Crímenes

Grandes Crímenes: La muerta viva

Está claro que el delito no paga
09.01.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

DINERO. Estela tenía mucho dinero. Lo había ganado en años de duro trabajo. Empezó viajando de feria en feria, de Guatemala a Nicaragua, y Dios la bendijo multiplicando el fruto de sus esfuerzos. Llegó a tener varias casas, carros, camiones y tiendas, pero Estela no era feliz del todo. Estaba sola. Había trabajado tanto, que se le olvidó que tenía una vida qué vivir y esto la entristeció. Sin embargo, un día de tantos, conoció a Marcos, un muchacho alegre, varonil y trabajador, “unos cuantos años menor que ella”. Pero como el amor no tiene edades ni se fija en tiempos, Estela se enamoró y Marcos le demostró que la amaba por sobre todas las cosas.

“Debés descansar -le dijo Marcos, después de la boda-; vámonos para Nicaragua, te va a gustar mi país; allá ponemos un negocio grande y vos solo lo vas a dirigir. Vas a vivir tranquila, como una reina, y yo voy a ayudarte siempre”.

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Y Estela, enamorada como estaba, se fue a vivir a Nicaragua.

Dejó la administración de sus negocios en Guatemala a su hermano mayor y se llevó dos camionetas con ella y un seguro de vida de quinientos mil dólares.

Lo tenía desde hacía un año, más o menos, después de que se accidentara en uno de sus viajes a Honduras. Su familia le dijo que mejor tomara un seguro de vida, porque de tanto andar viajando estaba siempre en peligro, y lo mejor era que se asegurara. Y Estela se aseguró.

En Nicaragua todo empezó bien. Marcos viajaba para comprar y vender mercadería y dejaba sola a su esposa por algunos días. No es que no la amara, es que el trabajo separa temporalmente a las personas, pero solo físicamente, porque los espíritus de los enamorados están siempre juntos, unidos para siempre, como debe de ser.

PAZ

Muchas cosas habían cambiado para Estela. Ahora tenía paz, los negocios iban bien y se estaba dedicando a concebir, porque nada hay más sublime para la mujer que ser madre y ella deseaba darle un hijo al amor de su vida. Sin embargo, por más y más que trataba, no quedaba embarazada. Algo malo pasaba con ella. Tal vez porque ya tenía cuarenta y dos años y la edad reducía sus posibilidades… Porque Marcos eran tan joven, tan viril, tan… tan… Ni pensar que él pudiera ser estéril.

“No te preocupés -le dijo Marcos, comprensivo-; ya tendremos un hijo cuando Dios lo quiera”.

“Pero es que está pasando el tiempo…”

“No importa. Sara, la de la Biblia, tuvo un hijo ya muy anciana… Ya vamos a tener un niño, dos, tres… Todos los que vos querrás”.

Marcos era el hombre perfecto. ¿Por qué Dios no lo había puesto antes en su camino? ¡Es que son tan extraños los designios de Dios!

VINO

Marcos tuvo que viajar una vez más. La mercadería llegaba a Puerto Cortés, en Honduras, y debía venir por ella, sencillamente, porque al ojo del amo engorda el ganado. Y dejó su casa, su esposa y muchas instrucciones para que la cuidaran. Y sus hermanos, tres varones y una mujer, le obedecían en todo y se esmeraban por cuidar a Estela.

Una tarde, llegaron a su casa con una botella de vino de banano.

“Queremos celebrar que hoy es hoy, cuñada, y venimos para celebrar con usted, que hace tan feliz a Marcos, y por lo que nosotros la queremos mucho, y mucho le agradecemos”.

Estela, alegre de tener compañía que la quisiera, aceptó beber una copa. Su cuñada sirvió cinco. Levantaron las copas y brindaron porque Estela pronto fuera mamá. Estela sonrió, se tomó el vino casi sin respirar y no se dio cuenta de que sus cuñados ni siquiera lo habían probado. Sus copas estaban llenas y llenas se quedaron en la mesa del comedor, mientras ella se desvanecía a causa de un extraño y repentino sueño.

Se adormeció, cayó en una silla, mal sentada, y escuchó voces, las que se hacían inentendibles por ratos.

“Ya está, hermano -escuchó que decía su cuñada-; ya se durmió. Se tomó el vino de una sola vez y le hizo efecto rápido”.

Minutos después, escuchó una voz que reconoció en el acto.

“Ahora solo nos queda matarla. Ya ven que todo está saliendo bien. Yo se los dije. Esta vieja está forrada en plata y yo, como esposo que soy, voy a heredar sus millones, empezando por los quinientos mil dólares del seguro de vida. Y todo lo voy a compartir con ustedes, para que salgamos todos de la miseria en que nos dejaron nuestros padres”.

“¿Qué vamos a hacer?”

“Amarrarla de pies y manos, ponerle cinta adhesiva en la boca para que no grite, por si se le ocurre despertarse, y la vamos a ir a tirar al río. Ya tengo un amigo de la Policía que va a certificar que murió ahogada y un médico que va a decir que autorizó que la enterraran allí donde encontraron su cuerpo porque ya estaba podrido. ¿Ven que su hermano ha pensado en todo? Y cuando tenga en las manos los papeles que certifiquen su muerte, vamos a ir al banco para cobrar el seguro y para que pongan las cuentas de esta vieja fea a mi nombre. Y cada uno de ustedes va a tener su parte”.

“¿Y qué vas a hacer con esta tienda?”

“Se la vamos a dejar a mi hermanita, para que haga billete”.

“¿Y la hacienda?”

“Esa es de Jorge; la finca de café es de Ulises y los camiones, que son quince, son de Martín. Yo me quedo con la mayor parte del dinero porque quiero viajar con una chavalita que conocí en Guate y que me ha estado esperando todo este tiempo que he estado enredado con esta anciana”.

“Bueno, bueno; mucho hablar. Llevémonos esta ruca de aquí”.

Y, entre los cuatro varones, la subieron a una camioneta, de las mismas que ella había traído desde Guatemala, y que ahora estaban a nombre de su esposo.

“Todo lo mío es tuyo, mi amor. Si algo me pasara, que Dios no lo quiera, todo te va a quedar a vos; incluso lo que tengo en Guatemala y Honduras, menos una parte que es para mis hermanos”.

“Nada te va a pasar y nos vamos a morir de viejos, juntos, y disfrutando la vida”.

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EL RÍO

Era invierno. El río Coco estaba en su mayor caudal y hasta allí llevaron a Estela sus asesinos. Ella, medio adormecida, escuchaba y se desesperaba por despertar, por gritar pidiendo ayuda y por creer que todo aquello era solo una pesadilla. Marcos, su Marcos, no podía hacerle eso. Él la amaba y ella lo adoraba más que a su propia vida.

Pero la realidad, que no se equivoca, no iba a cambiar solo porque ella lo deseara. Llegaron a la orilla del río, en una parte solitaria, y la lanzaron al agua.

“Allí se va a ahogar -dijo Marcos-, y nosotros vamos a esperar tres días. Cuando encuentren su cuerpo podrido y comido por los animales vamos a traer al forense y a mi amigo el policía y vamos a recibir los papeles legales para que el banco nos entregue todo lo que tenía esta vieja”.

¡Y así fue!

BANCO

Una mañana, el gerente legal del banco saludó a Marcos con tristeza, dándole el pésame por la muerte de su esposa, que había sido de sus mejores clientes.

“¿Cómo va el trámite del pago del seguro?” -le preguntó Marcos.

“En la tarde todo estará listo, don Marcos. Ya le estamos haciendo su pago por quinientos mil dólares y solo falta que venga usted en la tarde, como a eso de las tres, para que firme en las cuentas de su finada esposa; así, todo quedará a su nombre”.

“Muchas gracias”.

Marcos salió del banco. Lo esperaban sus hermanos en la casa, con un buen almuerzo.

“En la tarde seremos ricos -les dijo-; más ricos de lo que pudimos haber imaginado. Esa vieja tenía plata hasta para tirar para arriba”.

LAS TRES

Marcos tenía una virtud: siempre era puntual. Nunca se tardaba para llegar a sus citas. A las tres en punto, cruzó la puerta del banco.

“Me está esperando el gerente legal” -le dijo a la secretaria.

“Sí, don Marcos; pase, por favor”.

Y Marcos, con el corazón feliz, la frente en alto y los ojos brillantes, entró a la oficina del gerente legal del banco. Pero este no estaba solo. Estaban con él tres policías y una mujer de aspecto triste, pero de buen ver todavía. Llevaba una venda alrededor de un dedo y vio a Marcos con ojos llenos de dolor y de ira.

“¡Estela! -gritó Marcos-. ¡Pero no puede ser! ¡Esta mujer se parece a Estela, mi esposa muerta!”

“Pues, se equivoca usted, don Marcos -le dijo el gerente-. Esta mujer es Estela, su esposa”.

“Cuando me bebí el vino lo escuché todo -dijo Estela, tomando la palabra a una indicación del oficial de Policía que la acompañaba-; solo me adormecí; te escuché cuando hablabas con tus hermanos y sentí todo lo que hicieron cuando me fueron a tirar al río para que me ahogara allí. Todo lo tenías bien planificado. También oí lo que dijiste de la chavalita que te estaba esperando en Guate… Pero cuando me tiraste al río, también me salvaste la vida porque el agua helada me despertó, y como pude me quité los lazos con los que me amarraste, y tanta fuerza hice para liberarme, que hasta me arranque una uña. Y salí a la orilla, donde me encontraron unos hombres en una finca de café. Les conté lo que me había pasado y me llevaron a la Policía. Creo que todo te salió mal y ahora vas a tener que pagar tu maldad con tu libertad y con la de tus hermanos. Yo no te acuso de nada. Es la ley de tu país la que te acusa. Y lo mismo va a hacer con el médico que te ayudó, y con el mal policía que hizo creer que habían encontrado mi cuerpo y que lo habían enterrado porque ya estaba podrido. ¡Que Dios te perdone, Marcos. Que Dios te perdone”.

Está claro que la ambición rompe el saco, y hasta los pantalones.

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