Tegucigalpa, Honduras.- Aquel niño que nació en Villafranca del Bierzo en 1957 tuvo consciencia sobre el poder de la poesía como “voz redentora y protectora” cuando era apenas un escolar.
Le tocó vivir en la época en que el franquismo era el poder que subyugaba casi todo. Y desde ese sometimiento su mente fue libre, tan libre como para escribir poesía.
Luego, ese niño que se convirtió en hombre tuvo la consciencia de que “la poesía es indestructible, es un mandato invisible”. Y así, Juan Carlos Mestre se fue construyendo como poeta, y los cimientos de su poesía han sido la dignidad, la resistencia, la memoria, la crítica, el arte, la imaginación, lo simbólico, lo mítico, el hombre y la naturaleza.
Desde sus palabras ha acompañado “la oscura travesía de la existencia” y se ha adentrado “en esa zona de lo invisible”.
El poeta español estuvo en Honduras en el IX Festival Internacional de Poesía Los Confines, donde fue homenajeado. Aquí publicó una antología: “Casa de citas del antiguo silencio”.
Este fue su tercer encuentro con un país al que había visitado por primera vez en 2005, cuando dejó su huella en una generación de poetas que desde el movimiento literario Paíspoesible imaginaban otra Honduras.
No fue una visita que luego se ve desde la lejanía del recuerdo, no, fue una visita que quedó marcada por la denuncia ante la violación de los derechos humanos de menores infractores. De ahí surgió una carta, de ahí surgió una amistad que dos décadas después sigue haciendo eco.
La dimensión de la poesía de Mestre no solo está en sus letras, está en su voz, en Los Confines se plantó como quien tiene que dar un mensaje demasiado importante. Se alteraron los corazones, se erizó la piel, palpitó el poder de la consciencia, hubo un silencio, un murmullo, un aplauso y un poeta mensajero que quiere ser testigo de los tiempos.
Nos reunimos con él no en Gracias, si no en Tegucigalpa, donde continuaría marcando el paso de una visita que lo llevó a otros recintos: la UNAH, la Biblioteca Nacional de Honduras y el Centro Cultural de España.
En todos se escuchó la poesía de Mestre que es la poesía del mundo, pero en esta entrevista hablamos con él no de cuántos libros ha publicado o los premios que ha merecido, sino de esa vida como poeta, de esa poesía que se resiste, que es refugio, que es bandera y escudo.

¿Cómo vive usted la poesía?
La vivo como mi única posibilidad. Se hizo presente en mi vida como una salvación. También como la presencia súbita de una lejanía que se acercaba a mí en forma de voz redentora y protectora.
Yo estudié en España durante los últimos años del franquismo, donde la escuela era un espacio radicalmente autoritario. Y cuando yo me encontré en los libros de texto con los primeros poemas, me encontré a su vez con el lenguaje de la delicadeza humana, que yo asocié inmediatamente al afecto, a la fraternidad y al cuidado, esencialmente de mi madre.
La voz de la poesía me amparaba frente a la gritonería del autoritarismo, de los ásperos profesores que imponían los métodos educacionales de manera violenta e impositiva. Y la poesía fue para mí un refugio, un espacio en el que yo pensaba que era un lugar que me gustaría habitar porque era el único lugar de protección donde las palabras ejercían sobre mí un cuidado y yo me sentía protegido por ese bien que representaba.
Muy pronto me di cuenta que las palabras de la poesía habían sido hechas para cuidarnos, para ampararnos frente a la intemperie del mundo y no me alejé nunca más de esa querencia que me ha acompañado hasta el día de hoy.
Diría que la poesía fue mi única posibilidad de salvación en la medida en que empecé a tener conciencia del mundo, es decir, conocimiento de la dureza, del dolor, del sufrimiento, de la impiedad que a mi alrededor significaban todos los actos violentos luminosos de lo que siempre es una dictadura. Pero era la mano del ángel, la presencia súbita de un bien que descendía sobre mí como la bendición de las aguas.
¿Cómo el poeta puede hacer que para los demás la poesía pase de ser nada a salvarlo todo?
La primera obligación de todo poeta es resistirse al autoenorgullecimiento, como si nuestras palabras fueran palabras proféticas que guiaran el camino al paraíso perdido. No, las palabras del poeta son palabras ciudadanas, son las mismas palabras con las que habla cada persona para comunicar su deseo, su voluntad, su necesidad.
Ahora bien, el lenguaje poético creo que goza de un grado de cualidad, que para mí no es otro que el hecho de entender la poesía como los anclajes éticos del idioma. Los anclajes donde se cifra todo acto estético devienen en un acto ético, y en la medida que la poesía trabaja esa zona invisible que se hace presente en medio de las palabras que conforman un poema, ancla la función que tienen las palabras, que han sido hechas para construir la casa de la verdad, no para destruirla.
Y la casa de la verdad no es otra cosa que la coherencia entre las premisas, la sintaxis del discurso, ese ordenamiento de una conciencia del mundo que solo logra transmitir la poesía. La conciencia de algo de lo que no podríamos tener conocimiento de ninguna otra manera.
El lenguaje cotidiano, el lenguaje funcional describe realidades del mundo, pero no aborda la zona invisible de la conciencia. Cumple una funcionalidad utilitaria, pero no se convierte la mayoría de las veces en un proyecto espiritual. Yo creo que sí la poesía.
La poesía abunda en esa zona donde todos los poetas que han existido en la humanidad han contribuido a la repoblación espiritual del mundo. Y eso significa al anclaje ético del concepto de la dignidad humana.
Las palabras que acompañan la oscura travesía de la existencia y se atreven a adentrarse en esa zona de lo invisible, a buscar la semejanza oculta de las cosas, a detenerse en espacios donde se da la revelación, pero no una revelación vinculada a las supersticiones, sino una revelación científica.
La poesía es la física cuántica del lenguaje, es habitada por una presencia. Hay una presencia ¿vinculada a qué? Yo creo que a un mandato moral, a la herencia de la voz sin boca que hemos heredado a través de la historia de las civilizaciones para asumir uno de los principios éticos esenciales.
Para mí que los seres humanos somos responsables unos de otros y en esa responsabilidad está el diálogo de las palabras del poeta que hablan con un otro siempre desconocido, pero siempre presente.

¿Puede un poeta escribir si no se conoce a sí mismo?
Yo creo que eso sería imposible, pero sería imposible porque sería una falacia, en términos absolutos, creo que no hay ser humano que no se conozca a sí mismo y que no haga una opción moral.
No es superior la cualidad del poeta respecto a la interioridad del conocimiento del mundo que cualquier otra persona. Todos sentimos el sufrimiento, el dolor, la necesidad, la miseria, el conflicto, el estrago de la misma manera. Y todos tenemos un exacto conocimiento de nuestro lugar en el mundo.
La reflexión estaría en otro lugar, de qué manera nosotros exteriorizamos ese conocimiento. La manera de expresar el conflicto de las desigualdades sociales, de los grandes problemas que afectan a la individualidad del ser frente a este mundo caótico, a esta semiótica de la sociedad de consumo en la que todo lo que no tiene precio carece de importancia, es una tarea diferente.
Son las formas de expresarlo y la poesía es esencialmente forma. Uno puede tener la mejor de las ideas, uno puede tener la idea de su dolor, pero si no encontramos las palabras exactas, esa idea se pierde, no se puede expresar.
Si nos acostumbramos a repetir las cosas con las palabras dadas, no llegamos a ningún lugar. Entonces yo creo que ese es el matiz, esa es la diferencia, desafiar la costumbre del lenguaje.
En algún momento escribió que el poema no es un lugar para decir, si no para ser, ¿Cómo es usted ante la poesía?
Es una reflexión que nunca me he hecho. Para mí la respuesta sería, pues, tal cual soy yo ante mí mismo, una identidad absoluta e indisoluble. No hay separación entre escribir y ser, yo creo que la poesía no es un proyecto del arte literario; no, la poesía es una manera de estar en el mundo. Es un proyecto espiritual, es una identificación absoluta con el nombrar las cosas de la realidad y del mundo.
No puedo establecer algún grado de valor o de cualidad sobre algo si no es desde la reflexión poética. El poema está ahí como unas palabras enunciadas ante el vacío para una multitud que no existe. De repente apareces tú, aparece nuestro compañero y reconocen esas palabras como poema. Entonces el poema existe.
Hay tantas formas de escribir, como poetas, por eso yo no creo en las generaciones porque cada poeta es literalmente irrepetible. No creo en las escuelas, no creo en el canon, no creo en las tendencias, porque cada poeta funda su manera de estar en el mundo, y esa manera particular, íntima y absoluta de estar en el mundo es la que define su escritura.
Escribir con la estética de otro o lo que manda el gusto de la época, es suplantarse, es avocarse al abismo retórico de repetir modelos.
Creo esencialmente en la desobediencia al canon, que cada cual escriba como quiera, como le dice la voz sin boca de su espíritu. No la voz del altavoz que le dice: cumple esta función en esta sociedad, sé útil. No tiene ningún sentido. Hay otras disciplinas que cumplen esa función que el poeta no acompaña, no acompaña a la comparsa que en la corte elogia a los poderosos o forma parte del decorado acrítico de la realidad.
¿Cómo se pone a salvo el poeta de ese riesgo de caer en el canon, de dejarse llevar?
Ese siempre es un peligro, esa es la zona de peligro. Porque se pueden producir artefactos artísticos, claro, repetir, reproducir algo que ha sido hecho es fácil. Lo difícil y también estimulante es esa dificultad de enfrentarse a dar un paso más allá, donde el lenguaje poético pueda ayudar a comprender algo más del enigma de la existencia.
¿Cómo puede el poeta afrontar el desafío de preservar su dimensión ética, política y transformadora sin renunciar a la belleza del lenguaje?
Yo creo que en esa belleza está el compromiso. El compromiso es con el lenguaje, porque un poema es un artefacto de lenguaje. Y ese compromiso con el lenguaje implica toda la realidad, todas las zonas de tensión de la filosofía moral que nos hace distinguir entre el principio del bien y del mal, la que nos hace optar por una palabra frente a otra, por una aproximación siempre paradójica, porque cuanto uno más se acerca al hallazgo, más se aleja el infinito de los significados.
La poesía está para recordar cuál es el proyecto moral de las palabras. La poesía está implicada no solo en la realidad, sino en la zona invisible de la realidad. Decía un poeta francés, René Char, que el poeta debe dejar huellas, no pruebas, porque solo las huellas nos permiten seguir soñando.
Y esa ensoñación del poema, esa mano tendida hacia el sendero que nos conduce a los horizontes significativos del porvenir, creo que es la gran alianza de la poesía.
El poeta está con las criaturas que aún esperan un último gesto de piedad y misericordia. Y esa es la tarea de la poesía, seguir recordando para qué han sido hechas las palabras.
¿Desde qué sentir aborda las realidades humanas?
Desde la decisión ética de tomar partido. De decir no cuando se debe decir, la poesía no habla en voz baja.
El poeta es un ser, decía Cortázar, profundamente desagradable y es desagradable porque está ahí siendo testigo.
Yo como poeta no me puedo callar en esta época, no me puedo callar frente a la brutalidad de la sociedad consumista que esclaviza a multitudes y no hace avanzar a los pueblos, sino que los convierte en esclavos.
No me puedo callar frente a las atrocidades. La poesía no puede tener un terreno neutral en época de barbarie.
Esto a lo mejor no se entiende, y desde otros espacios del pensamiento lingüístico dirán: es una reflexión que no estaría incluida en el proyecto de la voz poética.
Bueno, ¿por qué digo esto? No sé, me ha llevado tu reflexión a que yo me sitúe en el único lugar o en el único no lugar que tiene la poesía en el mundo contemporáneo, la de seguir siendo testigo
¿En nombre de quién hablo? ¿Para quién hablo? Hablo en nombre de los antepasados y hablo para que me escuchen los muertos.
Al ser adultos con el paso del tiempo nos vamos exiliando de ese territorio de la imaginación, ¿Cómo hace usted para no abandonarlo?
Es imposible no abandonarlo, el tiempo es indetenible y nos aleja del lugar fundacional de la infancia, que no es otro que el de la inocencia.
Las palabras están vinculadas a una verdad histórica, pero también se pierden. Y entonces ahí está el cuidado del poeta, el cuidado de la infancia, del territorio perdido.
No podemos regresar físicamente a la infancia, pero podemos regresar a la infancia de las palabras, cuando las palabras significaban exactamente aquello para lo que habían sido hechas.
Entonces, ¿cuál es la tarea de la poesía? Volver a colocar las palabras, la creación poética en el lugar del cuerpo inocente cuando las palabras fundan el símbolo que ante nosotros representan las cosas que pueblan el mundo.

¿Cómo se nutre su poesía de su pintura o viceversa?
Yo escribo y pinto. ¿Cuál es la diferencia entre una y otra actividad que me preguntas tú? ¿Cómo se nutren una de otra? De ninguna manera. Yo escribo de la misma manera que pinto. Me enfrento a los grabados, a los óleos desde la misma percepción.
En un siglo de consumismo, donde la gente no lee y pareciera que ha perdido la sensibilidad, ¿Cómo supera este riesgo la poesía?
La poesía es un riesgo en sí misma, porque habla desde un espacio de lenguaje que no cumple una función utilitaria. Los poetas somos, si alguna tarea nos queda, los legisladores de lo invisible, y, por tanto, no podemos quejarnos de la invisibilidad de nuestra voz en la sociedad contemporánea, pero nosotros somos el clima moral de la historia.
La poesía es una ley invisible que ejerce su acción en las zonas profundas, secretas, ocultas de la realidad, porque es ahí donde interacciona.
La poesía es indestructible, es un mandato invisible que legisla las zonas de la conciencia, y eso está vinculada con la inclaudicable condición de la dignidad humana.
La dignidad humana no capitula, y no capitula tampoco la voz sin boca que, en cualquier época, expresa de manera más reconocida el mandato, la huella que viene a dejar en la historia de la humanidad.
Cuando el tiempo acabe, cuando todo esto termine, esa será la memoria que queda del mundo; la memoria que tenemos de los tiempos pasados no es la memoria de los gobernantes corruptos, es la memoria de los poetas que, en su día, fundaron con la humildad de sus palabras la huella sobre la que caminarán aquellos que seguirán pronunciando, en el tiempo futuro, el elogio de la dignidad humana.
¿Qué ha significado para usted ese encuentro con Honduras, con su poesía y con sus poetas?
Estimada amiga, a mí no me gustan las entrevistas. No concedo entrevistas casi nunca. Hablo contigo porque eres para mí lo mismo que Honduras y los poetas de este “paíspoesible”, una amiga. Creo que estoy en ese compromiso.
Vine hace 20 años, conocí a un grupo de muchachos llenos de sueños en un momento muy oscuro de la realidad política y social de Honduras.
Y en aquellos jóvenes conciencias respiraba toda la utopía del mundo. Gente que solo con la fuerza de sus manos ante la intemperie del mundo soñaban que con la poesía, Paíspoesible, era posible imaginar otro país y que frente a los actos de fuerza del sistema, el lenguaje de la delicadeza humana, de la poesía, podía alumbrar, iluminar el camino a los errantes y construir una posibilidad de transformación.
Todos los sueños tenían pendientes de ser soñados, que de alguna manera han contribuido a que este país sea radicalmente distinto al cenagal ominoso en el que se desenvolvía la realidad.
Claro que quedan grandes desafíos por cumplir, claro que este no es el paraíso de la realidad social, pero hay creencia, hay posibilidad, hay futuro. Entonces, la poesía cumple una función.
Yo no me he sentado a la mesa con los poderosos, no he estado en otro asombro que el de la alianza con aquellos que eran como yo, jóvenes que empezaban a imaginar el mundo desde un lugar radicalmente distinto a lo que era la lucha por el poder, concientes de que el poder, lo ejerza quien lo ejerza, siempre, de alguna manera, es conservador, impide la posibilidad. Pero esta gente eran portadores de una llama, de la llama que posiblemente habían heredado de Pompeyo del Valle, de Roberto Sosa, de Rigoberto Paredes, y estaban decididos a cumplir ese encargo que nadie les había hecho, hasta el último día de su vida.
Y los resultados son estos: que están intentando poner en pie el mismo sueño que, pendiente de ser soñado, hace 20 años.
Claro, cómo no tener en mi corazón la alianza que fundamos en tiempos difíciles y que seguiremos intentando mantener en pie, hasta que en este país se cumpla la siempre aplazada utopía del ejercicio colectivo a los derechos civiles de la felicidad: esencialmente el pan, la educación y la cultura.