Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Aníbal debe morir

Eran tan poderosos y tan peligrosos que hasta la DEA les tenía miedo
29.01.2023

GASOLINA. Una mañana calurosa, de esas llenas de polvo y de sol en Tocoa, Colón, llegaron varias camionetas pesadas a una gasolinera.

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Iban a cargar combustible para seguir su camino.

Estaban llenas de agentes de la Administración de Control de Drogas de los Estados Unidos, más conocida por sus siglas DEA.

No habían pasado dos minutos de haberse estacionado cuando llegó un hombre en una moto y le dijo a uno de ellos, que parecía ser el jefe del grupo:

“Les manda a decir el patrón que tienen treinta minutos para salir del departamento de Colón, porque si no los va a matar a todos; a todos ustedes”.

“¿Y quién es el patrón?”

“Usted ya sabe”.

Dijo esto el hombre, y arrancó la moto. Luego, se perdió por una calle solitaria.

El “patrón” era Devis Leonel Rivera Maradiaga, el jefe del cartel de “Los Cachiros”, un hombre serio, que no se reía nunca, que no hacía ni aceptaba bromas, que miraba siempre con sus ojos oscuros y penetrantes, que taladraban el espíritu y mostraba una calvicie incipiente que hacía más intimidante su personalidad.

Desde hacía poco tiempo era el “amo y señor” del departamento de Colón, de gran parte de La Mosquitia, y de un amplio sector de Olancho y de Islas de la Bahía; empezaba a manejar miles de millones de dólares, y compraba conciencias, uniformes, togas y todo lo que estuviera a su alcance y le fuera de utilidad. Había tardado mucho tiempo en llegar hasta donde estaba, y ahora, en pleno 2006, con amigos poderosos en el gobierno, se consolidaba como “el patrón de patrones”, el “jefe de jefes”, el “señor de señores del narco”.

Y todos lo respetaban y todos le temían. Por eso cuando los agentes de la DEA recibieron su aviso llamaron de inmediato a su base más cercana, y en cosa de minutos aparecieron varios helicópteros que los “retiraron” de ahí. Las camionetas quedaron botadas, con las puertas abiertas y los motores encendidos. Lo que decía “El Cachiro” se hacía porque se hacía, y bastaba su palabra para poner a temblar a cualquiera, gente de la DEA incluida.

Pero todo este poder no cayó en manos de aquel hombre de la noche a la mañana. Poco a poco, paso a paso, se abrió camino en el mundo del narcotráfico, sirviendo, primero, a “El Coque”, esto es, Aníbal Echeverría Ramos, el mayor narcotraficante de esa época en Honduras, cuyos negocios con colombianos y venezolanos le permitía trasegar toneladas diarias de cocaína que el Cartel de Sinaloa llevaba a los Estados Unidos.

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“EL COQUE”

Era intocable. Jueces, policías, militares, fiscales, políticos y hasta religiosos lo veían como a un becerro de oro y le servían con devoción; devoción a los dólares con los que los sobornaba, por supuesto.

Pero como dicen que todo lo que empieza acaba, eso pronto se iba a cumplir en “El Coque”.

O tal vez es que siempre ha de cumplirse aquello que dice: “No te equivoques; de Dios no te puedes burlar. Lo que el hombre siembra, eso cosechará”.

PLEITO

Una tarde agradable, en una cantina llamada “Los Talibanes”, en Tocoa, “El Coque” empezó a discutir con “su amigo” Isidro Rivera Maradiaga, con quien había estado tomándose unos tragos.

La discusión, por una mujer, “que debió ser lo más bello que Dios puso sobre la faz de la tierra”, se fue acalorando, y “El Coque” golpeó a Isidro. Cuando el muchacho descuidó su defensa, a pesar de que era bueno con los puños, vino lo peor.

“El Coque” sacó un arma de fuego y le disparó a Isidro hasta matarlo. Luego, se subió a su camioneta, tranquilamente, escoltado por sus guardaespaldas.

“Jefe -le dijo uno de sus escoltas de más confianza-, sabe bien lo que hizo, ¿verdad?”

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“¿Qué fue lo que hice? ¿Matar a ese hijo de p... que se atrevió a desafiarme, que quería quitarme a esa mujer? ¿Es que se le olvidó que yo soy el que manda y que todo en este departamento es mío?”“Pero... los hermanos, jefe...”

“’Los Cachiros’ trabajan para mí; yo los he hecho ricos y poderosos, y si se atreven a levantar una mano en mi contra, se las bajo a plomazos”.

Sin embargo, aquello fue lo peor que “El Coque” pudo haber hecho en su vida. Devis Leonel no iba a soportar el dolor de su madre ni el llanto de su padre; y él amaba a su hermano menor. “El Coque” tenía que pagar aquella muerte. Desde comienzos del 2000, el poder de “El Coque” fue creciendo.

Atrás quedaba el todopoderoso coronel Leva. Ahora, él tenía amigos en el gobierno, en los juzgados, en la Corte, en los cuarteles, en las postas y se llevaba bien con los colombianos. Es más, hablaba de tú a tú con Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, al que le vendía toneladas de cocaína. Y se enamoró. Y dicen que no hay nada más peligroso que un capo enamorado.

La bella y sin par Dulcinea de “El Coque” se llamaba Margarita, y era tan dulce y delicada como la flor. Con aquel matrimonio, emparentó “El Coque” con los Lobo, ya que Margarita era sobrina de Porfirio Lobo Sosa. Y todo era felicidad. Las avionetas cargadas de droga caían en Honduras como zancudos, incluido en la pista de El Aguacate, y “El Coque” era el rey de aquel imperio... Hasta aquel día funesto para él... el día sábado 22 de marzo de 2003. Mató a tiros al menor de los hermanos Rivera Maradiaga, y por una mujer...

LA ORDEN

“¡Mátenlo! ¡Mátenlo a él y a toda su familia! ¡Que no quede ni uno! ¡Mátenlos a todos! ¡A todos!”.

No había vuelta atrás. Aníbal Echeverría Ramos, alias “El Coque”, estaba condenado a muerte. Desde aquel sábado se terminó su relación con “Los Cachiros”, y ahora eran los peores enemigos.

Pero tendrían que pasar casi siete meses para que lo encontraran. Fue el 19 de octubre de 2003. Espías de “Los Cachiros” encontraron a “El Coque” en San Pedro Sula, y le prepararon una emboscada. Fue en plena calle. “El Coque” venía rodeado de guardaespaldas, con Margarita a su lado.

El comando de “Los Cachiros” atacó sin piedad, a pesar de que había muchos inocentes alrededor. La balacera duró mucho tiempo, tanto que perfectamente hubiera llegado la Policía a la escena, pero no llegó. Hubo varios muertos, y “El Coque” y su esposa Margarita resultaron heridos de gravedad. Los asesinos creyeron que, cuando los llevaron a la clínica, ya estaban muertos. Pero no fue así.

A pesar de las heridas, “El Coque” y Margarita Lobo sobrevivieron. Devis Leonel estaba furioso.

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“Terminen el trabajo” -dijo.

Y enviaron a un sicario a la clínica, armado con una pistola de .9mm. Pero cuando éste iba a rematar a “Coque” en su cama, uno de sus custodios lo acribilló a balazos. Entonces, “El Coque” salió de Honduras. Tenía que recuperarse de sus heridas “para hacerles frente a sus enemigos y seguir proveyendo al Cartel de Sinaloa de mercancía fresca”.

En el mayor secreto, y rodeado por policías de civil y por sus propios hombres, “El Coque” y su esposa se subieron a un avión que los llevó a Cuba. Ahí, poco a poco, se recuperó; pero faltaba mucho para que pudiera “volver al trabajo”.

Así que, temeroso de que los cubanos lo traicionaran, decidió irse a Costa Rica. Era la primera semana de febrero de 2004. Confiado y alegre, se internó en Escazú, en un hospital desde donde se veía toda la ciudad de San José, bonito, fresco y seguro. Sobre todo, seguro. Sin embargo, el 18 de febrero, dos pistoleros encapuchados entraron a su habitación y le dispararon en tres ocasiones. Los médicos creyeron que lo habían matado, pero “El Coque” sobrevivió.

Se aferraba a la vida con uñas y dientes, y lo impulsaban dos motivos poderosos: su negocio, y su guerra contra “Los Cachiros”, sus viejos empleados. Por supuesto, a estas alturas, ya nada quedaba de su imperio de las drogas.

Ahora eran los hermanos Rivera Maradiaga quienes negociaban con los colombianos, con los venezolanos y con el Cartel de Sinaloa. No tardó en darse cuenta de que los sicarios en San José eran colombianos enviados por sus antiguos socios, que ya nada querían ver con él.

SAN JOSÉ

El que está condenado a muerte no se salva nunca. La sentencia ha de cumplirse, y “El Coque” no quería entenderlo. Llegó a Costa Rica enfermo todavía, después del atentado en el hospital, alquiló una casa, hizo que le llevaran a San José su Tacoma blindada. Pero con la Tacoma llegaron también sus enemigos.

“El Coque” tenía que estar conectado a un respirador, y necesitaba de la asistencia de dos o tres enfermeras, y de un médico de cabecera. Para los enviados de “Los Cachiros” aquella fue otra gran oportunidad. “El Coque” estaba a punto de entrar a la casa que había alquilado cuando fue atacado de nuevo. Pero también escapó. Estuvo varios días en un hotel, en Santa Ana, pero ahí tampoco estaba seguro. Ya no estaría seguro ni en el cielo.

Aparte de eso, lo perseguían las autoridades de Honduras, que ahora servían a “Los Cachiros”. Desesperado, “El Coque” escapó a Panamá. Justo en el momento en que la Policía de Costa Rica llegaba al hotel con la orden de captura en las manos. De nada le servía escapar.

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La Muerte lo seguía sin prisa, dándole ventaja, pero siempre cerca de él. Lo detuvieron en la frontera de Costa Rica con Panamá. Era casi un moribundo, y de su temible poder de otros tiempos no quedaba nada; solo su nombre.

El 4 de marzo de 2004, los panameños lo extraditaron a Honduras. Al salir del aeropuerto en San Pedro Sula, lo estaban esperando sus enemigos. Pero la presencia de la Policía lo salvó. Y después de estar unos días en un hospital de La Ceiba, fue trasladado en helicóptero a la cárcel de máxima seguridad de Támara, en Francisco Morazán. Estaba en poder de la Policía, y ahora podía dormir tranquilo.

En Honduras tenía amigos por todas partes; y todavía tenía muchos millones de dólares, de esos verdes, que deslumbran a cualquiera. Solo era cuestión de recuperarse, y “ya verían “Los Cachiros” quien era Aníbal Echeverría Ramos, “El Coque”.

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EN LA CÁRCEL

Por supuesto, “El Coque” necesitaba de atención médica todavía, y lo llevaron a la enfermería de la prisión. No habría lugar más seguro para él. Estaba rodeado de policías, y “al día siguiente estarían con él varios de sus hombres más fieles, para cuidarlo”.

Hacía calor esa tarde, “El Coque” pidió un ventilador, todavía estaba conectado al respirador, pero sus heridas estaban sanando, y el color volvía a su rostro. Pronto volvería a ser el mismo.

El “señor de señores del narco”. El dueño de policías, militares, jueces, políticos y fiscales. El todopoderoso “jefe de jefes”. Su esposa, Margarita Lobo, hija de don Ramón Lobo, y sobrina de Porfirio Lobo, presidente del Congreso Nacional de la República, estaba bien protegida. A ella no la tocarían sus enemigos. Solo era cuestión de esperar. Lo peor había pasado. ¡Que temblaran “Los Cachiros”!

Rodeado por policías y por custodios de la penitenciaría, lo llevaron a la enfermería de la prisión y lo acomodaron en una camilla, pusieron una almohada blanca bajo su cabeza y le dijeron que lo que pidiera le sería servido al instante. No en vano era “il capo di tuti i cappi”, y pronto sería el Salvatore Maranzano de Honduras. Les ganaría la guerra a “Los Cachiros”. De eso estaba seguro.

Pidió un poco de agua, sorbió un trago, y, de pronto, vio hacia su izquierda. En una camilla, lejos de la suya, estaba un hombre envuelto en vendas, y que estaba conectado a un respirador, y a varias mangueras conectadas a sus venas. El hombre respiraba con dificultad, y casi no se movía.

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“Y ese hombre ¿quién es?” -preguntó “El Coque”, levantando la cabeza.

“Es un herido... -le dijeron-; tuvo un pleito por un juego de naipes, y lo hirieron tantas veces con un cuchillo, que no creo que viva hasta mañana...

“¿Y por qué no está en un hospital?”

“Teníamos que esperar a que se estabilice para poder trasladarlo en una ambulancia. Le dejaron las tripas de fuera, le deformaron la cara y le cortaron la mitad del hígado... Si sigue vivo, es por puro milagro de Dios”.

“El Coque” suspiró tranquilo.

“Hay suficiente seguridad afuera, ¿verdad?”

“No se preocupe, señor. Nadie entra si no es con permiso especial. Mañana, su gente va a estar aquí”.

“El Coque” se tranquilizó. No tenía nada que temer. Y, así, tranquilo, se durmió. Fue por eso que no vio que en la camilla a su izquierda se levantaba un hombre, como un muerto que resucitara, se quitaba las vendas, dejaba las mangueras a un lado, y se ponía de pie, sin hacer ruido. Avanzó dos pasos hacia él, le apuntó a la cabeza una pistola de .9mm, y disparó más de diez veces. Nadie alrededor escuchó nada.

La puerta de la enfermería se abrió, se abrió el portón de salida de la penitenciaría y el hombre de la camilla desapareció en las sombras de la noche. Lo que siguió después, “El Coque” ya no lo supo. Le mataron al papá, a la mamá, a los hermanos, a las hermanas, a los hijos, a los sobrinos... ¡A todos! Hasta enviaron a matar a una cuñada, a Canadá...

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