Crímenes

Grandes Crímenes: Un caso imposible (Tercera parte)

Yo lo protegí del ‘Tigre’ Bonilla -me dijo don Arturo Corrales, una tarde en que nos reunimos en su oficina de ministro de Seguridad-; Juan Carlos Bonilla tenía sus cosas, y no quería a Sabillón en la Policía”
21.05.2023

RESUMEN. ¿Dónde estaba Carla? ¿Cómo había desaparecido? ¿Era una buena hipótesis la del general Ramón Antonio Sabillón? ¿Alguien, en la empresa de Santos, sabía algo que pudiera servirles a los policías para seguir con la investigación? Había pasado mucho tiempo, y Santos vivía una vida tranquila, dedicada a su familia y a su trabajo, pero, como dijo el general Sabillón, ¿guardó siempre en sus intestinos los deseos de venganza por el engaño que Carla le hizo? ¿Era culpable, como pensaba el general? Si era así, ¿cómo resolverían el misterio los agentes de la DPI?

GENERAL

“Estábamos ante un crimen raro -siguió diciendo el general Sabillón, después de acomodarse en el sillón, con su copa de vino de arrayán en una mano-; un crimen parecido a muchos en los que sigue trabajando la Policía, como el de la desaparición de Angie y de otras tres muchachas, pero en este había una diferencia.

No se había encontrado el vehículo ni nada que perteneciera a la víctima, o supuesta víctima; y era como si hubiera volado directamente al cielo con todo y carro, o que se la hubiera tragado la tierra. Y algo así es imposible que suceda.

Algo había pasado en el camino, después de la salida hacia Olancho, más allá de la colonia Cerro Grande, y más allá del Crematorio Municipal y hasta del Rastro Municipal... Y la Policía no cree en fantasmas... Alguien había interceptado a la muchacha en algún punto de la carretera, la había sometido, la raptaron, y se llevaron también el vehículo, para no dejar pistas de ninguna clase; pero, el vehículo no ha aparecido, lo que significa que no lo abandonaron, que no lo dejaron ir a un abismo y que no lo quemaron.

Es posible que esté en algún lugar secreto, en algún taller, o que ya le hayan cambiado pintura, o lo hayan sacado del país. Y encontrar el vehículo sería un buen indicio...”Tomó un sorbo de vino, y luego, agregó:“En la investigación criminal es casi lo mismo que en la cocina. Un buen chef no descuida detalle, no pone más de esto, ni menos, para lograr un platillo de excelencia.

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La investigación criminal debe poner atención en cada detalle, en cada dato, en cada señal, porque, por muy insignificante que parezca, puede ser de gran importancia. Así que, metiéndome más en el trabajo de los muchachos, les dije que investigaran el rol de los camiones del abogado Santos ese día, o sea, el día de la desaparición de Carla... Yo creía que si la mujer había desaparecido de esa forma tan... perfecta, podemos decir, era porque alguien lo había planificado desde hacía mucho tiempo y había puesto especial cuidado en cada detalle.

Sin embargo, y en esto el investigador criminal tiene que hacer énfasis, es que un crimen de este tipo no se comete solo; el criminal no actúa solo. Forzosamente necesita alguien en quien confiar. Una persona, dos o tres, pero de su entera confianza, a quienes no solo trata bien, sino, a quienes les paga bien... Y este es el punto débil del crimen perfecto... Y así se los hice saber a los agentes de la DPI.

No hay crimen perfecto -les dije-, y eso lo sabemos bien. Alguien, en alguna parte, sabe algo; el cerebro de este crimen, el autor intelectual, debe tener cómplices, y no todos los cómplices son leales, o son perfectos cómplices a la hora de guardar secretos, o a la hora de seguir las instrucciones que ha recibido, y que son, por ejemplo: no hablar con la víctima, no tocarla más de lo necesario, no golpearla, no quitarle nada de lo que lleve encima, no mencionar ningún nombre.

Esto es, hacer las cosas tal y como se han planificado. Y así, en opinión de los delincuentes de alto perfil, se consigue el crimen perfecto. Pero, se equivocan... Siempre queda un rastro, una seña, algo... algo en apariencia sin importancia, como la colilla de cigarro que apareció en un solar baldío en la colonia Lomas del Guijarro, entre un grupo de piedras, a unos metros de donde estaba tirada la cabeza de un hombre... No había nada más. Pero, los detectives de homicidios resolvieron el crimen...”.

CASO

El general se toma un descanso. Cuando habla de su trabajo, se emociona, porque, como él dice, se es policía hasta el último día de vida, aunque ya no se vista el sagrado uniforme. Todavía lo recuerdo, en aquellos ya lejanos días de principios de 2010, cuando lo conocí en la Subdirección de la Policía Nacional, cuando el general René Maradiaga Panchamé era el subdirector.

“Sabillón es un hombre sencillo -me dijo el general Panchamé-, y es un buen policía. Es abogado y tiene varias maestrías; y es bueno con los idiomas. Yo le aseguro, chief, que Sabillón va a llegar lejos, si es que estos alacranes que nos rodean en Casamata no le ponen zancadillas”.

Y el general Sabillón llegó muy lejos en su carrera. De director de la Policía Nacional se convirtió en ministro de Seguridad.“Yo lo protegí del ‘Tigre’ Bonilla -me dijo don Arturo Corrales, una tarde en que nos reunimos en su oficina de ministro de Seguridad-; Juan Carlos Bonilla tenía sus cosas, y no quería a Sabillón en la Policía; quería destruirlo, y nunca supe por qué; pero, yo lo protegí, y mire, Carmilla, ahora es director de la Policía...”

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“Mi general Sabillón es un buen comandante -decían en la Policía-; lo mejor es que es honrado, y es justo con nosotros...”

.El general sonríe cuando recordamos todo esto, y, humilde como es, dice: “Todo se lo debo a Dios y a su Hijo, Jesús de Nazareth... Solo he cumplido con mi deber de policía a lo largo de mi carrera, y le aseguro, Carmilla, que quisiera hacer mucho más para darles seguridad efectiva a todos los hondureños, porque la seguridad es necesaria para la inversión, y para que mis compatriotas trabajen en paz”.Hace otra pausa. Es muy poco lo que le gusta hablar de sí mismo.

“Pero, volvamos al caso de Carla -me dice, recobrando el entusiasmo-. Cuando los muchachos llegaron a la empresa de Santos, pidieron el rol de los camiones del día de la desaparición de la muchacha, y se encontraron con que tres camiones grandes viajaron a la zona de Olancho ese día. Uno, en la madrugada, otro, a las diez de la mañana, y el tercero, media hora después. Los tres iban vacíos. Supuestamente iban por fruta, por granos y hasta por carne...

Entonces, les dije a los muchachos que revisaran el regreso. Y uno de los camiones, el que salió por último, regresó al plantel la noche del día siguiente. Lo bueno en esto es que este camión tiene una plataforma, que se baja hidráulicamente, y que se extiende casi tres metros hacia afuera. Es una plataforma de metal, por la que, perfectamente, subieron el carro de Carla para llevárselo sin ningún problema...

A esto, la mujer ya iba en algún otro vehículo. Ahora bien, cuando los muchachos revisaron el camión, no encontraron nada, absolutamente nada que nos dijera que habían subido allí un vehículo. Lo habían lavado bien... Pero, se les olvidó que la Policía no es tonta. Teníamos que hablar con el chofer”.

El general sonríe; se acerca al final del caso, y se siente satisfecho. Ya no toma más vino de arrayán, porque tiene que trabajar, y pide un poco de agua.

EL CHOFER

A eso de las seis de la mañana, un equipo de policías llegó a la casa de Jorge, el chofer del camión de Santos. Tenían una orden judicial. Era la mejor forma de asustarlo y de presionarlo a que dijera lo que sabía, si es que algo sabía de la desaparición de la muchacha. Pero Jorge no estaba. Se había ido mojado para Estados Unidos el día anterior, y ya le había hablado a su esposa desde la frontera de Tecun Umán, entre Guatemala y México. Sin embargo, la señora se asustó mucho al ver a los policías rodeando la casa.

“Si ustedes buscan a mi marido por el anillo que agarró, pues, yo ya lo vendí”.Los policías no esperaban algo así, pero no le dijeron nada a la mujer.“Usted sabía que ese anillo era de la muchacha que su marido se llevó en el camión, ¿verdad?”

“Mi marido no se ha llevado a nadie. Lo que se llevó fue el carro, porque se lo dijeron... Pero de esa mujer, nada le hizo mi marido... Y solo fue que le quitó el anillo... Y yo lo vendí para conseguirle dinero para que se fuera, porque él no quiere que lo estén metiendo en problemas con lo del viejo que se perdió en San Pedro, y menos con lo de esa mujer...”

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“Es que esa mujer le pagó mal al patrón de su esposo...”

“Sí, pero ese es asunto de don Santos y de ella, y mi marido nada tiene que ver...”

“¿Sabe para donde se llevaron a la muchacha?” “No. Yo le dije a Jorge que mejor se fuera, porque si ustedes averiguaban algo, don Santos lo iba a mandar a matar...”“Y, el anillo, ¿quién lo tiene?” “El de la pulpería de enfrente; don Chilo... Me dio tres mil lempiras, pero el viejo ese es un pícaro, porque ese anillo vale más; mucho más...”.

Don Chilo entregó el anillo de inmediato, y se lamentó porque nadie le iba a devolver los tres mil lempiras. “A mí no me queda ese anillo, y no me gustan esas cosas finas, que parece más bien que uno de pobre es que se las ha robado...”.

Eso dijo la mujer, y la Policía se comunicó con una de las hermanas de Carla. Ese era uno de sus anillos. Ahora, era cosa de saber donde estaba el carro, y donde estaba ella...

NOTA FINAL

Pero, estas cosas no se iban a saber sino hasta un mes más tarde, cuando Jorge llamó a su esposa desde un lugar de México. Le dijo que estaba trabajando de guardia en un bar, y que iba a cruzar a Estados Unidos en un mes más.

“La Policía te está buscando -le dijo ella-, y yo sé que me tienen vigilada la casa”.

“Yo no tengo nada que ver en la desaparición de doña Carla; eso es cosa de don Santos... Esperó dos años para vengarse, y mató al viejo con el que ella lo engañó... Pero, yo solo llevé el carro a una chatarrera, ya desarmado, donde no lo van a encontrar nunca...”

“La Policía quiere saber dónde está la mujer...”“¿Verdad que los policías están allí, con vos?”

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“Sí. Y quieren ayudarte”.

“Aunque me salve de los policías, no me le voy a escapar a don Santos...”Un agente tomó el teléfono.“

Jorge, soy el agente que investiga la desaparición de doña Carla... Si nos ayuda, le vamos a ayudar...” “Yo no quiero hablar con ustedes. Si don Santos se da cuenta, va a mandar a matar a mi familia... Yo no sabía que ese señor era tan malo...”

“Le vamos a proteger a su familia... Si usted sabe dónde está la muchacha, sólo dígalo... y eso le va a ayudar a usted, porque usted solo recibió órdenes de su patrón...”

“Yo me robé el anillo... Y eso me hace culpable, señor”

“Nos vamos a olvidar de eso si nos ayuda”. Jorge hizo silencio. Cortó la llamada, y marcó medio minuto después. “A esa mujer la enterró viva don Santos” -dijo.

Y cortó la llamada de nuevo. No volvió a llamar. Ha pasado el tiempo, y los agentes no tienen forma de incriminar a Santos en la desaparición de Carla. No han encontrado restos del carro, y no saben si es verdad lo que dijo Jorge, de que a Carla la enterraron viva... Y también tiene que averiguar dónde está el cuerpo del amante de Carla.

“Pero, no nos hemos rendido -exclama el general Sabillón-; desenredamos la madeja, resolvimos el misterio, y ya solo nos queda amarrar algunos cabos sueltos, para acusar formalmente a este señor... Como ve, Carmilla, la Policía Nacional sirve, protege y resuelve crímenes... Y de eso me siento muy orgulloso.

Me siento muy orgulloso de los muchachos y muchachas de la Dirección Policial de Investigaciones”.

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El general Sabillón hace una última pausa. La conversación ha terminado.“Pero, pronto le vamos a hacer justicia a la muchacha. Ya va a ver usted”- dice, con una sonrisa de satisfacción.