Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El peso de la justicia

¡Hágase justicia para que el mundo no perezca!
20.02.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

La fuerza del mal.

Dicen que el Mal, así con mayúscula, se ha enseñoreado del mundo.

Otros, dicen que el Mal es creación del hombre, que domina al hombre para su propio mal. Y todavía hay quienes aseguran que el Mal, igual que el Bien, es creación de Dios, y que Dios lo pone frente al hombre para que escoja según su libre albedrío.

Sea como sea, la verdad es que el Mal camina sobre la faz de la tierra desde que el hombre fue puesto sobre ella. Y así será hasta el final de los tiempos. Por desgracia, nuestra generación es testigo de esta horrible verdad.

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Hoy, Honduras se estremece ante el mal que le toca vivir.

Vemos caer a los pequeños que llevan a una pulpería la nota para la extorsión, como vemos caer a un expresidente de la República, acusado de un rosario de delitos, y en medio de todo esto, la seguridad de que las cosas irán de mal en peor porque se necesita ser mago, o tener una varita mágica para derrotar a la delincuencia que, como un ente maligno, se pasea por nuestras calles, se mete en nuestros hogares y hace nido en muchos corazones.

Y ¿qué puede hacer el general Sabillón para derrotar al Mal que asola a Honduras, sobre todo, cuando el Mal hace nido en el interior del corazón humano?

VEAMOS

Un rival envía a un sicario porque sus negocios van mal y los del otro prosperan.

Un “toro” envía a un grupo de asesinos para limpiar su territorio de la competencia, y así aumentar sus ganancias con el narcomenudeo. Un poderoso empresario compra la conciencia de un agente aduanero que “por casualidad” se dio cuenta que entraba al país ropa falsificada de contrabando.

Un mal policía detiene a dos mujeres “por exceso de velocidad” y las hace perder el tiempo hasta que estas le hacen un generoso obsequio.

Un hombre celoso asesina a su esposa a cuchilladas “porque le vio un mensaje comprometedor en el teléfono celular”; un pretendiente despechado mutila a la mujer que rechaza sus propuestas; una mujer, ebria de ira porque se sabe engañada, mata a su marido a balazos... otra mata al suyo con estricnina... Y esta es solo la punta de la madeja en esta vorágine de crimen que asola a Honduras. Sin embargo, el brazo de la justicia es largo, y “nadie se va de este mundo sin pagar las que debe”.

ANA

Hace muchos años, en una casa de dos pisos de la colonia Lomas de Toncontín, en Tegucigalpa, murió una muchacha, en verdad, una niña.

Se llamaba Ana Bessy Hernández, tenía dieciséis años, era alta y bonita, blanca y de cabellos largos y de un hermoso color castaño. Y a su corta edad era, también, inocente; inocente ante la maldad del mundo; inocente ante las bajas pasiones de un hombre indigno que la veía como solo ven los demonios a sus víctimas.

Tenía Ana Bessy un novio, un muchacho de diecisiete años, se llamaba Jorge y vivía en la casa contigua a la suya. Los separaba un muro de casi tres metros de altura, pero ellos se las ingeniaban para verse.

Jorge tenía una escalera, alta como la de los bomberos, y cuando Ana Bessy estaba sola, subía en ella a la cresta del muro, se escondía bajo las ramas de un árbol de mango, y esperaba la señal para pasar la escalera al otro lado, y bajar.

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Era aquel uno de esos amores inocentes, en los que los enamorados se miran solo con el espíritu. Pero, por muy inocente que fuera, aquel amor debía estar en secreto.

El patrón de Ana Bessy, que era casi su abuelo, era un anciano celoso y posesivo en extremo. Estaba enfermo de vejez, que es la peor de las enfermedades, y demandaba la atención de un recién nacido. Y Ana Bessy, consciente de su deber, lo cuidaba con esmero. Hemos de decir, además, que Ana Bessy era buena.

Vivía con ella un niño; su hermano de apenas cinco años, al que quería con todo su corazón. Y, si ha de decirse que Ana Bessy era feliz, pues lo vamos a decir.

Llevaba una vida sencilla, y en medio de esa sencillez, no pedía nada más; y era feliz. Sin embargo, el diablo, “que nunca duerme”, no era muy amigo de esa felicidad, y se metió un día en la casa para llevar la tragedia a la vida de Ana Bessy.

LA VISITA

Jorge estaba con ella. El anciano dormía en el segundo piso, y Ana Bessy acababa de salir del baño, envuelta en una toalla tan blanca como su pureza, olía a flores, y sonreía.

Jorge, más enamorado cada vez, no se cansaba de verla y, de haber tenido dientes en la mirada, con la mirada se la hubiera comido.

Platicaban de esas cosas que a los enamorados les parecen interesantes, y con ellos estaba el niño, el hermano de Ana Bessy, no había malicia alrededor, y Ana Bessy le dijo a su novio que la esperara un momento porque iba a vestirse.

Pero, no había terminado de decir estas palabras, cuando se escuchó el motor de un carro que se detenía frente a la casa. El motor se apagó, se escuchó el golpe de una puerta al cerrarse y, segundos después, se oyó el portón de la entrada cuando se abría.

“¡Alguien viene! -gritó Ana Bessy- ¡La escalera! ¡Van a ver la escalera!”Jorge entendió el miedo de su novia, y rápido como el rayo, corrió a la escalera, subió a la tapia, escondió la escalera al otro lado del muro, y él se quedó debajo de las ramas del árbol de mango.

Pasaron varios segundos, luego un par de minutos, y de pronto escuchó gritos, el corazón se detuvo en su pecho y sintió deseos de saltar del muro, pero se contuvo, sin embargo, los gritos se escucharon ahora con más fuerza.

Era Ana Bessy la que gritaba, pero él no podía entender lo que decía.Y tan rápido como habían aparecido, los gritos se desvanecieron. Se escuchó la puerta de entrada al cerrarse con fuerza, y luego el portón que daba a la calle, se encendió el motor del carro y las llantas chirriaron al rozar con fuerza el suelo.

Jorge esperó un momento, en el que se oyó el grito de un niño. Puso la escalera y bajó tan rápido como había subido, cuando llegó a la sala lo que vio heló la sangre en sus venas.

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JORGE

Hoy es un hombre de treinta y siete años, se hizo ingeniero y tiene una familia bonita...

“No la olvido -me dijo, tratando de esconder el velo que las lágrimas pusieron sobre sus ojos-; fue mi primera novia. Nunca le toqué ni las manos, pero sé que me enamoré de ella. Era tan sencilla, tan noble, tan pura... y murió de esa forma tan horrible...”.Hace una pausa, se limpia las lágrimas con el dorso de una mano, y sonríe, como si sonriendo se pueden ocultar el dolor y el odio.

“Entré a la sala -agregó, después de tomar un poco de agua-, y allí estaba el niño, gritando como loco, de rodillas frente a ella. Ana Bessy estaba en el suelo, desnuda, con la toalla a sus pies, y sobre un charco de sangre espumosa, porque espumosa le salía la sangre por la boca, por la nariz y por los oídos. Tenía los ojos abiertos y me miraba desde el suelo con una horrible desesperación, quería decirme algo y solo alcancé a escuchar un nombre: “Juan, Juan me quiso violar... Juan me mató”. Yo miré al niño, que ya no gritaba, y me vio con ojos en los que se notaba el terror”. Jorge hace una pausa, pone en silencio el televisor, en el que se suceden una a otra las imágenes de Juan Orlando Hernández caminando despacio, encadenado de pies y manos, y vuelve a beber agua.

“Quise hablar con el niño -añadió, segundos después-, pero este se metió corriendo debajo del comedor. Yo levanté la cabeza de Ana Bessy, y su sangre caliente me llenó las manos. Sus ojos verdes morían poco a poco, y yo estaba desesperado; y ella repetía aquel nombre... aunque yo, más que entenderlo, lo adivinaba porque la sangre ahogaba su voz mientras se le iba la vida”.

DENUNCIA

El muchacho, un adolescente más bien, esperó hasta que el agente de homicidios de la Policía de Investigación tuvo tiempo para atenderlo.

Venía a poner una denuncia.

“¿Qué denuncia es esa?” -le preguntó el detective-.

“Yo vi cuando un hombre quiso violar a mi hermana, y la mató”.

“¿Dónde fue eso?”.

“En una casa de Lomas de Toncontín”.

“A ver, cuénteme lo que pasó”.

“Mi hermana se llamaba Ana Bessy -dijo el muchacho- y cuidaba a un viejito...”.

“Espere un momento... ¿Cuántos años tenía usted en ese tiempo?”

“Cinco años”.

“Bien... O sea que el hecho sucedió...”.

“Hace diez años”.

“Bien... Continúe. Dígame lo que pasó”.

“Mi hermana venía de bañarse. Ese hombre siempre la molestaba, la enamoraba, quiero decir, pero ella no le hacía caso... hasta que esa mañana llegó a ver al papá... porque el viejito al que cuidaba mi hermana era el papá de aquel hombre y la vio que venía de bañarse... Y quiso abusar de ella... Yo le tenía miedo y me escondí debajo del comedor; por eso es que él no me vio. Y vi cuando quiso violar a mi hermana, le quitó la toalla y la dejó desnuda...”.

“¿Cuándo dice que sucedió el hecho?”.

“Hace diez años...”.

“Y ¿por qué viene hasta hoy a denunciar el crimen?”.

“Porque yo era solo un niño, y mi mamá me dijo que si decíamos algo, aquella gente nos iba a mandar a matar”.

“¿A qué gente se refería su mamá?”.

“A la familia del que mató a mi hermana...”.

“Bien. Vamos por partes, dígame cómo fue que la mató...”.

“Es que ella no se quiso dejar... dejar que la tocara, pues, y forcejearon... ¿Así se dice? Y como ella estaba mojada y él la estaba empujando, se deslizó, se fue para atrás, y pegó la cabeza en el filo de una de las gradas... cuando él vio que mi hermana empezaba a sangrar por la boca, por la nariz y por los oídos, salió corriendo y se fue en su carro...”.

“¿Sabe usted el nombre de este hombre...?”.

“Sí; lo sé... Se llama Juan... Ella se lo dijo a Jorge, el que era el novio, cuando estaba agonizando”.

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DNIC

El policía se arrellanó en el sillón, ordenó sus recuerdos mientras veía la pantalla del televisor en la que el expresidente subía las gradas hacia la oficina del Director de las Fuerzas Especiales, y dijo:“Así como dicen que mal pagan el diablo a quien bien le sirve, bien podemos decir que mal pagan los gringos a quien bien les sirve...”.

El ingeniero Jorge suspiró, y dijo: “Ana Bessy está viendo esto desde el cielo, y yo solo deseo que se le haga justicia. Era una inocente, y ese hombre maldito la destruyó... Pero Dios es justo... Dios es justo...”.Se limpió las lágrimas, y exclamó, mientras el general Sabillón respondía las preguntas de los periodistas: “¡Cómo son las cosas! -dijo-. Hace algunos años, el general Ramón Sabillón investigó el caso de Ana Bessy.

El hermano de ella habló con don David Romero Ellner, para pedirle que obligara a la Policía a investigar la muerte de su hermana...”.Se quebró la voz en sus labios, y le dedicó a su novia de adolescente sus últimas lágrimas.

Juan Orlando Hernández, cargado de cadenas, desapareció tras la puerta de vidrio. Jorge apagó el televisor, y dijo, a media voz: “Dicen que lo malo es malo, pero solo si nos descubren. Sé que Ana Bessy está feliz en el cielo”.

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