Es innegable que el escritor aborda temas que son objeto de atención en la sociedad (el incesto, travestismo, homosexualidad, aborto, locura y a hasta el VIH). Esto no justifica, sin embargo, las bondadosas palabras de aliento que lesionan el buen gusto en la contraportada: “…algunos (de estos) textos perdurarán al lado de la mejor literatura que se escribe actualmente en Honduras”.
Si algo caracteriza los cortos relatos de “Formas efímeras” es el predominio de una narración anecdótica, ingenua y evasiva de la literatura, el empleo de artificios que a veces construyen verdaderos acertijos y una sintaxis que nos recuerda todas las deudas que el sistema educativo tiene con nuestra juventud. Desgraciadamente, casi todo lo demás es olvidable en este libro.
Adiós al buen gusto
Empecemos por lo más simple. El diseño del libro está pensado para confundir al lector, o al menos fue perpetrado por un diseñador confundido. Espacios innecesarios entre un relato y otro, caprichosos signos de puntuación agrandados y esparcidos en inexplicables páginas en blanco, cuentos enteros (“Bucle infinito”, pág. 61) cuyo formato accidental los hace parecer como simples epígrafes y una portada inescrutable en la que hasta el nombre del escritor se pierde, todo esto hace que leer este texto bien pueda figurar como uno de los trabajos de Hércules.
Tres ilustraciones acompañan los relatos (existe, sin embargo, la presencia de algunas formas que es difícil clasificar como ilustraciones a pesar de que esa parece ser su aspiración) y todas comparten una característica sui géneris: ninguna se relaciona con la narración.
Intentos de ruptura
Pensemos en la “Tragedia”. En este cuento y en varios otros el autor propone una interacción con sus personajes en la que estos son rebeldes y él impotente para controlarlos. La idea de desmontar la historia haciéndonos evidentes sus piezas es interesante, aunque no original. Sería efectiva como artificio literario si al autor alcanzara a construir una narración que no terminara en el comentario cursi o en el cliché más anodino.
Más trágica aun es la epidemia de construcciones sintácticas cuyos elementos están relacionados de tal forma que son verdaderos atentados terroristas contra el pensamiento lógico. Enunciados como “A mí me despertó un extraño chillido, el único y extraño sonido que jamás percibí” (pág. 25) y “Estaba sin ningún exalto” (pág. 35) bien podrían convertir este libro en una innovadora forma de la tortura.
Previendo heridas en alguna susceptibilidad por la implacable exposición de defectos en que se convirtió esta reseña, en mi defensa sólo puedo decir que acabo de terminar de leer “Formas efímeras”. Esta proeza debe darme algún derecho.