Crímenes

Crímenes: La trilliza que no murió (segunda parte)

Bien dice la Biblia que no hay nada oculto que no haya de ser manifestado
20.03.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Resumen. En su casa de bahareque y adobe, con techo de teja y piso de tierra, mataron una mañana a una mujer joven que acababa de salir del hospital del Seguro Social después de traer al mundo a tres hijas.Pero, de sus trillizas, una murió. Eso fue lo que le dijo el médico que la atendió.

Ella nunca vio el cuerpecito de su hija muerta. Cuando la mataron, cuidaba a sus dos niñas, acompañada de su abuela, mientras su esposo trabajaba. Nadie podía explicarse por qué la mataron. El asesino llegó a la casa y, sin decir palabra, le disparó siete veces en la cabeza. ¿Por qué la mataron? Aquel misterio duró veinticinco años...

ALMA

Es una mujer bonita, no muy alta, de rostro atractivo y ojos grandes de un color verde y miel. Está casada y tiene tres hijos. “Me llevé semejante susto cuando vi aquella foto en EL HERALDO -dice-; aquella cara era igualita a la mía, aunque más cuidada, por supuesto; y entonces, llamé a mi hermana Carla y le dije que viniera a mi casa, pero que se apurara todo lo que pudiera”.

Carla y Alma son hermanas, viven en la misma aldea desde que nacieron, y allí se casaron y tuvieron a sus hijos. Carla es el vivo retrato de su hermana. Es más, hay quien las confunde, y de no ser por una cicatriz que Alma tiene en el pulgar derecho, nadie diría que es ella. Son gemelas idénticas. Bueno, es lo que ellas creían, hasta ese día en que vieron aquel ejemplar de EL HERALDO donde una muchacha llamada Bertha anunciaba su compromiso matrimonial con su novio, un muchacho atractivo llamado Javier.

VEA: Selección de Grandes Crímenes: La trilliza que no murió

“¡Es igualita a nosotras! -gritó Alma, señalando la fotografía en el periódico-. Es igualita...”

Las gemelas se quedaron viendo por largos segundos. La abuela de su madre, su bisabuela, les había dicho, en varias ocasiones, que su mamá trajo a tres niñas al mundo, pero que una de ellas, la primera y la más fuerte, había muerto casi después de nacer.

“Ustedes eran trillizas -les dijo la anciana, ya muy anciana como para recordar todos los detalles- y su mamá vino a la casa muy triste porque había perdido a su niña. Y más triste estaba porque ni siquiera pudo ver el cuerpo de la niña muerta... Y todo se quedó así porque dos días después de haber salido del Seguro, un hombre vino a la casa y la mató a balazos... Y entonces nos tocó a nosotros crecerlas a ustedes”.

“¿Y por qué mataron a mi mamá?” -preguntaba una de las gemelas. “Pues, nunca se supo... Solo vino ese maldecido y le disparó en la cara... Y allí la dejó, muerta... Nunca supimos nada porque ni la Policía averiguó...”

La bisabuela de las muchachas murió hacía ya mucho tiempo y para ellas la vida siguió su curso normal. Su papá se dedicó a criarlas, con la ayuda de dos de sus hermanas, y nunca se casó. Tampoco él supo por qué mataron a su mujer si no tenían enemigos y nunca se metían con nadie.

PADRE

Esa tarde, cuando el papá regresó del trabajo, las muchachas lo estaban esperando en compañía de sus esposos. Le tenían aquella noticia que iba a revolver en el hombre, ya viejo, muchos horribles recuerdos.

“Es igualita a ustedes -dijo, cuando vio la fotografía de Bertha-; es como si fueran hermanas...”

“Papá -le dijo Alma-, ¿y no sería que a mi mamá le robaron a la niña en el Seguro y por eso le dijeron que se le había muerto? ¿No será eso? Porque mire, esta muchacha es idéntica a nosotras... Y para cualquiera, ella es hermana de Carla y mía... ¿No cree usted?”

El señor se quedó pensando por algún tiempo. “¿Robarle a la niña en el Seguro? -se preguntó, al final de una pausa larga en la que vinieron a su mente muchas ideas-.

¿Robarle a la niña? Pero, ¿quién?” “No sé, papá -le dijo Alma-; algún pícaro, de los que abundan por todas partes... Y mire, usted, la desgracia mayor fue que mataron a mi mamá recién salida del hospital”.

El padre se puso de pie. “Mañana voy a ir a poner la denuncia a la Policía -dijo-. Y vamos a ver si esta muchacha es la hija trilliza que le robaron a mi mujer hace más de veinticinco años...”

ADEMÁS: Selección de Grandes Crímenes: La banda de los verdugos

DENUNCIA

El detective que atendió al señor no podía creer aquella historia, pero allí estaba el periódico, y allí estaban las muchachas, Alma y Carla, que eran como tres gotas de agua.

“Aquí tengo el expediente de la muerte de su esposa -dijo el agente, desempolvando una vieja carpeta-; vemos que la mataron dos días después de haber salido del Seguro Social en el barrio La Granja... Y los agentes que llevaron el caso en aquel tiempo, dicen aquí que no saben por qué mataron a la señora, que era una mujer sencilla que nunca tuvo enemigos ni se metía con nadie...

El asesino llegó a la casa, no dijo nada, se fue hacia donde ella estaba y le disparó siete veces, lo que significa que tenía que asegurarse que la mujer muriera... Pero, ¿por qué?” “Tal vez allí esté la respuesta... En la muerte de la trilliza...” “Que, si se trata de esta muchacha llamada Bertha, pues, no fue una muerte; fue un robo, y alguien poderoso fue el que se la robó, y para evitar que alguien revolviera el caso, mandó a matar a la madre... Creo que está claro... Hay que hablar con Bertha”

BERTHA

Es una mujer bonita, alegre, de ojos verdes y miel, no muy alta, pelo bien cuidado y piel tersa. En todo lo demás, se parece a Alma y a Carla. Tiene el mismo lunar en la mejilla izquierda y es zurda, como las otras muchachas. Habla tres idiomas y es arquitecta, con especialidad en urbanismo, graduada en Brasil.

“Somos igualitas” -dijo, cuando vio a Alma y a Carla. “A lo mejor es porque somos hermanas trillizas -le dijo Alma-; y a lo mejor usted es la hijita que le robaron a mi mamá en el Seguro, y que le dijeron que se había muerto...”

Bertha se quedó con la boca abierta. “Mi papá se llamaba Eduardo -dijo- y era médico... Y mi mamá se llama Guillermina y es doctora... No veo cómo podemos ser hermanas trillizas...”

“A ver -le dijo Alma, mientras el papá callaba y se tragaba sus propias lágrimas-, vamos a salir del ‘máiz’ picado... Si me dice usted que no, pues, es que estamos equivocadas, y como hay siete caras parecidas en el mundo...”

Bertha, que estaba confundida, dijo: “Ajá”. “Alma y yo tenemos aquí... en la parte... usted sabe, en la frente de la parte, un lunar café que es casi como una estrella, y no es muy grande...”

Bertha se fue para atrás. “¡Yo tengo el mismo lunar en el pubis!” -exclamó. “¿Qué es eso de pubis?” -dijo Carla. “La frente de la parte, vos... Uy, van a decir que somos unas burras...” Bertha no sabía qué decir. Había aceptado hablar con aquellas mujeres a instancias del agente de la Policía de Investigación en secreto, sin que nadie se diera cuenta, mientras se aclaraban muchas cosas. Y el policía las había llevado, con dos testigos, el padre de las gemelas, sus esposos y una tía de ellas, a un restaurante muy reservado. Pero, todo había salido como no se esperaba.

Bertha era hermana de Alma y de Carla, de eso no cabía duda. Y, aunque el detective propuso que se hicieran una prueba de ADN, Bertha no aceptó la propuesta y dijo: “No hay duda. Las tres somos hermanas... Pero, ¿cómo es posible?”

“Pues, parece que sí lo es”. “Mi mamá tiene que darme algunas explicaciones...” “El problema, señorita -le dijo el detective a cargo del caso-, es que hay un asesinato de por medio, y si es usted la trilliza robada en el hospital del Seguro, creo que la Policía va a tener que averiguar ciertas cosas sobre su padre...” “Pues, si hay que averiguar, hay que hacerlo”.

MINA

Es una mujer de setenta años, peina canas en su pelo corto, corto como el de Beatriz Valle, y a pesar de sus años, conserva rasgos de su antigua belleza. Se sentó en la sala de su casa, miró a su hija Bertha y le dijo: “¿Qué es lo que querés saber?” “La verdad, mamá”.

Mina miró por un momento a su hija, luego, dirigió una mirada triste a Carla y a Alma, y vio por último al padre, que parecía muerto en vida. Los policías esperaban afuera.

Eran dos detectives que, a pesar de estar interesados en el caso, aceptaron que la doctora Mina hablara a solas con su hija y con las que, a todas luces, eran sus hermanas.

“Yo no podía tener hijos -empezó diciendo Mina-; y nada de lo que hicimos para poder tener uno sirvió de algo... Mi esposo me quería mucho y no aceptó separarse de mí, como yo se lo pedía... Me propuso que adoptáramos una niña, porque siempre me gustaron las niñas, y yo dudé mucho. Hasta que un día, mi esposo llegó a la casa con una bebé recién nacida. Era muy linda y yo me enamoré de ella desde que la vi.

Eras vos, Bertha, y te quise desde ese momento, desde el momento en que entraste a mi vida. Pero, mi esposo no me dijo cómo era que te había traído. Él era gineco-obstetra y trabajó en el sistema público por mucho tiempo. Esa noche estaba haciendo el turno a un amigo y llegó a la casa con vos... Fue cuando le detectaron cáncer de estómago -y se negó a recibir tratamiento- cuando me confesó que una mujer, una campesina muy pobre, parió trillizas en el Seguro, y que él la atendió en el parto.

Fue allí donde decidió quedarse con una niña y una enfermera le ayudó a sacarla del hospital. Y te criamos como si fueras hija nuestra, con amor...” No pudo seguir. “¿Sabías, mamá -le dijo Bertha-, que a esa señora, a esa campesina pobre que nos parió a las tres en el Seguro Social, la mataron dos días después?” Mina levantó la cabeza, asombrada. “No, hija. No lo sabía”. “No me mientas, mamá... Hay verdades que deben saberse completas”.

“Te juro, hija, que no lo sabía...” “Mi papá mandó a matar a esa señora, a esa mujer que era mi verdadera madre”. “¡No digás eso! Tu padre era un hombre bueno”. “Yo sé... pero... a esa señora la mataron, y no había razones para que le quitaran la vida de aquella forma, al menos que alguien quisiera esconder un secreto que de saberse le hubiera destruido la vida”. “Hija...” “Este señor es mi verdadero padre” -dijo Bertha. “Lo es”. “Ahora, mamá, los policías van a querer hablar con vos...”

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