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René Pauck: 'Hasta a la Contra me fui a meter con mi cámara'

El “francés más hondureño” fue a la guerra, es peluquero y documentalista autodidacta. Su historia es imperdible
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01.12.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Perfumado cada artículo que de su boca sale, cuando René Pauck desmigaja la pronunciación de su nombre parece un francés de ocho décadas que nunca abandonó Nancy: “Gené” por René; “Kamí” por Camille, “Pok” por Pauck y “Ondró” por Andault. Se escucha así, como si se estuviera comiendo un delicioso croissant frente a la Place de la Bourse en Burdeos...

Es documentalista autodidacta pero en la película de su vida el guión desborda los renglones de la incredulidad: sus oídos escucharon el impacto de algún bombazo de la Segunda Guerra Mundial; miró sus primeras películas en un proyector de 16 milímetros; aprendió el oficio de la peluquería; se enlistó en el ejército y lo mandaron a la batalla y al otro lado del Atlántico encontró al amor de su vida.

“Soy el francés más hondureño” se hincha los pulmones de orgullo el director de la cinemateca de la Universidad Nacional, un parto natural suyo toda vez que “un día decidí que Honduras recuperara su acervo audiovisual”.

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Cuerpo endeble pero coqueto, de su cara se escapan muchas sonrisas por esos surcos de memoria intacta que recuerdan aquellos años cuando la única condición de mamá Louisiane para escuchar su canción favorita en la radio local era que se portara bien. ¡Casi nada! “Mi mamá tenía una sala de belleza en Nancy, la ciudad donde nacimos y en donde recuerdo momentos difíciles también, como cuando íbamos en bicicleta con ella, mi hermana Chantal adelante, yo atrás, y de repente el estruendo de un bombazo”.

Se subieron a una esquirla y ya sin papá Camille (divorcio) se trasladan al suroeste francés, a la región de Burdeos, la “cité du vin” (la “ciudad del vino”). Alguien desde atrás gritó luz, cámara y ¡acción!...

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En su época de galán de cine, trabajando en un corto en una de las montañas de Honduras. Foto: Cortesía/El Heraldo

En su época de galán de cine, trabajando en un corto en una de las montañas de Honduras. Foto: Cortesía/El Heraldo

Burdeos

Al final de la Segunda Guerra Mundial nos trasladamos a Burdeos, que fue la ciudad de mis primeros amores. Ahí también empecé a hacer cine cuando compré mi primera cámara fotográfica, que todavía la tengo acá conmigo.

El amor de 'enfant!'

En la parroquia del pueblo había un señor que hacía cine y yo me le pegué, me fascinaba lo que hacía. Ahí me agarró la pasión, además que ese señor era el papá de mi amor de juventud... ja, ja, ja... Annie, un amor platónico, tierno.

En una fiesta patronal la miré sin uniforme escolar... fue un descubrimiento y me enamoré locamente. Hablábamos, la visitaba pero nunca fuimos novios... de todos modos fue un momento privilegiado de mi adolescencia ya que fue la revelación del amor, de la sensibilidad, de esa pasión.


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¿Ahí en Burdeos miró la primera película de su vida?

La primera película que miré fue “El salario del miedo” (“Le salaire de la peur”) en un cine de Mézin, una ciudad ubicada a unos pocos kilómetros del pueblito donde pasaba el mayor tiempo de mis vacaciones. Esa película me fascinó.

Luego recuerdo que junto a mi hermana Chantal nos íbamos a ver películas de wéstern con unos señores que jalaban un proyector de 16 milímetros en un camión... al día siguiente andaba jugando con la pistola de lado... ja, ja, ja...



Y de repente un día llegó el llamado militar...

Yo trabajaba en la peluquería con mi mamá hasta que me llevó el “Armée de terre” (ejército terrestre de Francia) y en 1960, cuando tenía 20 años, me tocó ir a defender a mi país a la guerra con Argelia. Yo era pequeño pero muy fuerte, corría muy rápido y aparte de los entrenamientos físicos, las falsas campañas y todas esas cosas, me entrenaron en las técnicas del código morse.

Digamos que no me gustó pero tampoco me disgustó. Había salido de los brazos de mamá y ahí te haces machón. No se me va a olvidar ese viaje en “bateau” (barco) de Marsella a Argel... tenía la impresión que íbamos a la muerte.

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La chispa adecuada...

Don René se atreve a peinar con su mano un mechón plateado que insiste en salirse del redil. No quiere desconcentrarse y apenas tose una vez, culpa del aire acondicionado que debe estar encendido para que las cintas no se dañen...

Se le nota firme como un viejo roble. Sus palabras parecen las de un adolescente. Y nada le quita la tranquilidad. A menos que sea una producción de mala calidad: “Si a los 15 minutos no me gusta una película me salgo del cine; no soporto ver mal cine”, cuenta.



Después de la guerra se reintegra a la peluquería, se va a Canadá y entonces...

Me caso en Francia y nos vamos a vivir a Quebec. Ahí también teníamos un salón de belleza que un día se incendió.

Esa chispa fue lo que me llevó a encontrar el contacto con Honduras: el hijo de una clienta trabajaba en Honduras con Cáritas Internacional y me dijo que había una chance de ir como voluntario por un año... lo demás es historia.

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El peso de la cámara en su espalda -asegura- le ha pasado factura. Foto: Cortesía/El Heraldo

El peso de la cámara en su espalda -asegura- le ha pasado factura. Foto: Cortesía/El Heraldo


¿Y su esposa?

La pareja iba mal, me fui a Honduras para ver si se arreglaba la cosa, no pasó y a los 33 años mi vida tomó otro rumbo.



1973, año clave en el destino de su vida, ¿no?

Llego a Honduras sin hablar una sola palabra de español. Conozco a Olguita y luego el huracán Fifí transforma toda nuestra vida en ese momento, decidimos casarnos y empezar una nueva aventura.



¿Cómo la conoció a ella, señor extranjero?

Del trabajo nos llevaron a una boda en San Marcos de Colón de una persona amiga de Olguita, que recién regresaba de México en donde se formó como educadora especial. Ella es la fundadora del instituto Juana Lecrerc. Nos vimos, no pasó nada pero a los meses nos miramos en la calle y ella me saludó con mi nombre...

Entonces la hermana de Olguita, que trabajaba en Cáritas conmigo, me invitó a comer a su casa y Olguita también llegó. Terminamos de hablar a las 4:00 de la tarde... ja, ja, ja. Me gustó, luego me pidió que le ayudara con un pequeño corto del colegio y ahí la relación se hizo más grande.

¿Y la familia de Olguita qué decía de esa relación?

Al principio al papá de Olguita no le parecía mucho que saliera con un francés sin profesión. Pero luego me adoptó... ja, ja, ja; el enamoramiento se fue construyendo con base en trabajo, a ella le gustaba mi modo, menos macho, más sensible que los hondureños. Ya son 45 años de matrimonio.

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¿Iban al cine?

Íbamos a todos los cines de aquellos tiempos, por ejemplo no se me olvida el Clámer con sus salas inmensas y la señora que vendía golosinas al entrar.



Se levanta de su silla don René Pauck. Siente un piquetazo en la espalda y ve de reojo a las culpables: esas viejas cámaras. Hay una Bolex que pesa como una roca. “Habré hecho unos 200 documentales en mi vida, hasta a la Contra en Nicaragua me fui a meter, contratado por un productor europeo. Por eso tengo la espalda ‘hecha paste’”, sentencia...



- ¿Cómo le pondría de título a la película de su vida?

- “Cómo amar a un país”.

- Se me había olvidado consultarle qué expresión catracha es la que más se le quedó...

- Púchica, qué pregunta. Un día la presidenta de Cáritas me preguntó cómo me iba en Honduras y yo le respondo con naturalidad: “¡Pijudo!”. ‘¡Uy!, qué rápido aprendió el español’, me dijo ella, con una cara de admiración...

En su segundo hogar, la cinemateca de la UNAH. Foto: Marvin Salgado/El Heraldo

En su segundo hogar, la cinemateca de la UNAH. Foto: Marvin Salgado/El Heraldo
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