Tegucigalpa, Honduras.- El lenguaje que se habla en Honduras es una bitácora viva de nuestra sociedad: muta, se contamina, resiste y revela lo que somos sin ornamentos.
No hay que ir muy lejos para notar esta metamorfosis, basta con escuchar una conversación callejera, sintonizar una emisora local o pasar por un aula escolar.
Allí, palabras como “maje”, “pija” o “culero” circulan con naturalidad, desplazando expresiones más normativas y ampliando los márgenes de lo decible —o al menos de aquello que hasta hace poco se reputaba como tal—.
¿Qué nos dice esta normalización del lenguaje soez sobre la evolución del español que se habla en nuestro país? ¿Estamos ante una decadencia idiomática o frente a un proceso legítimo de reinvención lingüística?
Para el doctor Víctor Manuel Ramos, director de la Academia Hondureña de la Lengua y Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa, esta transformación es ineludible.
“La lengua no es estática, evoluciona constantemente. Muchas palabras desaparecen del lenguaje cotidiano, incluso de los diccionarios, por desuso, mientras se van imponiendo otras”, afirma.
Por tanto, la dinámica es —en este punto— incontrolable y responde a factores culturales y a fenómenos sociales complejos como la pobreza, la migración, violencia estructural y el narcotráfico.
El habla soez, lejos de ser un mero exabrupto, obedece a una lógica de estratificación social.
“Uno es el lenguaje que hablan las capas de la población que han estudiado y que se dedican al ejercicio intelectual, otro el de los políticos y otro el de los estratos bajos de la sociedad o de los grupos dedicados a la delincuencia”, expuso Ramos.
No extraña, entonces, que muchas de estas expresiones emanen del léxico pandilleril o hayan sido importadas desde la jerga delictiva transnacional.
Expresiones resignificadas
No se trata solo de vulgaridad. En muchos casos, estas palabras cumplen funciones afectivas, estructurales o identitarias. El académico es enfático al aclarar que “si son del dominio público son legítimas, aunque para algunas capas de la población, con más cultura, sean irritantes”.
Así, lo que ayer era tabú, hoy puede ser guiño, broma o gesto de camaradería entre jóvenes que, sin plena conciencia, están moldeando el español del mañana.
“Los jóvenes, tomados totalmente por el uso del teléfono, han olvidado los libros y como no leen no pueden tener acceso a un lenguaje con mejor calidad”, expresó Ramos.
La economía de caracteres, propia de las redes sociales, impone un lenguaje breve, sintético y generalmente incoherente. En este contexto, el idioma deja de ser un patrimonio compartido para convertirse en un conjunto de dialectos generacionales, muchos de los cuales resultan incomprensibles entre sí.
“El lenguaje vulgar es claro para quienes lo usan, pero podría ser incomprensible para quienes optan por un hablar más refinado y ahí es donde tenemos problemas de comunicación adecuada en doble sentido”, advierte el académico.
La enseñanza del español debería promover tanto la preservación de la norma culta como la comprensión crítica de los usos populares.
“El lenguaje soez nunca debe ser aceptado como el lenguaje de una sociedad que se supone tiene valores éticos firmes”, sentenció.
Por ende, el porvenir del español hondureño dependerá, en gran medida, de nuestra voluntad colectiva de retornar a la lectura y a los referentes literarios que aún guían nuestro decir, concluyó Ramos.