Crímenes

Grandes Crímenes: El crimen de la quebrada (II Parte)

Ningún motivo es bueno para matar, pero este es el más absurdo de todos
09.12.2017

Al pastor Rigo de la iglesia “La buena esperanza” lo mataron a machetazos una noche de luna llena cerca de una quebrada, en un camino solitario de Santa Bárbara. Pero, ¿por qué mataron a un hombre tan bueno y que jamás le hizo daño a nadie?

-“¿Conocía usted bien al pastor don Rigo?” –le preguntó un detective de homicidios al hombre que encontró el cuerpo.

-“Aquí todo el mundo lo conocía, señor –respondió él.

-“¿Sabe usted si el pastor tenía enemigos?

-“¡Uy, no! El pastor era un hombre bueno y un siervo del Señor… Fue por años que pastoreó la iglesia de “La buena esperanza”. ¿Cómo iba a tener enemigos?

-“¿Tiene alguna idea de por qué lo mataron?”.

-“No, señor, pero el que lo mató va a tener que darle cuentas a Dios… ¡Mire cómo lo dejó!”.

VEA AQUí: El crimen de la quebrada (I Parte)

Pistas

Con los indicios que tenían los detectives estaban seguros de que podían resolver el caso. Buscaban a un hombre alto y fuerte, que manejaba el machete muy bien y que quizás era dueño de un guarizama nuevo, el que mantenía bien afilado. Además, usaba botas de hule y la bota derecha tenía una seña especial. Con esto, los agentes dijeron que era un caso sencillo.

-“El asesino es un lobo solitario” –dijo uno de ellos.

-“Pero, ¿por qué lo mató?” –preguntó otro.

-“Este tipo de crimen se comete solo con odio y con ira –explicó el detective–, lo que podemos asegurar porque se ensañó con el cuerpo, aun después de muerto, hasta destruirlo o hasta que su cólera y su odio estuvieran satisfechos”.

-“Pero, ¿por qué odiar a un hombre así?”.

-“Tal vez un odio viejo… Un enemigo de antes de que se hiciera pastor”.

-“Es posible”.

-“Pero hay algo claro: el crimen no se ejecutó por encargo… Fue la persona agraviada por el pastor quien le quitó la vida”.

-“¿Por qué decís eso?”

-“Por la saña con que atacó el cuerpo aun después de muerto. Le causó el mayor daño posible…”.

El agente hizo una pausa, reflexionó unos segundos y añadió:

-“No, este odio no es viejo… Es reciente y el asesino está cerca, muy cerca”.

Investigación

Los detectives fueron a la vela del pastor para entrevistar al mayor número de personas posible. Alguien tenía que aportar algo a la investigación.

-“Nos han dicho que el pastor Rigo no tenía enemigos –le dijo un agente a la esposa–, pero nosotros creemos que lo mató alguien que lo odiaba mucho y nadie odia a nadie de puro gusto”.

-“Rigo era un hombre bueno –respondió la viuda–; se lo digo yo, que viví con él cuarenta años… Él tenía diecisiete años cuando me robó y nunca se separó de mí. Su papá era pastor y él nunca dejó la Iglesia…”.

Las lágrimas que se acumulaban en su pecho la detuvieron por un momento. El detective esperó a que continuara. A los pocos segundos, la mujer agregó:

-“Rigo no tuvo enemigos nunca, se lo aseguro, por eso me extraña que ustedes digan que alguien lo odiaba”.

Ella suspiró.

-“Ya está en manos del Señor y nada de lo que se diga o haga aquí en la tierra tiene sentido. Si agarran al asesino, pues, será porque Dios quiere, pero yo no pido nada contra él…”.

Los detectives no se rendían.

-“Señora –dijo el agente a cargo del caso–, hemos entrevistado a muchas personas y nadie es capaz de decir que su esposo fue un hombre malo”.

-“Ni se lo dirán”.

-“Por esa razón, señora, es que este crimen es… increíble. Nosotros estamos seguros de que el odio y la cólera impulsaron al criminal y sabemos que el criminal está cerca de aquí”.

La mujer miró a los policías con ojos cansados.

-“Ya le dije que le dejo todo a Dios”.

-“Pero Dios quiere que se encuentre al asesino del pastor y se le castigue”.

-“Ese ya es asunto de ustedes”.

-“Pero necesitamos su ayuda”.

-“¿En qué forma?”

-“Contestando unas preguntas”.

-“Díganme”.

La viuda

Era una mujer madura, de baja estatura, blanca, algo rolliza, de largo pelo peinado en trenzas brillantes, aunque con muchas canas, de ojos azules y cara redonda en la que se notaba cierta dulzura.

-“Creemos que el asesino es un hombre alto y fuerte” –le dijo el detective.

-“Por aquí no hay mucho hombre alto, señor”.

-“Eso estoy viendo –respondió el detective–, pero el hombre que mató a su marido es alto, fuerte y joven, creemos que es muy joven, tal vez de unos veinticinco a treinta años”.

La mujer se quedó pensando por largos segundos. Los detectives esperaban, armados de toda la paciencia del mundo.

-“Mire –dijo, al fin la señora–, yo conozco a toda la gente de la aldea y a casi toda la gente de las aldeas vecinas y solo he visto a un hombre así como el que ustedes dicen… un muchacho que trabaja en la hacienda del diputado, cerca de aquí”.

-“¿Cómo se llama?”

-“René… es de San Luis…”

-“¿Lo vio en la iglesia alguna vez?”

-“Bueno, sí vino varias veces al culto, pero no es que era un cristiano dedicado… Es más, yo creo que ni siquiera ha aceptado al Señor Jesucristo como su salvador personal”.

-“¿Es alto?”

-“Sí…”

-“¿Más o menos de la misma altura de su esposo?”

La mujer calló por un momento.

-“Sí, más o menos como él”.

Los detectives se miraron.

-“Nosotros creemos que mide un metro y ochenta centímetros, si no es que más”.

-“Esa era la estatura de Rigo; medía uno ochenta y tres”.

La mujer se limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas.

Detalles

Los detectives sabían que iban por buen camino.

-“Dígame, señora, ¿René vino a la iglesia porque quería servir a Cristo?”

-“Eso solo él y Dios lo saben, señor” –respondió ella.

-“Bien; perdone, por favor. Lo que quiero decirle es si usted sabe si vino porque quería ser un buen cristiano o porque tenía algún otro interés…”

-“¿Como el de una mujer? ¿Eso quiere decirme?

-“Precisamente, señora, solo que no quiero ofender”.

-“Pues, sí… Y no ofende usted… Él visitaba a Beatriz, una de las doncellas de la iglesia… Es más, creo que venía con buenas intenciones porque hasta pidió la llegada a la casa…”

-“Y, ¿sabe usted si son novios con Beatriz?”

-“Pues, no; no son novios…”

-“¿Por qué? ¿Lo sabe usted?”

-“Mire –contestó la mujer, después de una pausa–, en la iglesia somos bien estrictos y nadie se hace novio de una de las doncellas solo así porque sí…”

-“No le entiendo”

-“Esta iglesia tiene cien años de servir al Señor y desde que el bisabuelo de Rigo la fundó, con la bendición de Dios, las muchachas son un tesoro y se les cuida. Nadie, ni siquiera los mismos muchachos de la iglesia, que sabemos que sirven de corazón a Dios, pueden enamorar a una muchacha sin la supervisión de los ancianos, porque aquí no queremos noviazgos de un día, sino matrimonios que duren para siempre”.

Los detectives se miraron.

-“Dígame una cosa”.

-“Hable, señor”.

-“Su esposo, ¿desaprobaba la visita de René a la doncella de la iglesia?”

-“Mi esposo desaprobaba todo aquello que no estuviera dentro de los mandatos de Dios…”

-“¿Habló alguna vez el pastor con René sobre sus intenciones con Beatriz?”

-“No sé, señor, pero sí sé que habló con ella…”

Los detectives hicieron una última pregunta.

-“¿Podemos hablar con Beatriz?”

La doncella

Dicen los detectives que jamás han visto muchacha más bonita, dulce y sencilla como Beatriz. Una niña de Santa Bárbara que hace honor a la fama de ese departamento de tener las mujeres más bellas de Honduras.

-“¿Cuándo fue la última vez que vio a René?” –le preguntó el detective.

-“Hace dos semanas, señor”.

El detective creyó que hablaba con un ángel.

-“¿Es su novio?”

La muchacha bajó sus lindos ojos azules y una mata de pelo rubio cenizo cayó sobre su frente tersa y rosada.

-“No” –respondió.

-“¿Por qué? ¿No le gusta a usted?”

La muchacha guardó silencio. Al final de la pausa, dijo:

-“Es que él no es un cristiano fiel y el pastor don Rigo siempre nos decía que las doncellas de la iglesia no debemos unirnos en yugo desigual”.

-“¿A usted le gusta?”

Beatriz movió la cabeza dos veces hacia adelante.

-“Dígame, ¿usted le dijo a René que no podía ser su novia porque la iglesia se lo prohibía… porque el pastor don Rigo se lo prohibía?”

La muchacha miró al detective con ojos tristes, y le dijo, con voz suave:

-“Sí”.

-“Y él se enojó”.

-“Sí”.

-“Y amenazó con robársela”.

La muchacha se asustó.

-“¿Cómo sabe todo eso?”

-“Lo sé”.

Siguió a esto un momento de silencio.

-“René dijo que iba a hablar con el pastor, ¿cierto?”

-“Cierto”.

-“¿Y habló con él?”

-“Sí, y salió bien enojado de la oficina del pastor…”

-“Usted lo estaba esperando para saber qué era lo que le había dicho el pastor, ¿verdad?”

-“Sí, señor”.

-“Y el pastor le puso muchas condiciones”.

-“Usted lo sabe todo”.

-“Y le dijo que se la iba a robar…”

-“Sí, pero yo le dije que si no aprobaban en la iglesia que fuéramos novios, teníamos que esperar y él estaba obligado a demostrar sus buenas intenciones viniendo a la iglesia y siendo un buen cristiano”.

-“Pero él estaba enojado y no quiso saber nada de esperar, ¿verdad?”

-“Sí”.

-“Dígame, ¿vio alguna vez el enorme machete guarizama de René?”

-“No, señor… Nunca le vi machete”.

-“¿Y botas de hule?”

-“Esas sí, señor, unas negras y gastadas, con las que sale en la madrugada a ordeñar”.

-“¿Viejas?”

-“Sí”.

-“¿Rotas?”

-“Una tiene una cortada en la punta… Se la dio cuando cruzaba un cerco de alambra de púas”.

-“¿Algo más?”

-“No, señor”.

-“¿Por qué no vino René a la vela del pastor don Rigo?”

-“Ya se imagina usted, señor; el pastor no aprobaba que nosotros fuéramos novios, aunque él quería casarse conmigo”.

-“¿Por eso no vino a la vela?”

-“Digo yo”.

-“Pero sí sabe que mataron al pastor”.

-“Sí; si lo sabe. Aquí todo el mundo se conoce y hasta el diputado mandó un arreglo de flores…”

-“¡Excelente!”

Los detectives se fueron de la aldea.

Fiscal

“Vamos a traerlo” –dijo el fiscal, después de que los detectives le presentaron un extenso informe.

Salieron de Santa Bárbara a las cinco de la mañana y no tardaron en llegar a la hacienda. René estaba ordeñando.

-“¡Manos arriba –le gritaron, de repente–, somos de la Policía”.

René se puso de pie en un salto, miró en todas direcciones y lo que vio hizo que levantara las manos dócilmente. Estaba rodeado de policías que le apuntaban con sus fusiles.

-“Enseñame la bota derecha” –le dijo el agente a cargo del caso.

René levantó el pie y la bota de hule, negra, vieja y gastada, quedó en manos del policía, que limpió el sucio con un pañuelo.

-“¡Aquí está!” –gritó, con alegría.

Allí estaba el corte en la parte interna de la bota, cerca del talón. Medía más de tres centímetros y describía una curva profunda. El pedazo que faltaba era grande.

-“¿Dónde está tu machete?” –le preguntó el detective, soltando la bota.

Estaba colgado de una viga, adentro de una funda lustrosa y adornada con gusto exquisito.

-“Es un guarizama, ¿verdad?”

-“Sí”.

-“Y lo compraste hace poco”.

-“Sí”.

-“Y lo afilaste bien para matar al pastor don Rigo, anoche, cerca de la quebrada, en el camino real…”

René bajó la cabeza.

Un agente le leyó sus derechos mientras otro le esposaba las manos a la espalda. Aquel gigante tenía pies de barro.

-“Ya no vas a volver a ver a Beatriz” –le dijo un detective.

-“Ella no tiene nada que ver en esto”.

-“Lo sabemos. Vos mataste al pastor porque no te dejaba ser novio de la muchacha… y creíste que una vez muerto, podrías hacer con ella lo que quisieras…”

René calló.

-“Tenés derecho a guardar silencio...”

Hace poco trasladaron a René a otro penal. Le faltan muchos años para que vea la libertad.