Siempre

Poesía amorosa escrita en Honduras

Sobre el amor se ha escrito desde tiempos inmemoriales. Este es el camino por el que alguna vez han pasado los poetas... Una y otra vez
23.04.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Una nube, un río, una ciudad solitaria en la noche, una luz frente al mar, un cristal, un sabor a sal, una brasa, un fuego. Todo eso es el amor para los seis poetas que hoy nos invitan a hacer un breve pero sustancioso recorrido por la poesía amorosa escrita en Honduras.

Siete representantes destacados de la poesía hondureña que en sus versos se presentan a la cita con el amor a la que acuden, tarde o temprano, todo buen poeta.

Son seis escritores y una escritora que con sus vidas abarcan siglo y medio de la mejor poesía escrita en nuestro país. Siete creadores que excavan en sus emociones más profundas para extraer el oro de sus versos.

Para todo poeta es casi imperativo versificar sobre el amor. Y por eso, puntuales en el encuentro ineludible con un sentimiento que tantos y tan buenos libros nos ha dado a lo largo de la historia de la humanidad, estos siete poemas nos entregan el reclamo de Clementina Suárez, el misterio de Ramón Ortega, la nostalgia de Pompeyo del Valle, la ejemplar contención de Roberto Sosa, el rigor de Antonio José Rivas, el ritmo de Marco Antonio Madrid y la tensión epigramática de Rigoberto Paredes.

Siete poemas para un solo sentimiento: el amor.

Si es que no se universaliza

Qué muerte tan pequeña
es el amor que cabe en un sueño.
Nube que pasa ligera
como la vida...
Agua que vas a tu mar.

¿Por qué no te quedas en río,
y yo en nada?
Si es que no se universaliza
ni tu agua ni tu amor.

Clementina Suárez

El amor errante

Filas de caserones de vieja arquitectura
que en el frontón ostenta el signo de la cruz;
sobre la calle hosca pesa la noche oscura
como un fúnebre paño. Ni una voz ni una luz.

En esta casa tuya, quizá en las ojivas,
entre el silencio grave de la calle sola,
tejieron un murmullo de pláticas furtivas
un linajudo hidalgo y una dama española.

Mas hoy es ¡oh, señora! un rondador nocturno,
un bardo trashumante de rostro taciturno
quien coloca la ofrenda de amor en tus umbrales,
y quien, bajo la noche, frente al balcón florido,
se angustia al ver el sacro blancor de tu vestido,
que cruza vagamente detrás de los cristales.

Ramón Ortega

Memoria de esta luz

Amor de siempre, amor, amor de nunca.

­Federico García Lorca

Allí estarás, situada en los rompientes,
memoria de esta luz, cielo de ahora.

Allí estarás oculta en donde estuvo
tu llama musical, quebrada rosa,
allí estarás, amiga, contra el cielo,
contra el cristal del grito y de la ola;
allí estarás inmóvil contra el tiempo
donde nace el amor y se destroza.

Allí estarás muriendo y sin morirte,
como esperando lo que no se nombra;
fija en el aire –cárcel de tu ausencia—
donde naufraga la sirena y llora.

Porque por ti mi sangre, compañera,
de melodías se hizo labradora,
soltó sus pájaros sobre las espigas
y fue la reina de la amapola.

Estás en mí y pasas tan distante,
mujer de sed, cristal de mi locura,
estás en mí y, sin embargo, llevas
los ojos casi fuera de los días
y el corazón pintado por la fuga.

Amor de siempre, amor, amor de nunca.

Pompeyo del Valle

La sal dulce de la palabra poesía

Del fuego, en un principio,
los dioses de los primeros hombres
que lo vieron y lo amaron fueron haciendo,
solos, la mujer.

Esculpieron temblando sus senos absolutos,
la ondulación del pelo,
la copa de su sexo, más complicada, por dentro,
que el interior de un caracol marino.

Delinearon a pulso la sombra de su sombra,
la curva y mordedura de ese fuego del fuego
que sabe a rojo virgen debajo de la lengua
y levanta
la súbita belleza de una brasa en los ojos.

Desde entonces, su cuerpo
se hizo pudor tocable en carne y hueso.

Digo mujer,
la sal dulce de la palabra poesía.

Roberto Sosa

La asunción de la rosa

Luz de rodillas. Circular aroma
que sobre el prisma del color se empina.
Dulce contrasentido de la espina.
Rocío de la nube y la paloma.

Espejo del arrullo. Claro idioma.
Súbito embrujo de la golondrina.
Palma que limpia el alba y la destina
para la piel del ángel que se asoma.

Ala de nieve en redimido vuelo.
Por la espina la cruz se adhiere al cielo
Y el viento sabe de lucero erguido.

Gota de luna que en su mundo asume
la península breve del perfume
que es el amor que se quedó dormido.

Antonio José Rivas

Una herida más honda que la soledad

Por estas huellas que el tiempo va dejando en la memoria.
Por los caminos como ríos
Donde naufragara lo mejor de nuestros días.

Por la soledad de esa luz
A la cual se acostumbraron nuestros ojos,
Y la proximidad a la palabra
Y el fuego que con ella construimos.

Por las tardes atadas al silencio de esas planicies
Donde las sombras escampan al rumor de unos labios
Y las rocas se alzan hacia una luz
Definitiva y fugaz.

Por los lugares comunes al sol y a la lluvia
Y al aroma que aún ostenta el recuerdo.
Por los rostros ya cansados y a las voces que regresan
Para hablarnos de estaciones ya vencidas.

Por la mismísima tierra plantada de magnolias
y tristeza.
Por los besos, mujer,
Por los besos en abril
Y la piel que acariciaste ignorando su ceniza,
Por el mar y los adioses y el corazón
Como un navío en la corriente inexorable.

Por todo ello
He de llorar por ti.
Habrá de recordarte la luz de un día.

Marco Antonio Madrid

Beso

Dos espadas trenzadas en combate,
tu lengua con la mía.

Así es el beso, limpio de palabras.
Y es fulgor entre labios
como encendida sangre
y así y lid, fragorosa agonía de dos
punzados por las llamas.

Yo moriré, buscada muerte,
a manos de tu espada.

Rigoberto Paredes