Honduras

'Ya llegó el negro': Honduras, un país donde también abundan el racismo y la discriminación

Consultas realizadas a personas de organizaciones indígenas y afrohondureñas establecen que el 72% de estos grupos han sido víctimas de discriminación racial

05.06.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El reloj casi marcaba las 7:00 de la mañana, la hora en la que su clase iniciaría. Era el primer día y quería llegar puntual, pero lo único que encontró fue comentarios burdos de quien sería su profesor.

“Ya llegó el negro”, gritó el docente, cuando Raúl apenas pasaba la puerta de una de las aulas de clase del edificio 4B, mejor conocido como D1.

Él, un hombre de tes blanca, cabello castaño oscuro, ojos cafés, de contextura delgada y de aproximadamente un metro setenta de altura, tenía una voz tan fuerte e intimidadora como su mirada.

A Raúl no le pareció una broma, pero tampoco le respondió; siguió su camino y se acomodó en una de las sillas que milagrosamente estaban vacías en la parte de atrás del salón, donde se sentaron otros 40 estudiantes. Nadie dijo nada.

La clase comenzó. Los segundos parecían eternos, pero decidió quedarse en silencio cuando los comentarios por su color de piel subían de nivel. “Los primeros 20 minutos de la clase pasaba riéndose de mi”, recordó.

Era el 2015, en su primer periodo de clases en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), donde para ese año habían más de 11 mil estudiantes que pertenecían a un pueblo indígena o afrohondureño, todos estigmatizados más de alguna vez por su color de piel, por la forma en la que hablaban o por sus rasgos “diferentes”.

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Esa fue la conclusión de Raúl cuando EL HERALDO le preguntó si había sido víctima de racismo alguna vez. Su risa lo puso en evidencia, pero recordar sus días de escuela, colegio o cuando buscó trabajo y se lo negaron por ser negro, eso lo llevó a responder que “no creo que haya un negro que no haya sufrido racismo”.

De acuerdo con la Propuesta Política Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial en Honduras 2014-2022, la situación de discriminación racial de la población que vive con índices de pobreza extrema alcanza el 72%.

Los datos corresponden a consultas realizadas a unas 500 personas de organizaciones indígenas y afrohondureñas, pero debido a una muestra tan pequeña las cifras pueden ser superiores.

Las instituciones estatales no tienen información reciente sobre cuántos compatriotas pertenecen a algún grupo étnico, pero el censo de 2013 realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) establecía que 717,616 aseguraron tener raíces indígenas o afrodescendientes.

Es decir, que para ese entonces casi el nueve por ciento de la población hondureña pertenecía a estas minorías que son víctimas de racismo o discriminación por parte de particulares, pero también desde su institucionalidad, en palabras de Mirian Miranda, coordinadora de la Organización Fraternal Negra de Honduras (Ofraneh).

Y no estamos hablando de Estados Unidos, Europa o países donde se registran protestas tras la muerte de George Floyd, un afroestadounidense que falleció cuando era arrestado por varios policías en Mineápolis, Minesota. Uno de ellos presionó con su pierna el cuello del arrestado, mientras este le suplicaba que no podía respirar. Expiró de inmediato.

En Honduras situaciones de racismo y discriminación se viven de forma activa y pasiva, coinciden expertos y representantes de los grupos minoritarios.

El racismo también es definido por la Real Academia Española como la exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que suele motivar la discriminación o persecución de otro u otros con los que convive.

En términos más de sociología, consiste en cualquier teoría, doctrina, ideología o conjunto de ideas que enuncian un vínculo causal entre las características fenotípicas o genotípicas de individuos y sus rasgos intelectuales, culturales y de personalidad, incluido el falso concepto de la superioridad racial.

Pero ninguna de esas palabras describen el infierno que Raúl vivió durante un mes y medio, el tiempo que pudo soportar antes de retirar la clase.

“Los negros no piensan después de las doce”, “son unos maleantes”, “antes no tenían ni derechos” o comentarios como “esclavos tenían que ser” fueron los que soportó “todos los días de Dios”, de 7:00 a 8:00 de la mañana.

Durante ese tiempo sus compañeros tampoco dijeron nada, no le hablaban y algunos solo lo miraban con compasión, como si se tratara de un ser extraño, diferente a ellos; pero lo único que lo hacía diferente era su capacidad de sonreír pese a tantos problemas, incluso cuando lo culparon de haber robado un teléfono celular.

“Revisen al negro que seguramente él lo tiene”, gritó el docente, pese a que Raúl estaba al otro extremo de dónde se sentaba la persona que había perdido el móvil.

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Cuando todo el mundo lo miraba, sus ojos cafés se mostraron tristes, disgustados y cansados de tantas humillaciones, pero fue peor cuando lo revisaron como si se tratara de un delincuente.

“Yo me sentí…”, dijo dando un enorme suspiro y dejando a la imaginación esa palabra que describiría su dolor.

Para el sociólogo y también catedrático de la UNAH, Roberto Briceño, estas estigmatizaciones son constantes Honduras y el mundo, lo que ha obligado a los mismo grupos indígenas o afrohondureños a crear comunidades como medida de autodefensa.

Raúl, por ejemplo, vivó muchos años en la colonia Villa Nueva, donde sus primos, tíos y otros familiares residían cerca uno del otro. Este joven también tiene familia en la Kennedy y el Hato de Enmedio, dos de las colonias que concentran grandes grupos de afrodescendientes.

“La estigmatización hace que la gente se constituya en grupos… adoptan posiciones colectivas de autoprotección y autodefensa, disminuyen el riesgo de que alguien de un barrio o una comunidad le ocurra algo, la reacción es colectiva no es individual”, puntualizó el experto.

Un problema de Estado

La Constitución de Honduras establece en el artículo 60 que todos los hombres nacen libres e iguales en derechos.

“En Honduras no hay clases privilegiadas. Todos los hondureños son iguales ante la Ley. Se declara punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, clase y cualquier otra lesiva a la dignidad humana”, menciona la normativa, que para los expertos solamente se queda en papel.

De acuerdo con Briceño, la primera muestra de desigualdad se observa en las escuelas cuando los niños llevan un uniforme para verse iguales, pero en la realidad “existen las diferencias y desigualdades”.

Opinión que comparte la Mirian Miranda, coordinadora de Ofraneh, quien cuestionó que la misma Constitución de la República establece el idioma español como oficial, sabiendo que Honduras es un país pluricultural.

“Desde el momento en que nos atienden de diferente manera en las instituciones, cómo nos atienden o cómo ven diferente a una mujer garífuna que pone una denuncia, por supuesto que hay casos de muestra de racismo en todo lo que tiene que ver con la vida social del pueblo hondureño”, denunció Miranda.

Las palabras de la defensora de derechos humanos son fundamentadas con el informe “Niñez Indígena y Afrohondureña en la República de Honduras”, publicado en 2012 por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

El documento establece que para la primera mitad de los años 90, la esperanza de vida de los hombres indígenas era de 36 años, mientras que para las personas no indígenas aumentaba a 65.

En el caso de las mujeres indígenas la esperanza de vida era los 43 años, en relación a los 70 años del resto de la población femenina del país.

Esta situación no cambió mucho para inicios del año 2012 cuando los índices de mortalidad en menores indígenas de 1 año eran más altos (43.5 por cada 1,000 niños).

En cambio, en el resto de niños que no pertenecían a un grupo étnico la tasa de mortalidad alcanzaba el 31.9 por cada 1,000 niños, según el documento.

La excepción fueron los afrodescendientes, quienes tenían una tasa de mortalidad de 31.1 por cada 1,000 nacidos vivos.

Estos datos también aparecen en la Propuesta Política Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial en Honduras 2014-2022, donde también mencionan diferencias salariales.

No solo es racismo, también discriminación

Raúl ha sufrido discriminación por 25 años, casi 26. Cuando le preguntan si recuerda una historia que lo haya marcado no dudará en contestar “tengo varias”, luego sonreirá y preguntará “¿qué se puede hacer?”.

Su piel es negra, como muchas veces suele decirse en Honduras de una forma despectiva, pero él se siente orgulloso por ser descendiente de hombres y mujeres que por años han luchado ante tantas injusticias.

Mide aproximadamente un metro setenta, pero su contextura delgada y su rostro aniñado no lo hace aparentar su edad. Apenas alcanzaba los 21 años cuando ingresó a la UNAH, pero cuenta que sus peores días fueron en la escuela.

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De niño era bastante inquieto, siempre terminaba castigado porque sus compañeras lo delataban ante los profesores de la Escuela Urbana Mixta Guaymuras, en la capital, pero había una en específico que le hacía comentarios racistas.

Parecía una buena maestra hasta que se trataba de hablar de Raúl, un cipote “problemático”, pero recuerda que lo único que él quería era jugar y molestar a sus compañeras, como cualquier niño a los nueve años.

A medida creció, comprendió que esos comentarios eran más un problema social, un problema que no solo se trata de negros y blancos, sino de minorías.

Lencas, pech, miskitos, maya chortí, nahua, tawahkas, tolupanes o garífunas, no importaba a qué grupo étnico perteneciera, si no era blanco siempre recibiría comentarios discriminatorios.

En 2004 se creó la Comisión Nacional Contra la Discriminación Racial, el Racismo, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, para desarrollar mecanismos efectivos para erradicar este tipo de acciones en el país.

Sin embargo, para Miranda lo único que se ha hecho a través del Estado es invisibilizar lo que realmente ocurre.

“Cuando se aplica una ley o un artículo de la ley sin tomar en cuenta las costumbres de los pueblos, en el caso de los pueblos garífunas, de los pueblos indígenas, sobre cómo dirigimos o atendemos la problemática comunitaria, hablamos de racismo institucional”, afirmó.

Para 2020 Honduras alcanzó los 9,290,415 habitantes, pero no existe un dato exacto y vigente de cuántos pertenecen a grupos indígenas o afrohondureños.

Desde la escuela a Raúl le enseñaron de que esos grupos eran llamados minorías étnicas, porque representaban apenas un porcentaje de la población, pero no le dijeron que físicamente eran iguales: todos tenían dos ojos, dos piernas, dos brazos, un corazón, dos pulmones y el resto de órganos necesarios para vivir, que lo único que los hacía diferentes era el estigma de decirles “negros o indios”.