Tegucigalpa, Honduras
A Fernando, Cristhian, Otoniel y Emilio lo único que les impedía ser familia es que no nacieron de los mismos padres, sin embargo, existía entre ellos un lazo fraterno tan fuerte como el de la sangre.
En medio de los barriletes, el trompo, las potras y las largas tertulias que al caer la tarde se formaban, todos ellos se crecieron en ese barrio alegre conocido como “Tierra Blanca”.
Hoy esas carcajadas nocturnas no se volverán a escuchar. Lo que se escucha es llanto.
Los cuatro personajes de esa historia perecieron la madrugada de este jueves en un fatal accidente automovilistico que se propició a inmediaciones de la colonia capitalina Hato de Enmedio.
De ese fatal episodio resultaron dos heridos más que fueron trasladados a la sala de emergencia del Hospital Escuela Universitario (HEU).
Cada uno de con una historia, cada uno con su inicio y su vida a puertas cerradas, sin embargo, el destino se encargó de que una errada decisión juvenil diera el mismo trágico final para los cuatro.
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La última charla
Los cuatro amigos se reunieron como todos los días a charlar.
La casa de Cristhian era el lugar perfecto para echar la “platicada”. Eran aproximadamente las 9:00 de la noche. En esta amena plática se encontraba Ronald, el quinto eslabón de esta cadena que hoy llora amargamente que sus “aleros”, como él los llama, ya no estén.
Hoy es él quien relata qué pasó y en qué momento las risas se convirtieron en gritos y llantos desgarradores.
“Nosotros estábamos allá arriba (fuera de la casa de Cristhian), estábamos platicando porque desde chavalitos nos llevábamos, estamos ahí tranquilos”. Ronald no contiene las lágrimas y esta vez ninguno de sus amigos está para darle una palmada y decirle “tranquilo brother”.
Relata que un sexto amigo, al cual se le conoce como Pablo, se sumó a la plática momentos después. Hoy, Pablo se debate entre la vida y la muerte en el hospital.
“Ibamos para Plaza, eran como las 10:25 de la noche y de ahí íbamos seis en el carro, Pablo iba manejando, ya por la carpa, por el túmulo, sentí un sube y baja y el carro se coleó y se estrelló, Pablo lo quiso maniobrar y no pudo, después se escuchó el estruendo”, dijo.
Relata que en medio del insoportable dolor intentó salirse del auto, gritó a sus amigos para que salieran del auto pero a ellos la vida se les había esfumado.
“Cuando saqué los brazos por la ventanilla, dos mujeres me sacaron, todo pasó rápido, de aquí al accidente pasaron unos dos o tres minutos”.
Ronald no deja de llorar, sus amigos no están con él. Ronald puede contar la historia por obra de Dios y porque era el único que llevaba puesto el cinturón de seguridad.
“Si andábamos alcoholizados, íbamos a comprar una botella de ron, se terminó la botella y ajustamos para la otra, quisiera regresar el tiempo pero ya no puedo, mis amigos ya no están”. El llanto ya no le permite seguir hablando.
Adiós Fernando
La escena es desgarradora. La entrada de la casa de Fernando Lazo está abarrotada, su hermana se desgarra del dolor y su madre no tiene fuerzas ni para llorar y solo suspira viendo su féretro.
El era un joven de apenas 20 años que tenía una vida normal, una vida de la que ya solo queda el recuerdo.
“Mi hijo era especial, era bromista a todos nos hacía reír, pero como joven tenía sus cosas y a veces a los padres no nos hacen caso, hoy ya no está mi muchacho”, dijo su padre don Héctor Lazo.
Sentada en una piedra, frente a su hogar, una hermosa joven de 17 años llora por la pérdida del amor de su vida, toca su vientre y sabe que su pequeño nunca escuchará la voz de su alegre padre.
Sus hermanas le dicen adiós y la gente que rodea su hogar no puede creer que hoy ese barrio tranquilo llore a cuatro de sus más queridos habitantes.
Fernando ya no está y sólo queda pedir que el bebito que viene en camino traiga la esencia de lo que su padre fue.
Cristhian: “30 minutos más”
Con 19 años, Cristhian Aguilar sabía todo sobre carros, era un joven dinámico y con muchos sueños por cumplir.
Su madre Lilian Núñez no puede creer que lo último que su hijo le pidió fue media hora más para compartir con sus amigos.
“Todos ellos estaban aquí afuera de la casa, desde niños ellos se han llevado, si aquí todos los quieren, yo salí a las 9:00 de la noche a decirle que se metiera, el solo me dijo: ‘mami, deme 30 minutos más y me meto’, despues me metí y ya no lo pude ver a mi niño”.
Menciona que, según lo que ella sabe, a eso de las 10:00 pm el amigo conocido como Pablo llegó en el carro a recogerlos.
Dado que ella no le otorgó el permiso a Cristhian para salir, se sabe que movieron el carro apagado, para que el ruido no la despertara.
“El nunca me mentía, si me decía que a tal hora iba a llegar o a entrar, a esa hora entraba, por eso me confié y me dormí, la hermana de el entró a su cuarto (de Cristhian) y lo miró, pero no era él el que estaba acostado, era el hermanito”, dijo la angustiada madre.
Hoy su madre lo enterrará en horas de la tarde, y la parrilla de su casa ya no se encenderá para que los amigos realicen sus respectivas “carneadas de todos los viernes”.
Una plegaria para Otoniel
Doña Gloria atiza el fuego de su cocina, unas astillas de madera son suficientes para que el café hierva, los invitados no deben esperar, hay tres velorios más que visitar.
Su cocina es la sala velatoria de su muchacho, Otoniel Chávez de 17 años.
“Míreme, así queda uno pero que se va a hacer, mi muchacho se me fue, se me fue el niño de la casa, él se fue a platicar y lo que se es que llegó Pablo a traerlos, solo para que se murieran”, dijo la señora.
Expresa con mucho pesar que a eso de las 8:30 de la noche le pidió a Otoniel que entrara para que fuera a descansar, él se negó.
“Yo me dormí creyendo que se iba a meter temprano, pero a las 12:00 de la noche me vinieron a avisar, no sé ni como lo voy a enterrar a mi muchacho pero Dios no nos dejará de la mano”, solloza la noble mujer que contempla al fruto de su vientre, pálido en ese ataúd.
Descansa en paz, Emilio
La fiesta acababa de terminar, la nena de la casa cumplió 15 años y eso se celebró.
Emilio Flores salió a compartir su alegría y horas más tarde todo fue dolor. Con 24 años, el joven perdió la vida y su abuela doña Mariana Flores trata de resignarse a su partida.
“Mi Dios me lo dio, mi Dios me lo quitó, él está en el cielo y un día yo voy a estar con él, sus hermanos no se resignan y su mamá está en España, no lo podrá ver por última vez”, dijo la noble señora.
“El era un muchacho bueno, todos los querían, era alegre, bromista, él jugaba con todos, lastimosamente estas cosas pasan y es duro”, dice su padre Edy Montes.
La muerte salió de noche, pis? el acelerador y ellos fueron los alcanzados.
Hoy cuatro plegarias llevan sus nombres, sus ataúdes descenderán y solo quedará el recuerdo de que allá, en esa esquina, un día cuatro amigos reían y bromeaban, hoy el grupo está incompleto. Hasta siempre,”cipotes”.