Crímenes

El relato de Carmilla Wyler: Un crimen misterioso (Parte II)

Hasta el día de hoy, la muerte de Carlos sigue siendo un misterio… aunque…
08.11.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- ¿Quién mató a Carlos Cruz Rosales?

A pesar de que los detectives de homicidios de la Dirección Nacional de Investigación, DNIC, hoy Dirección Policial de Investigaciones, DPI, estaban seguros de tener identificado a un sospechoso, el propio fiscal dijo que era difícil que el juez aceptara la historia de los policías y que ordenara la captura. Algo raro en un fiscal porque con el menor y más absurdo de los chismes llevan a cualquiera a podrirse en la cárcel, aunque después resulte inocente, como cuando presentaron ante una terna de jueces “sabios” el testimonio de una mujer muerta, que solo resucitó para decir el nombre de su asesino, y después volvió a morirse.

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Sin embargo, el agente que llevó el caso de Carlos “está seguro de que había encontrado al criminal”, pero, ¿por qué no podía probar su culpabilidad? ¿Qué tanto de verdad tenían los chismes de los vecinos de la aldea, si es que en los chismes hay algo de verdad? Y, ¿por qué aquel niño, hijo de Mina y Manlio, era diferente a sus dos hermanos?

“Fíjense bien. Fíjense bien. Las respuestas que buscan están ante sus ojos”.

Manlio

Era un hombre delgado, no muy alto, de piel cobriza y ojos negros, en los que había una frialdad como de serpiente. Se bajó de su carro y, sin decir más, se acercó a los policías que lo esperaban.

“Sé que me andan buscando por lo de la muerte de Carlos –les dijo, sin molestarse en saludar–. ¿De qué quieren hablarme?”

“¿Sabe usted quién lo mató?”

“No, no lo sé”.

“Sabemos que usted y Carlos eran… enemigos”.

“Tanto como eso, no… No nos llevábamos, y ya…”

“Pero, de niños eran buenos amigos…”

“Las cosas cambian…”

“¿Por qué se enemistaron?”

“Él se alejó de mí porque Mina, mi esposa, me prefirió para compañero de vida… Él estaba enamorado de ella, mejor dicho, obsesionado, y se enfureció porque ella se fue conmigo… Por eso”.

“Y, ¿usted lo odiaba?”

“Yo no odio ni he odiado a nadie, señores… No tengo tiempo ni entrañas para eso…”

“Pero, a Carlos lo mataron…”

“Eso ya se sabe”.

“Y, creemos que usted debe acompañarnos para contestar algunas preguntas…”

“¿Acompañarlos? ¿A dónde? ¿Es que no les estoy contestando las preguntas que quieren? Ahora, si sospechan de mí, ya pueden presentarme una orden de captura, y con gusto me voy con ustedes… Tengo diez personas que pueden atestiguar que estuve con ellas la noche en que mataron a Carlos… Así que, si quieren perder su tiempo, traigan una orden y me voy con ustedes…”

“Podemos detenerlo para investigación…”

“Ustedes pueden hasta secuestrarme… ya lo sé, pero no tienen nada seguro que les diga que yo maté a alguien… Así que, si solo van a tratar de intimidarme en vez de hablar conmigo como la gente lógica que se supone que son, no estamos haciendo nada… A Carlos lo mató alguien que tenía problemas con él… Y les aseguro que no fui yo…”

“¿Tenía usted problemas con él?”

“Él se alejó cuando me casé con Mina, y nunca más nos dirigimos la palabra; ni siquiera cuando Mina murió, doce años después… Hace dos años murió mi esposa, y tampoco he tenido, o tuve relación con él… ¿Por qué iba a matarlo?”

“Por celos”.

“¿Celos? No, señores, no sentí eso antes, y no lo siento ahora… Mina fue una buena mujer…”

“Tan buena, señor, que, si se fija bien, uno de sus niños es muy diferente a los otros dos…”

En ese momento, los ojos de Manlio echaron chispas. Se llevó la mano a la cintura donde ocultaba bajo el faldón de la camisa una pistola.

“¿Quién es el maldito que se ha atrevido a manchar la memoria de mi mujer con semejante falsedad?” –gritó.

Los detectives dieron un paso atrás.

“En esta tierra, señores –agregó Manlio–, una ofensa como esa se paga muy cara, así sean tres miserables policías los que la hagan…”

Los policías se tocaron las armas.

“Les aseguro que antes de que las saquen estarán muertos… Mejor váyanse, y si tienen algo en mi contra, vuelvan por mí, pero jamás se atrevan a volver a ofender a mi esposa…”

Manlio lloraba, más de dolor que de cólera.

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“Eso que acaba usted de hacer, señor –le dijo un detective–, es suficiente para arrestarlo…”

“No saldrían de la aldea conmigo, señores –respondió Manlio–. Miren a su alrededor”.

Había cinco hombres mal encarados, y con armas al cinto, cerca de ellos.

“Nos moriríamos todos, y solo porque ustedes se dejan llevar por chismes y se atreven a ofender la memoria de una muerta… Ustedes deciden…”

Retirada

Los detectives dieron un paso atrás, sin embargo, no se fueron de la aldea. En una pulpería hicieron más preguntas.

“¿Sabe usted si Carlos Cruz tenía más enemigos aparte de su primo Manlio?” –le preguntaron al dueño, luego de pagarle los refrescos y las semitas que sería el almuerzo.

“A mí no me pregunten nada…”

“Solo es una pregunta sencilla, señor…”

“Yo no sé si Manlio y Carlos eran enemigos… Ustedes quieren comprometerlo a uno, y por alguien que no vale la pena”.

“No lo entiendo, señor… ¿Quién no vale la pena? ¿Carlos o Manlio?”

“Miren, señores, esta es una pulpería y no una casa de chismes…”

“Solo hacemos nuestro trabajo, señor, y es investigar la muerte de Carlos… Nosotros creemos que el que lo mató le tenía un odio grande, tal vez porque Carlos le hizo un daño grave, una grave ofensa… y por eso lo vigió y lo mató… a machetazo limpio…”

“Ya… Y, ¿no se han puesto a pensar por qué lo mataron a machetazos y no a bala pura? ¿No era más fácil así?”

“¿Qué nos quiere decir?”

“Que, tal vez el que lo mató no tiene arma de fuego, señores, y por eso lo atacó con el guarizama…”

“¿Con el guarizama? ¿Por qué dice que fue con un guarizama?”

“Solo hay que ver las heridas, señor. Un simple machete no es ni tan largo ni tan pesado como ese con el que mataron a Carlos… Y deben tomar en cuenta que un guarizama no lo maneja cualquiera…”

“¿Qué nos quiere decir?”

“Que si Manlio hubiera querido matar a Carlos, lo hubiera hecho hace años, y no ahora… Además, no veo por qué Manlio tenía que matar a ese hombre… Fueron amigos de niños, Carlos se alejó, buscó su propio camino, y Manlio siguió su vida, hasta que el cáncer le llevó a Mina, la esposa… Y Manlio es un hombre serio, que se enfrentó a su desgracia como los machos, pero de ahí a que guardara odio contra Carlos, no lo creo, y menos que él lo haya matado… Si es por ahí por donde andan ustedes, andan perdidos porque aquí van a encontrar diez, veinte, cien personas que vamos a atestiguar que estuvimos con Manlio la noche que mataron a ese… a ese muchacho”.

“Veo que usted no tenía una buena opinión de Carlos Cruz”.

El hombre dudó un momento. Había entendido que estaba hablando de más.

“No muy buena, que digamos…”

“¿Desde cuándo, señor?”

“Desde cuando ¿qué?”

“¿Desde cuándo no tiene usted una buena opinión de Carlos Cruz?”

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“Pues, desde que se enfureció porque Minita se fue con Manlio… Creo que estaba obsesionado con ella… Y más, después de lo que le pasó a la muchacha…”

“¿Lo del cáncer?”

“No, eso fue después… Hablo de lo que le pasó cuando tenía veinte años…”

El detective arrugó la frente.

“¿Qué fue lo que le pasó? ¿Puede contarnos?”

El hombre se mordió los labios, pero tenía ganas de hablar.

“Lo de la violación”.

Los detectives dejaron pasar un tiempo.

“¿Violación? –preguntó uno de ellos–. ¿Cuál violación? ¿Es qué alguien violó a Mina?”

“Sí, cuando tenía veinte años… Hace ya mucho de eso… Diez años, creo yo…”

“¿Cómo fue eso?”

“Ella venía del centro de salud… Era tarde ya y venía la tormenta… Alguien la vigiaba, la secuestró, se la llevó a la quebrada, amenazada tal vez, y la violó… Allí estuvo desmayada hasta que la encontraron unos arrieros de ganado… La habían golpeado y tardó en recuperarse…”

“¿Se supo quién fue?”

El hombre se rascó detrás de una oreja.

“Pues, ya pueden imaginarse ustedes de quién sospechó la gente…”

“De Carlos Cruz Rosales”.

“Así es… Él siempre estuvo enamorado de ella… y, pues, era lógico”.

“Y ella, ¿reconoció al que la atacó?”

“No… O no quiso decir quién fue, si es que lo reconoció… Pero, Minita era mi sobrina, y yo sé que era una niña sincera y buena, y que decía la verdad. Si hubiera estado segura de saber quién la había atacado, ella lo hubiera dicho… Pero, en la aldea quedaba la duda, y hasta hoy… Lo peor fue que quedó embarazada, y que tuvo así a su segundo hijo…”

“¿El que es diferente a sus dos hermanos?”

“Sí, ese… Pero, Manlio la quería mucho, y no le importó… Ahí está criando al niño como si fuera propio, aunque es… diferente…”

“¿Se parece a Carlos?”

La pregunta del detective fue directa.

“Pues, en verdad, no… No se parece a él… ni a la familia, aunque aquí todos, o casi todos, somos familia… Pero el niño es… distinto… aunque tiene los ojos de la mamá…”

“¿Sabe usted si Manlio le reclamó alguna vez algo a Carlos?”

“No, nunca… Y parece que a Carlos no le importó lo que le había pasado a Mina… aunque aquí todos sospechábamos de él…”

“¿Cree usted que si Manlio hubiera sabido que él era el culpable de la violación…”

“Lo hubiera matado desde hace diez años… y a balazo limpio, y no a traición, como lo mataron”.

“¿Sabe usted si por esos días se vio en la aldea a algún extraño?”

“Siempre viene gente… Vendedores, choferes… gente sin oficio…”

“¿Nadie vio a Mina cuando la llevaban a la fuerza hacia el río?”

“Quebrada, señor. Aquí el río está retirado. Y no, nadie la vio… Iba a llover, y aquí los inviernos son duros, y Mina venía sola… Además, allí, por el centro de salud, es solitario, hay potreros y las casas están alejadas… Y para llegar a la quebrada es solo unos cincuenta pasos…”

“¿Nadie escuchó a Mina pedir ayuda?”

“Nadie recuerda nada… Tal vez la llevaban amenazada de muerte”.

“Y, ¿usted cree que fue Carlos el que le hizo eso?”

“Aquí todos creemos eso, pero una cosa es creer algo, y otra muy distinta poder probarlo… Se supone que Carlos en ese momento estaba en los corrales del papá, con las vacas, y Mina no reconoció al que la atacó…”

“Pero, se sospechó de Carlos…”

“Sobre todo, señor, porque uno de los mozos del papá de Carlos dijo que el chavalo no estaba con ellos esa tarde, como dijeron después… Que llegó cuando ya estaba lloviendo… Y fue despuesito cuando se supo que había atacado a Mina…”

“¿Cuál fue la reacción de Manlio?”

“La normal, señor… Primero, asistió a su esposa, después, se dedicó a buscar al delincuente…”

“Y habló con Carlos…”

“No sé…”

“¿Se sabe si Mina le dijo algo?”

“Lo mismo que dijo desde el principio… Ahora, díganme ustedes, si Manlio es culpable de la muerte de Carlos, ¿por qué lo mató? ¿Por qué esperó tanto tiempo? ¿Por qué no lo mató a balazo limpio?”

Nota final

Hasta hoy, la muerte de Carlos sigue en el misterio. Tal vez no se sepa nunca quién lo mató, y por qué…