Crímenes

Grandes Crímenes esta semana nos trae: Entre la bella y la Bestia (Parte II)

El deseo de hacerle justicia a una inocente demuestra la capacidad de la Dirección Policial de Investigaciones
03.02.2018

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres y se omiten
algunos detalles a petición de las fuentes.


Serie 2/2


Una mujer joven es violada y asesinada después de que la torturaron por largo tiempo. Los agentes de la sección de Delitos contra la Vida de la DPI se sienten obligados a encontrar al criminal y empiezan por estudiar la escena del crimen y realizar un perfil psicológico que los lleve a conocer la personalidad del delincuente.

En un trabajo largo, los agentes dan un gran paso en la investigación e identifican a un sospechoso que calza casi exactamente en el perfil psicológico del asesino, pero este ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Sin embargo, los detectives no quedarán tranquilos hasta que “esa bestia inhumana” reciba su castigo.

Lea aquí la primera parte de: Entre la bella y la bestia

Agentes
“Hablemos con la esposa –propuso un agente–, estoy seguro de que ella sabe donde se esconde”.
“Es posible –respondió otro–, pero podría alertarlo…”
“¿Y si la convencemos de que su marido es el violador y asesino de la muchacha?”
“Aun así, es posible que ella le avise y se aleje más… Mejor esperemos”.
“¿Esperar qué?”
“Tal vez un golpe de suerte, un error del asesino o que este se confíe y regrese a su casa”.
“Mientras tanto, existe el riesgo de que vuelva a matar… No; tenemos que agarrarlo cuanto antes… Ya está visto que es un psicópata sin escrúpulos, violento e impredecible… Si le llega a gustar otra muchacha y esta lo rechaza, puede hacer lo mismo que con Nora”.

Soga
A Nora la enterraron en medio del dolor de sus familiares y de la tristeza de sus vecinos. Las esperanzas y las ilusiones de aquella mujer joven y agradable, llena de vida, se perdieron para siempre bajo una montaña de tierra. Pronto, de ella solo quedaría el recuerdo.
“Yo se lo dejo todo a Dios” –dijo su madre.
“El Señor va a hacer justicia con el que le hizo esto a mi sobrina” –dijo una tía.
“Hay que resignarse –suspiró un vecino–; en estos tiempos, solo Dios le puede hacer justicia a los pobres”.
“Dicen que la Policía ya tiene un sospechoso…”
“¿Qué van a tener? Aquí matan a la gente todos los días y los policías no hacen nada… Yo creo que va a llegar el día en que tenemos que hacernos justicia por nuestra propia mano. Un día vamos a tener que matar nosotros a los delincuentes porque las autoridades solo están de adorno”.
“Nosotros no –dijo, a media voz, un agente de la DPI–; nosotros vamos a encontrar al asesino de esta muchacha”.
“Este bárbaro ya casi está con la soga al cuello” –comentó otro.

Dificultades
Aunque los detectives tenían en sus manos un perfil que les decía cómo era el asesino, y a pesar de que a partir de ese perfil tenían un nombre, la verdad era que la fiscalía no podía sostener una acusación firme ante un juez solo con aquello. Se necesitaban pruebas más fuertes para ubicar al criminal en la escena y para demostrarle al Tribunal que él era el asesino.

“Hay que esperar la autopsia” –dijo un detective.
“La autopsia lo que nos va a decir es que la muchacha fue torturada, violada y asesinada, va a decir cómo la mataron y nada más… Y eso no sirve ante el juez. Necesitamos pruebas científicas…”
“Las tenemos”.


“¿Cuáles son?”
“El asesino dejó semen en la vagina de la víctima”.
“Las pruebas de ADN nos van a decir si es de él”.
“Exacto”.
“Se encontraron restos de piel en las uñas de la muchacha”.
“Está claro que se defendió”.
“Vamos a encontrar cicatrices de aruñones en el criminal”.
“Entonces, el juez no va a dudar…”
“Y menos cuando le presentemos al testigo… el hombre que vio al violador salir del lugar donde encontraron a la muchacha”.
“Ojalá que no se nos eche para atrás”.
“Ojalá”.

Había confianza y entusiasmo en el equipo. Los agentes habían asumido un reto, más que una responsabilidad, y no descansarían hasta encontrar al asesino.
“Pero, ¿cómo lo localizamos?”
“Podemos conseguir el número de teléfono de la esposa”.
“Tardaríamos mucho en ubicarlo… Hay que pedirle al fiscal que le diga al juez, este tiene que valorar lo que se le presente para que ordene a la empresa de teléfonos…”

“Sí, sí –interrumpió uno de los detectives–, pero algo tenemos que hacer”.
Lo más preocupante de todo era que el violador, al estar libre y sentirse seguro, podía atacar de nuevo. Estaba claro de que su baja autoestima lo obligaba a tomar lo que las mujeres le negaban, y a tomarlo con violencia. Y, si para desgracia de la víctima, lo conocía, lo que le esperaba era la muerte… Los agentes no podían detenerse. Tenían que capturarlo y ponerlo en una celda de máxima seguridad, pero cómo si nadie sabía dónde estaba. Además, entrevistar a la esposa era alertarlo, y vigilar la casa donde vivía no parecía ser muy efectivo. Lo bueno en todo esto era que sabían bien a quien buscaban.

“¿Está seguro de que es él?” –le preguntaron los agentes al hombre que se había rascado detrás de la oreja, tratando de refrenar su lengua.
“Sí… ya le dije”.
“¿Usted lo vio salir del lugar donde encontraron muerta a la muchacha?”
“Eso también ya se lo dije”.
“Es que queremos confirmar…, nada más”.
“Mire, yo no quiero problemas. Aquí, al que habla mucho con ustedes lo consideran un sapo y si no se anda con cuidado, lo pelan…”
“Perdone, señor; nosotros no lo vamos a poner en peligro, pero sí le pedimos que nos ayude a encontrar al que mató a la muchacha… Ese hombre es una bestia y tiene que estar en El Pozo”.
“Yo sé, pero…”
“No se preocupe, nosotros vamos a llevar este caso con la mayor prudencia”.
“¿Tengo que ir a declarar lo que les dije a ustedes?”
“Sí, señor; tiene que ir… Solo así, el juez va a estar seguro de que ese hombre es el asesino y lo va a refundir en la cárcel”.
“Y no volverá a matar a nadie” –intervino otro agente.
“Bueno, ni modo”.

Los agentes estaban sobre una buena pista, tenían un testigo, las pruebas de ADN identificarían al criminal y confiaban en que las cicatrices que dejaron las uñas de la víctima en su cuerpo no se hubieran borrado para cuando lo capturaran.
“Le van a dar más de treinta años” –comentó un detective.
“Más merece una bestia así”.
Sin embargo, por más que los detectives se entusiasmaran, todavía no tenían en sus manos al asesino, y no sabían dónde estaba ni cómo podían ubicarlo.
De pronto, alguien gritó:
“¡Ya sé cómo!”

Planes
Los agentes pusieron atención.
“Está claro que a este hombre le gustan las mujeres, ¿verdad?”
“Sí”.
“Y le gustan las conquistas fáciles”.
“Tal vez”.
“Es posible que este hombre esté en las redes sociales, que tenga una cuenta y que por allí se anuncie como un buen partido o… todo eso que se pone en las redes”.
“¿Qué querés decir?”
“Empecemos por ver si tiene alguna cuenta en las redes”.
“¿Y después?”
“Primero, lo primero”.
Llamaron a un experto en aquellos asuntos, este se sentó frente a una computadora, hizo volar los dedos sobre el teclado y, en pocos minutos, dio un grito.
“¡Allí está!” –dijo.
Y así era.
Cuando los agentes vieron que se parecía mucho al perfil que habían realizado, suspiraron aliviados y rieron de alegría. Allí, ante sus ojos, estaba el principal sospechoso del asesinato de Nora.
“Hagamos algo” –propuso uno de los agentes.
“¿Qué?”
“Llevémosle la foto al testigo…”
“Ya vio la que le llevamos, la del padrón del Registro de las Personas”.
“No está de más”.
“Bien”.
“¿Qué sigue ahora?”
“Ponerle una trampa”.
“¿Cómo?”
“A este man le gustan las mujeres, y le gustan fáciles… Si logramos que se comunique con una que no le presente dificultades y que además sea bonita, floja y que esté dispuesta a acostarse con él en la primera cita, seguro que lo vamos a localizar”.
“Es una excelente idea”.
“Pero, ¿quién va a ser esa mujer?”
Se hizo el silencio en la oficina. Todos los ojos se volvieron hacia una de las agentes que estaba sentada cerca de ellos.
“¿Yo?” –preguntó, señalándose el pecho con un índice.
“Podrías ser vos”.
“¿Cómo?”
“Fácil… Te voy a explicar”.

La Bella
Es, realmente, una mujer bonita. No muy alta, de piel clara, rostro agradable, hermoso cuerpo y de buena presencia. Es, además, muy valiente. Sus compañeros le dicen “La Bella”.

Una mañana, con la cólera desbordándose por sus poros, acompañó a una amiga a hacer el examen para investigador criminal. Se había peleado con su novio y lo menos que quería era verlo. Y, aconsejada por la cólera, también quiso hacer la prueba. Para su sorpresa, la aprobó. Su amiga no. Desde ese día es policía y le apasiona la investigación criminal.

“Excelente –dijo–, no hay problema… ¿Cómo vamos a hacer?”

La trampa
Desde ese momento, La Bella empezó a comunicarse con César.
“Ya días te veo –le escribió– y me gustaría conocerte mejor, pero solo si no tenés a alguien que se enoje”.
“No, no tengo a nadie” –respondió César.
“Me pareces un buen hombre”.
“Gracias… y vos sos muy bonita”.
“No te creo, pero, gracias…”
“No, sí sos bonita… y me gustás mucho”.
“Vos también a mí…”
“¿Te puedo pedir una cosa?”
“Depende”
“¿De qué?”
“Bueno, no sé… A ver, ¿qué me vas a pedir?”
“Una foto tuya”.
“Ya me estás viendo en mi perfil”.
“Sí, pero una foto de otro tipo…”
“¿Cómo de qué?”
“Una foto desnuda”.
La Bella se indignó, cerró la comunicación y se alejó de la pantalla dos horas. César se deshizo en disculpas. La Bella cedió.

“Te voy a mandar una de las piernas… Nada más… ¿Qué decís?”
“Sí, está bien… Y perdóneme por ofenderla…”.
“No, está bien. Ahorita me bajo el pantalón y me tomo la foto de las piernas para mandártela”.
César esperó ansioso.

Cuando vio las piernas blancas, hermosas, suaves y torneadas, se deshizo en halagos.
“¿Te gustan?” –le preguntó La Bella.
“¡Me encantan! Lástima”.
“Lástima, ¿qué?”
“No, bueno… que solo eso puedo ver…”
“¿Qué más querés ver?”
“Primero decime una cosa…”
“¿Qué cosa?”
“¿De verdad te gusto?”
“¿Te hubiera mandado una foto de mis piernas si no me gustaras?”
“Sí, tenés razón… Y, ¿te puedo preguntar otra cosa?”
“¿Qué es?”
“¿Te gustaría hacer el amor conmigo?”.

La Bella dudó. Seguramente, al otro lado, César se moría de angustia.
“Pues… sí” –respondió ella.
Él estaba feliz.
“¿De verdad?”
“Sí… ¿por qué no? Vos sos hombre y yo soy mujer, me gustás mucho y yo te gusto, ¿entonces?”
“Me hacés muy feliz”.
“Y yo quiero que vos me hagás feliz a mí”.
“No solo en la cama, mami; ya vas a ver”.
“¿Cuándo?”
“¿Tenés mucho deseo?”
“Sí –contestó La Bella–; mucho deseo…”
“Pues, por mí ya si vos querés…”
“¿Dónde?”
“¿Dónde estás vos?”
“En Chamelecón, ¿y vos?”.
“En Las Vegas, Santa Bárbara…”
“¿Y allí tenés dónde podemos estar solitos?”
“Sí”.
“Yo puedo ir hasta allá… de todos modos, estoy de vacaciones y mi novio es un bruto que se fue mojado y me dejó sola… Allá él… Uno de mujer siempre tiene necesidades y vos me gustás mucho… ¿Qué decís?”
“¿De verdad podés venir hasta aquí?”
“Sí…”
“¿Ahorita?”
“Es temprano y Las Vegas no está lejos… Pero si no querés”.
“No, no… Está bueno…Vengase, mami, que aquí la voy a hacer feliz”.

“¿Te puedo preguntar algo?”
“Sí, claro” –contestó él.
“¿Qué me vas a hacer?”
“Lo que más te guste… Todo”.
“Me gusta que me peguen cuando estoy haciéndolo…”
“Mami, lo que usted quiera”.
“¿Dónde te veo?”
“En la terminal de buses de Las Vegas… Me llamás a este número, pero yo voy a estar pendiente de vos…”
“Voy a ir vestida de blanco…Toda de blanco… ¿Te gusta?”
“Sí”.
“¡Ah! –exclamó La Bella–, te voy a pedir algo…”
“Lo que quiera”.
“Llevá unos cinco condones porque estoy ovulando y no quiero salir con un domingo siete…”
“Está bueno… Pero, ¿cinco condones?”
“Sí… Me gusta hacerlo muchas veces… ¿O no podés?”
“Puedo eso y más, mi princesa”.
“Vaya, pues… Ahorita salgo para allá”.

Nota final
Tres horas después, en la terminal de buses, un hombre delgado, acabado de bañar, con el pelo recién cortado, de rasgos duros y vestido con forzada elegancia, esperaba ansioso a que los pasajeros se bajaran del bus que llegaba de San Pedro Sula. Estaba nervioso.

A varios metros de él, muchos pares de ojos lo observaban. Los agentes de la DPI tomaban posiciones, cubriendo cualquier salida posible. De repente escuchó su nombre y se estremeció. Pero no era la voz que esperaba.

“¡César!” –gritó alguien cerca de él.

“¡Policía –dijo otro–, manos arriba!”
Varias pistolas y algunos fusiles le apuntaban a la cabeza. Miró en todas direcciones y supo que estaba rodeado. Despacio, levantó las manos. Un agente se le acercó, le puso las esposas a la espalda, y le dijo:
“Estás detenido por la violación y el asesinato de Nora… Tenés derecho a guardar silencio… Todo lo que digás puede y será usado en tu contra en un juicio. Tenés derecho a un abogado…”
Él no escuchaba.

Con la cabeza baja, murmuró:
“Pucha, caí como estúpido; todo por una mujer… Y yo que creí que la había conquistado…”
Nadie le dijo nada.

Un agente lo tomó de un brazo y lo llevó hasta una patrulla que esperaba en la calle.
El detenido suspiró y dijo:
“¡Y hasta los condones había comprado!”

Las pruebas de ADN dieron positivas y el testigo lo reconoció. El fiscal pidió treinta años de cárcel. En las oficinas de la DPI de San Pedro Sula hubo fiesta ese día. Un equipo de excelentes detectives le hizo justicia a Nora… y La Bella se siente mucho más orgullosa de ser policía de investigación criminal.

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