Siempre

Una canción de amor para Clara

De qué manera podían equivocarse las cosas al punto de que mi hija naciera casi dos semanas antes de lo proyectado, justo el día en que no me encontraba en la ciudad para verla venir al mundo y abrir los ojos por primera vez.

01.02.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-El día en que nació llegué tarde. Mi demora, por supuesto, fue del todo involuntaria, y producto quizá de la fortuna más terrible para un hombre: ningún padre quiere perderse un sólo instante de sus hijos, mucho menos el primero.

El parto estaba fechado para el 17 o 27 de febrero, por lo que pensé —erróneamente—, mi compromiso del 10 de ese mes en la Alianza Francesa de San Pedro Sula, para presentar el libro que le había editado al historiador Omar Aquiles Valladares sobre “Las Bruxas de la Alcaldía Mayor de Tegucigalpa en el siglo XVII”, no sería inconveniente. No se podía tener tan mala suerte.

Salí de Tegucigalpa alrededor de las 10:00 AM, lleno de dudas y temores, sobre todo porque Alisson, su madre, me confesó esa mañana que había comenzado a sentir ciertos dolores y otras tantas señales de que la bebé ya venía. Al principio me asusté. Luego, ella me tranquilizó y me animó a seguir los planes. Pensé que lo mejor sería incumplir el compromiso, pero necesitaba del trabajo.

Para evitar apuros —en caso de que los hubiese—, ella se quedaría con sus padres, a un par de cuadras del pequeño apartamento donde vivíamos entonces en la colonia Smith, sólo con las cosas necesarias para empezar un matrimonio, unas cuantas docenas de libros suyos y míos, y nuestra vieja y pequeña chihuahua “Lola”, que hacía de guardiana con histéricos ladridos. En casa de sus padres las cuidarían bien, como siempre habían hecho.

En San Pedro la presentación no pudo ser mejor, pero algo en mi interior no me dejó tranquilo durante todo el rato que duró el evento. Una vez terminada la lectura, mientras hablaba con Omar y el novelista Julio Escoto sobre el libro y los estrechos vínculos entre literatura e historia, recibí una llamada inesperada; era una hermana de Alisson; me avisaba que estaban en el hospital.

Al escuchar aquello, todo mi alrededor se hizo silencio. No podía creerlo. De qué manera podían equivocarse las cosas al punto de que mi hija naciera casi dos semanas antes de lo proyectado, justo el día en que no me encontraba en la ciudad para verla venir al mundo y abrir los ojos por primera vez. ¿Qué haría yo para remediar tal agravio a su madre y a ella?, todo era mi culpa —pensé—.

Un instante después, Omar me recordó que aquello no estaba en mis manos; yo no era Dios, y no lo había hecho deliberadamente, al contrario, estaba allí por ellas. Me dijo que iríamos al hotel, recogeríamos nuestras cosas y tomaríamos un taxi hasta Tegucigalpa sin importar cuánto debiéramos pagar; él se haría cargo de los costos, sería su regalo para Clara por su amistad conmigo.

Llamé a Tegucigalpa para decir que iba para allá, pero me respondieron que “no”; no había necesidad de correr el riesgo de viajar de noche, de cualquier forma, no me dejarían entrar a la sala de partos hasta las 2:00 PM del siguiente día. Así eran las cosas en el San Felipe. Había que acatarlas. Lo mejor sería calmarse y viajar temprano.

Esa noche no dormí. Salimos con el alba, pero había protestas en todo el país contra el gobierno y llegamos a la ciudad cerca del mediodía. Cuando llegué al hospital, Clara había nacido un par de horas antes (a las 9:50 AM), luego de más de siete horas de labor en que su madre la cuidó con paciencia, valentía y amor. Así vino al mundo mi pequeña.

Estos primeros días de febrero cumplirá tres años, y aunque aún es tan chica, temo por ella; las horribles condiciones del país que le heredamos sus mayores me obligan a hacerlo. Pese a ello, la amo sobre todas las cosas, y auguro para ella una limpia y pacífica existencia como su nombre mismo: Clara Esperanza.