Crímenes

Grandes crímenes: Las verdades incómodas

Lo malo siempre será malo, aunque
lo prediquen los santos
02.04.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres

EL GENERAL “Necesito su ayuda” -me dijo, mientras se dejaba caer en el enorme sillón, algo antiguo, que ocupa un lugar de privilegio en su sala.Es un hombre viejo, de unos setenta y cinco años, o más, de pelo blanco, bigote delgado, blanco también, y rostro severo, al que hacen más serio y más temible las arrugas que marcan su frente.

Queda en él ese aire marcial que no se quita nunca de ciertos militares, aunque su voz suena un poco apagada, casi sin fuerza.“¿En qué puedo ayudarle?” -le respondí.

“En estos últimos años me he dedicado a escribir cosas de las que fui testigo en mis treinta y cinco años de carrera militar, y quisiera publicar un libro... El problema es que siempre hay que agregarle algo porque lo que sucede en Honduras es una historia que no se acaba nunca.

Desde el golpe de Estado de mi general López Arellano, hasta el día de hoy, he sido testigo de cosas que a los hondureños se les olvidan, pero que forman parte de nuestra historia, sea bueno o sea malo...”.

Hizo una pausa.“El libro quisiera que se titule “Las verdades incómodas” -dijo, después de un rato de silencio.“Ya hay un libro que se llama así”.

“Lo sé, Carmilla. Es “Verdades incómodas” de Al Gore... pero, eso no importa... Hay verdades en Honduras que deben decirse, aunque sean incómodas para muchos... Y, a mi edad, ya no le tengo miedo a nada ni a nadie. Es más, jamás le tuve miedo a nadie. Y lo que quiero decir es eso, verdades incómodas”.

“Por ejemplo, general”. Bebió un poco de té, se limpió el bigote, y puso la taza en la mesita que tenía a la derecha. Luego, dijo:“Por ejemplo, el caso del empresario todopoderoso que mantuvo a su esposa cuadripléjica por más de treinta años...”.Tomó otro poco de té, y yo no dije nada.

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La conversación empezaba a hacerse misteriosa.“Un día -añadió, después de un largo silencio-, se recibió una llamada en el DIN, el Departamento de Investigación Nacional, y hablaba una mujer desesperada. Decía que acababa de oírse un disparo en la casa de enfrente, y que había escuchado gritos, y el llanto de niños. Todo esto había sucedido en un sector exclusivo de la colonia Lomas del Guijarro.

Cuando el oficial de turno me dio el informe, le dije que fuera a investigar, por rutina, pero al llegar, una ambulancia se llevaba a la señora de la casa a un hospital. El teniente entrevistó al esposo, y este dijo que había ocurrido un accidente en su casa, que no sabía cómo se le había disparado una pistola, y que la bala había herido a su esposa en el cuello...”.“¿Cómo pasó eso?” -le preguntó el teniente.

“No sé; estábamos en el cuarto, yo había comprado una pistola, de 45 milímetros, y se la estaba enseñando a ella... Y de repente, se disparó, y vi que ella cayó al suelo, sangrando del cuello... Llamé al Viera para que me ayudaran... y se la acaban de llevar”.

El general hace otra pausa, termina el té de su taza, y pide que le sirvan más. Su esposa, una de esas mujeres de antes, silenciosa y atenta, llega para consentir a su esposo, porque eso es lo que hace.“Yo era capitán -siguió diciendo el general-, y por esa época estaba así como con la leche en los dientes; me habían transferido al DIN y yo quería lucirme, combatiendo a la delincuencia. Y fue por eso que me metí de cabeza en aquel caso.

Empecé por hablar de nuevo con el esposo, pero para esa hora ya tenía tres abogados con él, varios de sus amigos poderosos estaban en su casa, apoyándolo en aquel momento difícil, y entre estos habían algunos coroneles, un par de generales y políticos de renombres, como Ricardo Zúniga Agustinus, por ejemplo.

Y estaban allí dos ministros del gobierno, incluido el ministro de Defensa. Yo me fui de espaldas, pero, aun así, quise hacer mi trabajo”.“Voy a hablar con él -le dijo al ministro de Defensa-. Es lo correcto”.“Y el hombre repitió la historia”.

CHOFER “Quisiera hablar con el personal de servicio -le dijo el general-; es solo por rutina”.“Por supuesto”.“Mire, señor -dijo la cocinera, una señora mayor, de ojos nerviosos-, yo no sé nada. Los asuntos de los patrones son asuntos de ellos”.Y lo mismo le dijeron las otras dos muchachas del servicio, el jardinero y uno de los guardaespaldas.“¿Y el chofer? -pregunté-. Porque hay un chofer en la casa, ¿verdad?”.Aquí fue donde la cocinera bajó la cabeza y las muchachas se miraron entre sí.

El guardaespaldas carraspeó dos veces, como si algo se le hubiera atorado en la garganta, y desvió la mirada. El jardinero ya había regresado a su jardín.“¿Dónde está el chofer?” -pregunté, pero aquella gente se mantuvo en silencio, y noté que había algo de temor en ellos-.

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“Dígame dónde está el chofer -le dije a la cocinera, que por ser la de mayor edad, tenía alguna especie de autoridad sobre todo el personal-. Necesito hablar con él”.“¿Para qué, señor? -me dijo la mujer, levantando su mirada temerosa-.

Lo que va a hacer es revolver las cosas, y por si no se ha dado cuenta, el patrón es un hombre que tiene muchos amigos de poder, y hasta usted se puede ver afectado en su trabajo si quiere seguir escarbando en esto... Deje así las cosas, papa, antes de que las cosas se hagan más grandes”.

El general sonríe.“Me sorprendió que aquella mujer, de unos cincuenta y cinco años, me dijera aquellas cosas, lo que me dio a entender que allí había pasado algo grave, y que la herida de la señora de la casa no se trataba de un simple accidente, como lo había dicho el marido.

Entonces, cometí uno de los peores errores de mi vida. Llamé al dueño de la casa, y lo peor es que lo hice delante de sus amigos, todos aquellos hombres poderosos que estaba en la sala, esperando el resultado de la operación de la esposa, que estaba entre la vida y la muerte. Le dije: Solo necesito saber dónde está su chofer, porque quisiera hablar con él”.

“¿Por qué?” -me preguntó él, delante de todo el mundo, pero ya con menos amabilidad que al inicio-.“Porque una vecina dijo que escuchó gritos antes de oír el disparo, y que algunos niños lloraban. Y hablo con el personal del servicio, y no dicen nada que me ayude a aclarar las cosas, porque siendo este caso tan grave, es asunto del DIN aclararlo...”.

“Ya le dije que fue un accidente”.“Sí, ya me lo dijo, señor; y ahora me gustaría saber dónde está su chofer. Quiero hablar con él”.“Eso no va a ser posible”.“¿Por qué?”“Confórmese con lo que le digo”.

En ese momento, mi general, el señor ministro de Defensa, me llamó aparte y me dijo, con voz suave, de modo que solo yo lo escuchara, pero con acento en el que había mucha ira:“Mirá, muchacho, vos venís empezando tu carrera, y la carrera militar es para toda la vida; le asegura la vida al que se mete a esto, pero veo que vos estás escarbando donde no se te ha perdido nada.

Se te dijo que fue un accidente, y eso fue, un accidente; y veo que te estás tomando bien en serio tu papel de investigador... No te digo que sea malo, pero cuando se te ha dicho que fue un accidente, no debés seguir adelante con esto porque ya se te dijo bien claro lo que pasó. ¿Me estás entendiendo?”.“Sí, mi general”.“Si yo me doy cuenta que seguís metiendo la nariz en esto, te mando a la Mosquitia, o te doy la baja, si eso es lo que preferís”.

ÓRDENES “Cuando un superior nos daba una orden, se cumplía de inmediato. No era como hoy, que cualquier perico de los palotes le lleva la contraria a su oficial, y hasta lo confrontan y lo denuncian en ese circo que llaman derechos humanos. Antes, mi oficial inmediato superior me daba una orden, y yo solo escuchaba y obedecía. Eso era disciplina, pero los tiempos han cambiado, y hay mucha pudrición en todas las instituciones, en las Fuerzas Armadas, en la Policía, en el Ministerio Público, en la Corte, en ese Congreso espurio... ¡En fin! Y eso es malo para la sociedad.

La gente, inconscientemente, ve que los de arriba actúan mal, y muchos hacen lo mismo abajo, y por eso se multiplica la delincuencia, hay más robos, más extorsión, más asesinatos... Bueno...”.Hizo otra pausa. Se ve cansado. Poco después, agregó:“Cuando salí de la casa, con la cola entre las piernas, la cocinera me miró, y yo entendí que deseaba decirme algo.

Hice como que iba a la cocina a beber un poco de agua, y ella me dijo, en voz baja: No crea nada, señor. A Marcos, el chofer, lo mataron; estoy segura... Lo mataron ayer...”.“Y ¿cómo sabe eso?”.“Mire, aquí pasaron cosas... cosas feas... La señora, que es muy bonita y muy buena, como que se entendía con Marcos, que era muy buen tipo, y el patrón se dio cuenta.

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Yo los oía discutir, y desde hace tres días estaban hablando de divorcio y de quién o quién se quedaría con las niñas... Y hoy en la mañana, el patrón se levantó temprano, con cara de pocos amigos, no desayunó porque la señora no bajó al comedor, y él subió... Discutieron, y se oyó el tiro... Después, él salió gritando que se le había disparado la pistola y que llamáramos a la Cruz Roja... Y yo subí, y allí estaba la señora, herida, con sangre en el cuello y en el pecho, y solo movía los ojos y abría la boca como si quisiera decirme algo... Hasta que se la llevaron los de la ambulancia... Aquí, señor, hay gato encerrado...”. CONTINUARÁ