Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La ballena azul

Dicen que algún día hemos de dar cuenta sobre lo que hemos hecho con nuestros hijos

31.05.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Don Jorge Quan llora. Sus lágrimas salen en silencio y se derraman por sus mejillas mientras la tristeza se acentúa en su rostro. Habla, y su voz suena entrecortada.

“¿Por qué tienen que suceder estas cosas? –me pregunta, sin verme; y, sin esperar respuesta, agrega: –¿Por qué los padres no tienen más cuidado de sus hijos? ¿Por qué muchos niños tienen que criarse a la buena de Dios, a pesar de que parecen tener un hogar, una familia normal y todo lo que necesitan en la vida?”.

Sonríe, como si las lágrimas que salen de su alma fueran motivo de vergüenza, y las limpia con el dorso de una mano. A su lado, está Nora, una mujer joven, aunque avejentada prematuramente, que lleva mucha tristeza en su corazón. Aunque es muy bonita, su belleza se marchitó de repente, y más que el dolor la atormenta la culpa que parece que no la abandonará jamás.

“Ella es la mamá de Marvin –me dijo don Jorge Quan, cuando me la presentó–; era su único hijo…”.

La mujer suspiró.

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“Me quedé sola –dice, apretando los dientes para retener las lágrimas que hacen brillar sus ojos–; y la vida para mí ya no tiene sentido… Pero no quiero que otra madre pase por esto… Es lo más horrible que se pueda vivir…”.

Las lágrimas se derraman por sus mejillas pálidas, y ella no hace nada para detenerlas. Solo sufre.

“La muerte de un hijo es peor que la propia muerte –dice, después de unos segundos de amargo silencio–; es… el peor de los castigos”.

Sigue a esto, otro momento de silencio, esta vez más largo y pesado, y, al final, don Jorge dice, en voz baja:

“Lea estos mensajes”.

Y al decir esto pone frente a mí una página en la que está impresa a color una fotografía. En esta se leen varios mensajes de WhatsApp.

“¿Vos me retás a mí?”.

“Yo te reto”.

“Ja, ja, ja”.

“No tenés güevos… Sos cobarde”.

“Vos sos cobarde. Te reto a que te cortés un brazo y subís el video…”.

“Ja. Vos no me agüevás a mí,
chavalo…”.

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Jorge Quan da vuelta a una página y en ella está la fotografía de un brazo. Es de piel blanca y pertenece a un adolescente. Tiene una herida de unas dos pulgadas de largo, y se nota que sangró bastante. Es una captura del video que Marvin recibió en su celular. Luego, siguen otros mensajes.

“Vaya, ya lo hice. Ahora demostrá que tenés valor”.

“¿Creés que no tengo?”.

“Veamos”.

“¿Decíme el reto?”.

“Mañana”.

Después, sigue una fotografía que hace que Nora se estremezca, y que se acentúe su palidez. Al mismo tiempo, aumentan sus lágrimas, y don Jorge le pone una mano en un hombro,
para tranquilizarla.

“Ella me dijo que quería que Carmilla contara la historia del hijo –dice don Jorge, mientras la mujer parece a punto de desmayarse–; tal vez así los padres tienen más cuidado con sus niños…”.

La mujer llora en silencio; tiene los ojos cerrados y solo un gemido triste sale de su pecho. El café se enfrió en su taza. Solo la alimenta su dolor.

Marvin

Iba a cumplir diez años. Era el mejor alumno de su clase y hablaba tres idiomas. Además era muy popular, y sus maestros lo querían mucho. Pero un día empezó a actuar de forma extraña y, con el paso del tiempo, el Marvin que todos conocían desapareció. Era ahora introvertido, participaba poco en clase, perdió el interés por todo y se hizo esclavo de su teléfono celular y de su tablet. Empezó a juntarse con algunos niños tenidos como problemáticos, y la maestra consejera llamó a la mamá.

“Queremos hablar con usted y con su esposo –le dijo–; Marvin ha tenido un cambio preocupante, y creemos que está teniendo problemas serios…”.

“Yo no tengo esposo, teacher –respondió Nora–, y no tengo tiempo para ir a la escuela… Mis negocios no andan muy bien, y tengo que dedicarme a ellos por completo… Si gusta, puedo ir la próxima semana, si acaso tengo un espacio en mi agenda… Pero, dígame, teacher, ¿cuáles el problema de Marvin?”.

“Su conducta es pésima, señora –contestó la maestra–, ya no participa en clase, no trae las tareas, se junta con unos niños problema y pasa mucho tiempo con su celular y son su tablet… Y usted sabe que Marvin ha sido el mejor de
la clase…”.

Nora dejó que la maestra hablara, aunque ya no escuchó lo que dijo. Al final, ella le hizo una promesa:

“Mire, teacher, yo voy a hablar con Marvin, y si es necesario lo voy a corregir yo misma en la casa… Me extraña que tenga esa conducta, porque siempre ha sido bien portado, pero yo creo que si ha cambiado, es porque el basura de su papá le mete cuentos de mí y de mi nueva pareja, solo porque era uno de mis choferes y es más joven que yo… Pero esta es mi vida y yo no pienso amargármela por nadie…”.

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“Entiendo, señora –respondió la maestra–, pero, en verdad, su vida privada le interesa solo a usted; a nosotros nos importa el bienestar del niño… Dígame, ¿podemos hablar con el papá?”.

“¿Con ese pedazo de m…? ¡No, teacher, si a ese maldito no le importó nunca el niño…! Se fue con la secretaria para Lima, Perú, y desde allá me llamó para decirme que había metido la demanda de divorcio… ¡El muy cobarde!”.

La maestra la interrumpió.

“Mire, doña Nora –le dijo–, esos problemas no nos interesan en la escuela; lo que nos importa es el bienestar de Marvin…”.

“Mire, mire, teacher –gritó Nora–, a usted lo que le debe importar es que yo pague a tiempo la colegiatura de mi hijo… Si Marvin tiene problemas, deje que sea yo quien los resuelva… ¿Me entiende?”.

“Perfectamente, señora”.

Foto

Don Jorge Quan da vuelta a algunas de las páginas del expediente, y se detiene en una en especial.

“Mire, Carmilla –me dice, levantando hacia mí sus ojos tristes–. ¿Es justo esto?”.

En ese momento se acerca a nosotros una mujer joven, de piel blanca, alta y hermosa. A pesar de todo, sonríe al saludarnos, y se sienta.

“Es la teacher…” –dice Nora.

Después de las presentaciones, la mujer dice, como si no tuviera tiempo que perder:

“Yo no imaginé qué era lo que estaba pasando por la cabeza de Marvin, hasta que vi que andaba sangre en el pantalón, en la pierna derecha, un poco arriba de la rodilla. Le pregunté qué le había pasado, y él se negó a contestarme. Entonces, lo llevé a la enfermería, y, allí, contra su voluntad, lo examinó la doctora. Nos quedamos con la boca abierta cuando le vimos aquella herida. Aunque sangraba bastante, se notaban bien sus líneas. Tenía la forma de una ballena, y parecía que acababa de hacérsela… Cuando revisamos su mochila, encontramos varias cuchillas de afeitar. Una de ellas tenía sangre”.

“¿Qué es esto, Marvin?” –le preguntó la consejera.

“¿No lo ve, teacher? –respondió el niño, con altanería–. Es una ballena… Yo gané el reto… Y ahora voy por más… Voy a ser el más grande…”.

“¿Qué reto es ese?” –preguntó
la maestra.

“El reto de la ballena azul, teacher”.

La maestra se limpia una lágrima.

“En ese momento pudimos haberlo salvado –agrega–; yo llamé otra vez a su mamá, pero la señora no me contestó… Le escribí, y tampoco respondió”.

Nora bajó la cabeza.

“Incluso la amenacé con denunciar el caso en los juzgados de la niñez, o en la fiscalía, pero a ella no le importó…”.

Nora lloraba.

“Fui una estúpida –dijo–; estaba con Jorge, en un motel, cuando recibí los mensajes de la teacher, pero él no me dejó salir… Habíamos bebido, él fumaba marihuana y yo le había pedido que se tomara una viagra… Y me importó más mi estupidez que mi propio hijo…”.

Corrección

Nora levanta la cabeza.

“Fui una estúpida” –repite.

Pasan varios segundos de silencio, y, al final, Nora agrega:

“Regresé a mi casa como a las siete de la noche… Estaba agotada, y solo quería dormir, pero tenía que hablar con Marvin. Él estaba en su cuarto. Entré, y estaba con el celular. Le grité, le pregunté qué era lo que estaba pasando con él, y lo obligué a que me enseñara la herida que tenía en la pierna… Era una ballena, y, en ese momento, me encendí de ira y le di una cachetada… Entonces, él, furioso, se levantó, y se me tiró encima. Me pegó en la cara, y yo volví a golpearlo. Después de eso, le quité el celular y la tablet, y lo encerré en su cuarto…”.

“‘Voy a ganar el reto, mamá –me gritó él–, y vos no tenés que meterte en mis cosas…’, pero yo no entendí a qué se refería… Era el reto de la ballena azul… Había escuchado hablar de eso, pero no supe hasta dónde podía llegar el daño… Cansada como estaba, me fui a mi cuarto; me dolía la cabeza, por el whisky que había tomado y por el humo de la marihuana, y no tardé en dormirme. Era viernes, y no me desperté hasta el sábado al mediodía, cuando Jorge llegó a buscarme. Me metí con él a la bañera, y estuvimos en el cuarto hasta las tres. Fue en ese momento en que me acordé que la trabajadora se iba los viernes, y que Marvin no había comido…”.

Nora tosió, se limpió las lágrimas,
y añadió:

“Si hubiera sido una buena madre”.

Siguió a esto otro silencio más largo. Había un rumor doloroso en el pecho de la mujer; y la teacher lloraba en silencio.

“Fui a la cocina, hice comida, unos sándwiches, y le di de comer a Jorge; después subí al cuarto de Marvin, desenllavé la puerta, y entré…”.

Calló de nuevo, llora, y sus gemidos se escuchan por todas partes.

“Grité –dice, después–, y corrí hacia mi hijo… Estaba muerto. Se había colgado de una viga del techo… Se
había ahorcado…”.

Don Jorge señala la fotografía a color, gira la página, y me muestra la copia de un mensaje escrito a lápiz por Marvin:

“Voy a ganar el reto –escribió el niño–; me voy a ahorcar”.

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Nota final

Nora envejece sola, en su casa de Lomas del Guijarro. Sus negocios quebraron. Jorge se fue hace mucho tiempo. Huyó cuando vio a Marvin colgando de una viga. Nora no lo volvió a ver. El papá del niño no vino a su entierro. Estaba en Perú por negocios… y por placer. Pero le envió un mensaje a su exesposa:

“Hasta que al fin te hartaste a tu hijo, maldita ninfómana… Ojalá te pudrás en vida”.

“Escriba mi caso –me dijo, con ojos ya sin brillo–; escríbalo… Tal vez alguien aprende por mi experiencia… Por favor”.

Don Jorge Quan sonríe, pero llora por dentro. Dice que es sensitivo, muy sensitivo…

¿Sabe usted cuántas vidas inocentes se ha llevado el juego de la ballena azul? ¿Sabe usted cuántas vidas inocentes ha destruido la estupidez de los padres?