Tegucigalpa, Honduras.- La adolescencia, como es bien sabido, representa una etapa de intensos cambios emocionales, físicos y sociales. Y en medio de este proceso, tener que enfrentarse a la muerte de un ser amado supone un desafío aún mayor: el joven debe transitar un dolor profundo al mismo tiempo que intenta definir su identidad, su lugar en el mundo y sus vínculos afectivos.
El duelo en esta etapa no solo se vive de manera distinta a la infancia o a la adultez, sino que también puede marcar el desarrollo emocional a largo plazo. Porque sí, cada adolescente procesa la pérdida de manera única; algunos muestran tristeza abierta, mientras otros prefieren aislarse o expresan su dolor a través de enojo, rebeldía o desinterés.
La psicóloga y terapeuta Diana Nicole Lozano explica que atravesar un duelo en la adolescencia difiere de otras etapas de la vida: “En la niñez, por ejemplo, el pensamiento abstracto aún no está desarrollado y en ocasiones el duelo se percibe como algo pasajero o se vive desde lo lúdico", contextualiza.
"En la adolescencia, en cambio, la pérdida suele expresarse desde un apego evitativo, con irritabilidad hacia los vivos, búsqueda de culpables y conductas rebeldes más que desde la verbalización del dolor. Sus pares, es decir, los amigos del doliente, pasan a ser su vínculo de confianza y comprensión”.
De ahí que lo que a simple vista puede interpretarse como rebeldía, muchas veces sea la forma en que el adolescente procesa la pérdida.
Lozano detalla que son comunes “los cambios bruscos de humor, el retraimiento social, la caída en el rendimiento escolar, expresiones de enojo contra figuras de autoridad e incluso el uso del humor negro o bromas sobre la muerte. También pueden aparecer conductas de riesgo como salidas excesivas o consumos inapropiados”, menciona.
Acompañar a un joven en duelo no implica encontrar las palabras perfectas ni intentar darle explicaciones absolutas sobre la vida y la muerte. Lo más valioso es la presencia: estar disponibles, escuchar sin juzgar, permitir que expresen su dolor en sus propios tiempos y reconocer la legitimidad de lo que sienten.
Forzarlos a “superar rápido” la pérdida, o restar importancia a su dolor, solo incrementa la incomprensión y la soledad.
Por supuesto, el entorno adulto cumple un papel esencial. Padres, madres, familiares y docentes pueden convertirse en un sostén al validar las emociones, ofrecer espacios de conversación y mantener rutinas que brinden seguridad.
El duelo en la adolescencia no se “cura” con consejos rápidos, sino con acompañamiento genuino y con la certeza de que, aunque el dolor es inevitable, no tendrán que enfrentarlo solos.
Aprenda a ser un soporte valioso
El duelo no desaparece de un día para otro; más bien, se transforma. Aquí algunas claves para acompañar a un adolescente en su proceso.
Escuchar más que hablar. Bríndeles un espacio donde puedan expresarse sin interrupciones, sin prisa y sin necesidad de dar respuestas inmediatas.
Validar sus emociones. Hágales saber que no hay sentimientos “incorrectos” en el duelo; tristeza, enojo, confusión o silencio son reacciones naturales.
Respete los tiempos. Cada joven tiene su propio ritmo para asimilar la pérdida. Evite presionarlos con frases como “tienes que ser fuerte”.
Cercanía respetuosa. Estar presentes, disponibles y atentos, pero sin forzar conversaciones o imponer compañía cuando mas bien necesitan espacio.
Rutinas estables. La continuidad en actividades escolares, recreativas o familiares brinda seguridad en medio del caos.
Casos particulares. Recuerde que, aunque el duelo es un proceso natural, en algunos casos se requiere apoyo profesional.
Detalles de alerta. Si el adolescente presenta aislamiento extremo, cambios drásticos de conducta o conductas de riesgo, un terapeuta es preciso.