Crímenes

Grandes Crímenes: La cruz de la extradición

Bien dijo la viejita que el que hace lo que quiere, que espere lo que no quiere
27.03.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Visita. Eran las cuatro y cuarenta y cinco minutos de la mañana cuando los enviados del “Canutillo” llegaron para llevarme hasta donde me esperaba “para platicar sobre mi vida, Lic., esta vida que no se la deseo a nadie y menos a mis hijos”.

Es un hombre joven todavía, aunque se marca en su rostro la angustia con la que vive día a día, y que le da un aspecto avejentado. Mira con desconfianza hacia todas partes, y lo asusta hasta el ruido de una ramita al quebrarse. Hay tres círculos de seguridad antes de llegar hasta él, pero, como él mismo dice “el día que me caiga ‘La Bestia’, estos hombres, aunque sean fieles y de lo más aguerrido, no van a ser suficientes para salvarme de que el General me capture”.

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Huele a café recién hecho, alguien cocina en alguna cocina lejana, pero nos llega ese delicioso olor a frijoles refritos, a huevo picado y a tortillas recién hechas. Sin embargo, nada de eso alegra la vida de este hombre que lleva ya siete meses de esconderse, “tanto de la Policía como de los militares; y peor todavía, de los enemigos”. “Un día duermo en un lado, otro día en otro, me muevo en carros sin placas, porque todo el mundo cree que son de la Policía, y no me atrevo a bajar el vidrio porque tengo miedo de que alguien me reconozca y me señale. Es horrible vivir así”.

Calla para sorber un poco de té de menta y para mordisquear una galleta de chocolate.

“No he dormido en toda la noche, Lic... Estoy en pláticas con una gente de la DEA para entregarme. Los gringos ya me pidieron en extradición y no quiero que me capturen aquí porque no voy a durar ni un día preso”.“¿A qué le tiene miedo? -le pregunté.

“Mire, Carmilla -respondió, después de pensar un rato, y de ver hacia el horizonte donde ya empezaba a asomar el sol-, no tengo miedo, en realidad. Yo sé que voy a terminar en Estados Unidos, y por eso estoy negociando mi entrega, antes de que los militares me agarren...”“¿Por qué les tiene miedo a los militares?”

“Cosas, Lic.; cosas... Prefiero negociar mi entrega con ‘La Bestia’ porque sé que él me va a dar seguridad”.

Habla de ‘La Bestia’ con respeto.

“¿Quién es ‘La Bestia’? -le pregunto, y por respuesta me da una sonrisa, pero es una sonrisa triste, desesperada, de esas que dibuja el miedo en un rostro atormentado.

“Canutillo” ha sido un fiel lector de esta sección de diario EL HERALDO desde hace más de diez años, “desde cuando yo no era nadie, Lic.”. Ha coleccionado los casos y los mandó a empastar para guardarlos en un lugar especial.

“Allí los tengo -dice-; mi mamá me los guarda. Mi esposa los leía conmigo, pero ahora, por seguridad para ella, ya casi ni la veo; y tampoco veo a mis hijos”.

Hace una pausa, desvía la mirada porque sus ojos se llenaron de lágrimas, y se le cortó la voz.

“Esto no es vida, Lic. -agrega, después de un momento de tenso silencio-. Mire, cuando yo empecé en esto, hace quince años, mi mamá me dijo que llegaría un día en el que me iba arrepentir de todo, y en el que iba a llorar lágrimas de sangre porque el que hace lo que quiere, tiene que esperar lo que no quiere, y esta no es vida, hijo”.

La madre de “Canuto” o “Canutillo” ya es una mujer madura, peina canas y lleva muchas arrugas “de sufrimiento”.

“Mi madre sufre por mí, Lic. -dice él-. Por mucho dinero que se tenga, la justicia siempre lo va a alcanzar a uno. Mire, ni siquiera se puede comer en paz. Y cuando uno come, tiene miedo de que lo envenenen porque hasta entre los propios hombres de uno hay infiltrados de los enemigos”.Hace otra pausa y escarba en sus recuerdos.

“Me crié en La Ceiba -dice, después de un largo silencio-, y desde niño me gustó el dinero. Trabajé en el mercado, vendiendo bananos verdes, y después en un barco pesquero. Conforme crecía, veía muchas cosas. Y aprendí este negocio maldito. Porque es un negocio maldito, Lic. Me gustaba el dinero fácil, y empecé a agarrar a manos llenas. Hasta que, poco a poco, me fui haciendo con mi propio grupo. Primero, negociando con gente de uniforme que conseguía de los paquetes que botan las lanchas en el mar, para que no les encuentren evidencias. Yo compraba al topón. Después, negocié en mayor, hasta que me hice mi propia plaza. Y fue aquí donde empecé a agarrar dinero en abundancia, y empecé a tener lo que deseara. Los mejores licores, las mujeres más hermosas, casas con súper lujos, carros, fincas... En fin, Lic., de todo. Pero con la riqueza empezaron los problemas. Había que regar dinero. A todo el mundo, Lic. Y entre más crecía mi negocio, más dinero había que repartir para poder operar libremente. Y con esto aparecieron los enemigos, la competencia, que es fuerte en este negocio. Hasta que un día, los gringos me pidieron en extradición, y lo peor es que con los gringos no se juega... Cuando lo señalan a uno es porque están seguros, y porque tienen pruebas... Y más ahora, cuando ya estaba bien establecido, cuando tenía una familia, y cuando creí que podía retirarme tranquilo... Pero es el diablo el que lo bendice a uno en esto. Y ya sabemos que mal paga el diablo a quien bien le sirve. Míreme, estoy aquí, con miedo, rodeado de gente armada como para ir a una guerra, pero sepa que el día que me caigan los Tigres ni vamos a toser, y más con el General que se ha venido con todo contra nosotros...”Guardó silencio de nuevo, terminó de beber el té, ya helado, y suspiró viendo hacia el cerro Cantagallo, por donde aparecía el sol subiendo despacio en el cielo.

“Le pedí que escriba parte de mi historia porque quiero que sirva como ejemplo, Lic.; un ejemplo así como para que los jóvenes no se metan en líos; para que entiendan que el narco tiene el tiempo medido. O lo matan, o lo meten preso, o se lo llevan los gringos. Y ni todo el dinero del mundo vale la paz y la tranquilidad. Viera qué horrible es dormir con un ojo abierto y con el otro cerrado. Uno desconfía de todo el mundo. Usted ve allí, hay más de treinta guardaespaldas, fieles y buenos hombres, pero hasta de ellos se desconfía. Por eso le digo a la juventud que se aparte del mal camino; el dinero mal habido es como agua entre los dedos; se disfruta poco y lo que se disfruta con miedo es horrible. Mi mamá me dijo que ella iba a pedir una cita con los nuevos jefes de la Policía para entregarme, pero ese señor pasa muy ocupado, y no va a atender a una anciana que lo que está es desesperada porque no le maten a su hijo. Y yo quiero entregarme. Ya no quiero andar con miedo. Es desesperante ir en una cola de carros y estar atento a todo el mundo, y más cuando aparece un carro sin placas o una patrulla de la Policía. Esto no es vida, Carmilla. Se lo aseguro. Es triste vivir así. Y viera cómo extraño la vida de libertad que tenía hace quince años, cuando podía ir de un lado al otro sin problemas; comía baleadas con todo en el mercado en La Ceiba, iba a San Pedro a dejar bananos verdes, y regresaba con dinero bien ganado en la bolsa... Pero escogí este camino, y este es un camino de perdición. Y más ahora que ando con la cruz de la extradición encima”.

“Canuto” habla sin parar. Todo es bonito alrededor, pero no sé dónde estamos. Él está listo para irse de allí. Un muchacho me espera para devolverme a la ciudad.

“Yo no traiciono a nadie -agrega, después de beberse un poco de agua, de una botella que él mismo abrió-. No es mi estilo. Pero quise hablar con una muchacha de la DEA, y como que no le interesó. Por eso quiero entregarme a alguien que me dé la seguridad de que no me va a pasar nada. A veces quisiera irme a Estados Unidos yo solo, pero no tengo visa. Mis abogados me dicen que me vaya a las Bahamas, pero primero tengo que arreglar con la DEA. Y mi madre, que es una mujer buena y que sufre mucho, me dice que ella misma me puede llevar hasta la oficina del jefe de la Policía, y que le va a pedir a ese señor que me dé todas las garantías, aunque sé que son los jueces los que dicen adónde lo van a mandar a uno mientras se hace el proceso de extradición”.

Sirven un desayuno ligero. Huevos, plátano frito, queso, frijoles, tortillas y café caliente. Él solo se come dos bocados.

“Míreme -dice-, por eso estoy flaco. No sé a qué horas me metí en esto... No es que tenga miedo, Lic.; no. Es que desperdicié mi vida porque sé que no me voy a escapar, y sé que donde sea que me meta me van a hallar los gringos”.

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Despedida

“Quería hablar con usted -dice, después de otro silencio largo y pesado-; siempre quise conocer a Carmilla. Le escribí bastantes veces, hasta que me contestó. Yo me voy a ir, pero mi corazón se va a quedar en Honduras, porque aquí está todo lo que quiero. Mi esposa, mis hijos, mi madre, mis hermanas, mi abuela y mi abuelito, que ya está bien viejito... Y los escasos amigos que tengo. Y le pido que escriba mi caso, Carmilla, para que haga conciencia a los jóvenes, sobre todo, para que no se metan en líos. Es cierto que el dinero es bonito, pero trae una horrible angustia cuando es dinero mal habido”.

“¿Me va a decir quién es ‘La Bestia’? -le pregunto. Se ríe. “Los lectores van a quedarse con la duda” -le digo.

“Solo le voy a decir esto -me contesta él-; todos los capos le tienen miedo porque saben que ni se vende ni se deja intimidar, y nadie se le escapa”.

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Nota final

¿Vale la pena el dinero mal habido? ¿Qué clase de vida es esta en la que ni siquiera se puede comer en paz? ¿Es cierto aquello que dicen que el delito no paga? ¿Quién es ‘La Bestia’, a quien le temen los capos más poderosos y despiadados? ¿Es cierto aquello que dicen que el que hace lo que quiere, debe esperar lo que no quiere?

Tal vez este caso sirva para que muchos que andan hoy en malos pasos piensen mejor las cosas, “porque de la justicia nadie se escapa, por muy poderoso y rico que sea”.

De eso están seguros muchos que hoy andan con la cruz de la extradición a cuestas.

“Canuto” suspira al despedirse. Lo están esperando para trasladarlo solo Dios sabe a dónde.

“Mire, Lic., de ‘La Bestia’ y de los gringos nadie se escapa. Y el que mal anda, mal acaba. Eso está probado”.

VEA: El peso de la justicia