes que se noten las lesiones, inician con rechazo total a líquidos y alimentos por dolor intenso en la cavidad oral”, señaló el experto.
Aquí se instala el error de creer que si no hay sarpullido evidente, no se trata de esta enfermedad. Otro fallo común es asociar la gravedad con la fiebre.
En realidad, la fiebre puede ser leve o incluso ausente, mientras el riesgo real avanza en silencio cuando el niño no se hidrata adecuadamente.
El entrevistado advirtió que el tratamiento no incluye antivirales ni antibióticos, su manejo es sintomático y exige paciencia y vigilancia.
Analgésicos y antipiréticos —indicados por un profesional— ayudan a controlar el malestar; la hidratación debe ofrecerse de forma constante, aunque sea en pequeñas cantidades; y la alimentación debe adaptarse a texturas blandas y frías, evitando todo lo que irrite las lesiones orales.
¿Cuándo debe preocuparse?
Si nota que su hijo presenta algunos de estos síntomas, es recomendable consultar con un profesional de la salud. Aunque la mayoría de los casos evolucionan de manera leve, la evaluación temprana ayuda a asegurar su bienestar y prevenir complicaciones.
- Fiebre persistente: Cuando supera los 38.5 °C o no cede con las medidas habituales, puede indicar una evolución desfavorable.
- Somnolencia: El sueño excesivo, la dificultad para despertar o la apatía pueden reflejar complicaciones mayores.
- Dolor de cabeza intenso: Si el malestar es continuo o incapacitante, requiere evaluación inmediata para descartar cuadros poco frecuentes.
- Vómitos constantes: La repetición de vómitos impide una hidratación adecuada y aumenta el riesgo de descompensación en poco tiempo.
- Debilidad: La dificultad para caminar, sostenerse o realizar actividades habituales es una señal de alerta que no debe ignorarse.
- Incapacidad para ingerir líquidos: El rechazo persistente a beber, incluso en pequeñas cantidades, es una de las causas más frecuentes de hospitalización en estos casos.
Prevención, la herramienta más poderosa ante la infección
- Lavado de manos frecuente: Mojar las manos y enjabonar palmas, dorsos, entre los dedos y uñas durante al menos 20 segundos antes de enjuagar reduce eficazmente la transmisión del virus.
- Desinfección de áreas comunes: Juguetes, mesas y superficies de uso compartido deben limpiarse a diario. El virus puede sobrevivir varias horas en estos espacios, facilitando el contagio indirecto.
- Cubrirse al toser o estornudar: Enseñar a los niños a toser o estornudar en el antebrazo o con pañuelos desechables reduce la dispersión de secreciones respiratorias.