Crímenes

Grandes Crímenes: Un hombre demasiado perverso (Segunda parte)

Sea lo que sea lo que hagamos, nada se resuelve en el cielo
17.12.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

RESUMEN. Juan desapareció de la noche a la mañana, o, mejor dicho, de la mañana a la noche, porque no regresó a su casa después del trabajo. Martha, su esposa, lo fue a buscar temprano, al día siguiente, al plantel de mecánica pesada donde trabajaba, pero don Tulio, el dueño del taller y patrón de Juan, le dijo que se había ido desde ayer a su casa, y que si se había perdido no era asunto de él. Tampoco los compañeros supieron decirle algo sobre Juan. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

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La mujer, desesperada y con lágrimas en los ojos, se fue. Hasta que puso la denuncia de la desaparición de su esposo en la Policía. Y es que aunque usted no lo crea, todavía habemos personas que creemos en la Policía Nacional, a pesar de que está dirigida por el más inepto, absurdo y fantasioso de todos lo generales que ha habido sobre la faz de la Tierra, un hombre llamado Gustavo Sánchez, que está más lleno de teorías que Charles Darwin, y que es cabeza de la más grande decepción policial que se está gestando desde hace un año en Honduras. Pero así son las cosas en este maravilloso país. La política nos da lo peor de lo peor entre los funcionarios peores.

Así pues, Martha recibió respuesta en la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) y un equipo fue a investigar.

¿Qué había pasado con Juan? ¿Por qué no había llegado a su casa si era un hombre de costumbres de piedra, que llegaba siempre temprano y no salía hasta el día siguiente, cuando regresaba al trabajo?

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Tulio

“Ese tipo de gente anda buscando trabajo rogando a Dios no hallar” -les dijo a los detectives el patrón de Juan. “¿Cuándo lo vio por última vez?”, le preguntaron.

“Ayer en la tarde. Le dije que antes de que se fuera me sacara unas tijeras de un camión viejo, para ponérselas a otro carro; y que después se fuera. Le dije que le iba a pagar la hora extra que se tardara”.

“¿Y le sacó las tijeras?”

“Pues no sé. Yo vengo llegando, y tengo muchas cosas que hacer...”

“¿A qué hora tenía que estar en el trabajo?” “A la misma hora de siempre. A las siete. Aquí hay cosas que hacer, señores, y no estamos para perder el tiempo. Si buscan a ese hombre, vayan a buscarlo a otra parte, porque, como ven, aquí no está”.

“¿Quién más estaba con ustedes ayer en la tarde? ¿Tiene guardia de seguridad?”

“Guardia de seguridad sí tengo, pero tampoco ha venido; es como si estos dos vagos se hubieran puesto de acuerdo porque ninguno de los dos ha llegado y ya me imagino a la mujer del guardia viniendo a buscar aquí a su marido, como si yo fuera el niñero de mis empleados”.

Los detectives hablaron con los otros empleados, y se dieron cuenta de que don Tulio era un hombre más grotesco de lo que parecía, que no tenía lástima por nadie, y que era capaz de insultar a sus empleados sin sentir remordimientos. Lo único bueno que tenía era que pagaba a tiempo.

“Ese viejo es malvado -les dijeron a los policías-, y ni crean que les va a decir nada. A él lo que le importa es el lomo de nosotros. Y como uno tiene necesidad, pues ni modo, se lo aguanta; pero ganas no nos faltan de meterle un cuchillo entre pecho y espalda”.

“¿Usted sabe qué le pasó al guardia que tenía turno hoy?”

“A saber, señor... A lo mejor se cansó de las humillaciones de este viejo maldecido y decidió no volver. No crea, trabajar con este viejo es mejor trabajar con el mismito diablo...”

“¿Usted sabe dónde vive ese guardia?”

“Sí, ¿ese no es problema?”

“¿Sabe si ese guardia tuvo algún problema con don Tulio?”

“Aquí todos le aguantamos el mal carácter a ese señor. Aquí ese señor se pasa por allá donde dijimos a todo el mundo, y a él le vale; como él es el que paga”.

“Bueno, dígame la dirección del guardia”.

“Mire, señor, yo no me quiero meter a líos. Si ese viejo se da cuenta de que yo les estoy dando información a ustedes hasta me puede correr, y yo necesito mi trabajo...”

“No se preocupe, que don Tulio no va a saber nada”.

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El guardia

Cuando llegaron a la casa del guardia, encontraron a este en una silla en el patio de la casa donde vivía. Apenas vio a los policías, se puso nervioso y quiso esconderse. Pero hay policías en la DPI que saben hacer su trabajo y le gritaron que era mejor que saliera antes de que se metiera a un lío grande. Y así, el guardia salió a hablar con los policías.

“Estamos buscando a Juan -le dijeron-, su compañero. Usted fue de las últimas personas que lo vio ayer viernes. Es esta hora del sábado, y no ha llegado a su casa... ¿Usted sabe qué le pasó? ¿Usted sabe dónde está?”

“Miren, señores -les dijo el guardia-, yo no quiero meterme a líos”.

“Entonces, usted sabe que algo malo le pasó a su compañero, y por miedo, o porque no quiere meterse a líos, es que ya no quiso regresar a trabajar”.

“No crean que es buena cosa trabajar con don Tulio. Todo el día lo está tratando a uno como si fuéramos basura, nos insulta, nos ofende, nos trata como perros...”

“Ya nos dijeron eso. ¿Tuvo don Tulio algún problema con Juan el viernes? ¿Vio algo usted?” El guardia se rascó la parte de atrás de la cabeza. No quería meterse a líos, como había dicho, y dudó antes de empezar a hablar.

Por lo que los policías, que ya sabían que estaban tras una buena pista, empezaron a presionarlo. “Si no habla aquí, señor, le dijeron, va a tener que hablar en las oficinas de la Policía... Usted es el que decide”.

“Dígame -les dijo el guardia-, si les digo lo que sé, ustedes no van a decir que fui yo el sapo... No me van a meter en líos con ese viejo de don Tulio”.

“No”.

“Es que...”

“Díganos qué fue lo que vio. ¿Qué es lo que sabe?”

Aún dudó un poco más el guardia, y al final, dijo:

Tijeras

“Mire -empezó a decir-, eran casi las cinco, o sea, la hora de salida, cuando don Tulio le dijo a Juan que le sacara unas tijeras de un chasis de camión viejo que está tirado como chatarra en la hondonada que está allí, en el plantel. Allí, donde don Tulio tira los carros que ya no sirven, y que los ocupa por si hay un repuesto bueno para los otros camiones.

Pues Juan, que nunca decía que no, se fue a tratar de sacar las tijeras lo más rápido, porque siempre se iba temprano para su casa. Y se fue con una gata hidráulica. Yo estaba que ya me hacía del cuerpo, pero como estaba don Tulio en el plantel no podía dejar mi puesto, pero es que me habían caído mal unos chicharrones con frijoles que me comí en el almuerzo, y me dio diarrea...

Entonces, yo, sin que me viera don Tulio, me fui así para la orillita del monte, cerca de la hondonada, y me puse a hacer del cuerpo. Y vi que Juan estaba sacando las tijeras, y que se había metido debajo del camión viejo, al que había levantado con el gato...

Pero en eso el camión se movió y la gata se reventó y todo le cayó encima a Juan, y se quedó apretado con el chasis de las piernas... Y gritó y le pidió ayuda a don Tulio, el que, al verlo, no le dijo más que se jodiera, porque era un buen boca abierta que no había puesto bien la gata”.

El guardia hizo una pausa. “Juan le gritaba que lo sacara, dijo, después de unos segundos de silencio, en los que sudaba a mares, pero don Tulio no le hizo caso. Yo me limpié como pude, y me quité de ahí, para ver si don Tulio iba a ayudar al chavalo, pero lo que hizo fue que se subió en un tractor, en una pala mecánica que estaba cerca, la encendió, y con la pala empujó una tierra que estaba cumulada cerca de la hondonada, para así enterrar a Juan... Y yo lo vi, pero no dije nada porque don Tulio era capaz de hacerme algo a mí, y por eso mejor ya no volví a trabajar. Y si ustedes desentierran allí, cerca del camión, van a encontrar a Juan enterrado... Pero no digan que yo fui el que les dijo esto, porque ese viejo es capaz de mandarme a matar”.

Los detectives obligaron al guardia a ir con ellos, llevaron gente de inspecciones oculares, y no tardaron en encontrar el cuerpo enterrado de Juan. Don Tulio, que ni se dio cuenta de lo que estaba pasando ni cómo lo habían descubierto, se dejó esposar sin decir nada.

A don Tulio lo condenaron a veinte años de cárcel. Pero no iba a estar mucho tiempo en prisión. Acostumbrado a tratar mal a la gente, y con dinero, pues en la cárcel el que tiene dinero es poderoso, empezó a tratar mal a unos presos, y un día, uno de ellos le abrió el abdomen de parte a parte. Llegó al hospital con las tripas de fuera, o con las asas intestinales expuestas, como dice el doctor Emec Cherenfant, pero murió en la sala de operaciones. Así terminó el caso del hombre que era demasiado perverso.

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