Honduras

Honduras también tiene sus favelas y están provocando éxodo

EL HERALDO entró a las zonas más peligrosas de la ciudad, donde centenares de capitalinos han huido de las pandillas que se apropiaron de sus casas.

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07.04.2014

NOTA DE REDACCIÓN

Por sus calles se pasean la criminalidad, la pobreza y el abandono, todos cubiertos por un manto de impunidad, pero dominadas por el crimen organizado.

Son el espejo donde se reflejan las favelas de Río de Janeiro, en Brasil. La Unidad Investigativa de EL HERALDO estuvo en las entrañas de estos sitios que evidencian los vestigios de lo que una vez fueron decenas de hogares.

Conozca en esta entrega la impactante crónica de la experiencia vivida por el equipo periodístico que fue resguardado por militares y policías del Distrito Metropolitano 3.

SERIE 1/2

Hay escombros por todos lados. Parecen secuelas del paso feroz de un tifón que tiró todo abajo.

En un barranco colonizado por la pobreza, por la delincuencia y por la ingobernabilidad, decenas de casas ahora son simples vestigios, inmuebles desocupados o refugios de pandilleros durante la noche.

Todo se conjuga en el clon casi perfecto de las favelas de Río de Janeiro, en Brasil, sitios en los que la carencia de servicios básicos, significativas condiciones de pobreza y alta inseguridad por la presencia del crimen organizado los vuelven zonas indómitas.

En estas especies de favelas catrachas, los criminales impusieron su ley y obligaron a sus dueños a salirse so pena de acribillarlos. En Honduras un ejemplo de estas favelas es “El Hoyo”, o al menos así se le llama a un cañón u hondonada dentro de la colonia Peña por Bajo de Comayagüela atestada de casas desde su punto bajo hasta el copete, lo que las vuelve más similares a esos cinturones de miseria en Brasil.

EL HERALDO, junto a 200 elementos de la Policía Nacional y soldados de las Fuerzas Armadas, hizo un recorrido por este sitio dominado por la Mara 18 para atestiguar las consecuencias de este fenómeno criminal que crece como un cáncer y que progresa a estado de metástasis.

El pelotón, raudo, caminó hacia el conflictivo sitio para hacer una inspección de los domicilios -o de lo que queda de ellos- para verificar que no estén ocupadas por pandilleros, por lo menos cuando el sol alumbra. “El Hoyo”, en donde viven unas 10 mil personas, es un mar de casas apretujadas con callejuelas de tierra o embadurnadas con concreto que se descascara. Esas arterias se extienden de forma intrincada como pasos de laberintos.

Abandono

Según autoridades del Distrito Metropolitano 3, que tiene jurisdicción en la colonia Peña por Bajo , en ese lugar hay 34 casas cuyos dueños terminaron huyendo por presión de los malvivientes. Algunas moradas abandonadas desentonaban con el paisaje de pobreza que predomina, pudieron ser la envidia de cualquier colonia de clase media. Son de dos niveles, cuatro cuartos, terraza, área de estacionamiento.

Un dueño de una de estas casas, cuyo valor según la Policía puede rondar el millón y medio de lempiras, se fue porque sobre él pesaba casi una sentencia de muerte porque se había opuesto a seguir pagando extorsión o “impuesto de guerra” y pidió auxilio de las autoridades para que lo sacaran. La Policía Nacional atendió su llamado y aprovechando una noche incógnita huyó con rumbo desconocido con la custodia de los uniformados. La intención del desocupado era entregar su casa para que funcionara como una posta policial, pero los pandilleros tenían otros planes y a punta de almádana la destruyeron. “El dueño salió en la noche y al día siguiente los pandilleros tiraron paredes y la dejaron inhabitable”, relató un oficial de policía. Esa ha sido una estrategia de los pandilleros, el destruir casas que antes ocupaban a la fuerza para que no haya estación policial y así garantizar su gobierno de terror.

Lo mismo pasó con un edificio de apartamentos de dos pisos de ocho cubículos al que se le arrancaron todas las puertas y ventanas y la pared frontal.

Como recuerdo del pasado donde habían familias conviviendo en el edificio queda un cuadro con un horario de aseo, una figura de un cerdo y un mensaje en el que se exhortaba a los moradores “dejar agua para el servicio sanitario” los domingos.

Uno de los baños del nivel superior ha sido utilizado como improvisada casamata por los pandilleros para atacar.

“Desde la ventana se ponen acá para tener visión y poder disparar”, dice uno de los policías haciendo el ademán con su rifle de reglamento.

Frente a esta maltrecha obra queda otra casa que parece era de otra familia de “abolengo” entre la pobrería por algunos retoques de lujo. La fachada de la vivienda está recubierta de ladrillos rectangulares de cerámica color café y en la parte superior, el exterior está formando con ladrillo planchado.

Pero igual no hay puertas ni ventanas y las paredes están resquebrajadas. Simplemente es un cajón de concreto abandonado.

El escenario más dramático se ve en rastros de lo que fueron casas. Los pandilleros optaron por destruir una media docena de inmuebles y apenas dejaron un par de pilotes de pie. El piso de uno de los hogares quedó lleno de ladrillo y basura y en una esquina se divisa una pequeña cisterna que se salvó de la furia de los pandilleros.

Está a la vista, es evidente la migración obligada de centenares de personas que salen de sus casas por presión de los pandilleros, pero la autoridad no conoce la cantidad de inmuebles que han sido abandonados por esta situación en el Distrito Central.

EL HERALDO consultó en los Distritos Metropolitanos 2 y 3 de la capital si manejaban estadísticas sobre la huida de familias de sus hogares producto de presiones de los facinerosos, pero sus jefes dijeron no tener ese dato.

Igualmente, no hay cifras al respecto en el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos ni en el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras.

Se indagó en la Alcaldía del Distrito Central si manejaban números de contribuyentes que dejaron de pagar impuestos de bienes inmuebles porque dejaron sus casas por miedo, pero tampoco hay información.

Marcan territorio

Durante el operativo en El Hoyo, los efectivos iban en columnas en busca de casas marcadas con el símbolo de la paz, un círculo con cuatro líneas en su interior, que se dibujaron en cada hogar que estaba en poder de pandilleros y ahora están desoladas.

Se decidió imponer estos sellos y leyendas para mensaje de presencia de la autoridad en estos sitios.

Los efectivos volvían a remarcar esas impresiones con spray con plantillas con la leyenda “soldados y policías por la paz” sobre las otras que ya estaban colocadas, principalmente sobre el número “18”.

Ingreso

Estratégicamente, se apostaban en el entorno del inmueble con sus armas listas para disparar en caso de un ataque, y un oficial llegaba a tocar la puerta y advertía: “¡Somos la Policía! ¿Hay alguien viviendo en esta casa?”.

Pasaban los segundos, nadie contestaba luego, se daba la orden de “¡entren!”. Los elementos salían disparados al interior de las casas a revisar cuarto por cuarto, pasillo por pasillo. En otras casas ya había inquilinos que acreditaban ser dueños o personas que alquilaban.

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