Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El cuchillo del general

Verdad. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor
07.02.2021

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres

A eso de las cuatro y media de la mañana, mientras escarbaba en uno de los contenedores de basura de la Alcaldía Municipal, un indigente encontró algo que llamó su atención.

Todavía estaba oscuro, y la luz del foco del poste más cercano llegaba débilmente hasta aquel sitio, por lo que se acercó despacio y encendió un fósforo. Cuando lo acercó al bulto que habían visto sus ojos, dio un salto hacia atrás y soltó un grito. Tiró la bolsa en la que llevaba las latas de aluminio que había recogido hasta ese momento, y corrió hacia un grupo de hombres que descargaban un camión de plátanos en una de las calles del mercado zonal Belén.

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“¡Allá! –decía, señalando con un dedo hacia atrás–; allá hay un muerto… Hay un muerto”.

Al principio nadie le hizo caso, pero dio la casualidad que pasó en ese momento por allí una patrulla motorizada de la Policía, y un hombre los detuvo.

“Este hombre dice que allí donde está ese contenedor de basura hay un muerto… Nosotros no le creemos, pero sería bueno que vayan ustedes a ver… por si es verdad…”

Uno de los policías se bajó de la moto.

“¿Qué es lo que vio, señor?” –le preguntó.

“Un muerto; allí hay un muerto…. Está boca abajo… No se mueve… Está allí, en el basurero, detrás del contenedor… Yo lo alumbré con un fósforo”.

“¿Está seguro de lo que está diciendo?”

El hombre hizo una cruz con dos dedos, se la llevó a los labios, la besó y juró.

“Por esta –dijo–, que es la pura verdacita”.

“Vamos a ver”.

No tardaron mucho en llegar al contenedor y los policías alumbraron la escena con el foco de la motocicleta. Y era cierto.

“Mírelo; allí está… Está muerto”.

Un policía se agachó para ver mejor.

“Está muerto” –le dijo a su compañero.

“Hay que llamar a la DNIC” –le dijo el otro.

El primer policía hizo algo más mientras su compañero llamaba a la central. Levantó un poco el cuerpo.

“Tiene un cuchillo clavado en el pecho –dijo–, y está duro y frío, como si lo hubieran matado hace unas seis o siete horas”.

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DNIC

El equipo de homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) no tardó en llegar. El sol ya asomaba detrás del cerro Cantagallo, dándole un poco de claridad a la ciudad, y los detectives pudieron trabajar mejor.

La víctima era un hombre de unos cuarenta años al que todos conocían como Chente y que se dedicaba a recoger latas y hierro en los alrededores del mercado. Nadie sabía nada más de él, ni siquiera si aquel era su verdadero nombre; no tenía familia y vivía solo, dormía donde podía, o donde lo agarraba la noche, y vivía de pepenar desperdicios reciclables, de hacer mandados y de recoger y botar basura.

No bebía nunca, pero fumaba mucho, no hablaba casi con nadie y era solitario, no se le conocían amigos y nadie tenía quejas de él. Por todo eso, el hecho de que lo hubieran matado sorprendió a todos lo que lo conocían, ya que no se metía con nadie.

“Lo mataron ayer entre ocho y diez de la noche –dijo el forense–; fue una sola cuchillada que le partió el corazón en dos. Murió de inmediato”.

“Pero, doctor, ¿no lo mataron aquí?, ¿verdad?”

“Pues, parece que no –dijo el doctor–; aquí lo vinieron a tirar, para esconder el cuerpo…”

“No veo rastros de sangre”.

“Es porque no los hay… La muerte fue inmediata, y si hubo sangrado, fue justo en el momento en el que el cuchillo traspasó el corazón, y si algún rastro de sangre quedó en alguna parte, es posible que haya sido en el sitio donde lo atacaron…”

“Y supongo que el sitio donde lo atacaron no fue muy lejos de aquí”.

“Imagino que no porque el cuerpo presenta huellas de que fue arrastrado…”

El detective alejó a los curiosos, se agachó un poco para ver mejor sobre la acera cerca del contenedor, y caminó primero hacia arriba, donde se veían huellas paralelas sobre el concreto.

“Creo que lo arrastraron por aquí” –dijo.

“Entonces, lo atacaron un poco más allá” –le dijo el doctor.

“Creo que es usted un buen detective”.

“El que con lobos anda a maullar aprende”.

“¿No es a aullar, doctor?”

“¿ Y por qué no podría ser a maullar?”

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Caminaron despacio unos metros más hacia arriba, siguiendo la acera, donde se notaban, aunque borrosas, dos huellas paralelas, y, de pronto, encontraron algo que parecía ser una gota de sangre; a esta siguió otra más arriba y a esta siguieran tres más. Un metro después, se encontraron con una mancha del tamaño de una moneda de diez centavos.

“Creo que el cuerpo calló aquí con violencia, después de que fue acuchillado –dijo el forense–. Esto es sangre”.

El detective estaba satisfecho, y le dijo a uno de sus compañeros:

“Que venga la gente de Inspecciones Oculares y que Pachico traiga todo su equipo… Vamos a ver con quién nos encontramos”.

“¿Quién creés que lo mató?”

“Alguien que se dedica al mismo oficio que él –respondió el detective–, pero este es un hombre violento, que siempre iba armado y que a lo mejor lo atacó para robarle porque al revisar los bolsillos del pantalón de la víctima no encontramos más que treinta centavos, y según lo que nos dicen las personas que lo conocían ganaba buen dinero vendiendo material para reciclar, recogiendo basura y haciendo mandados, y parece que el dinero siempre lo llevaba encima… Es más, me dicen los testigos que fumaba bastante, y no encuentro encima de él ni una cajetilla de cigarros ni una cajita de fósforos… Por eso pienso que el que lo mató fue para robarle, y que este hombre ya lo conocía…”

El forense sonrió.

“Excelente deducción… Creo que vas por buen camino”.

“No se lleve el cuerpo todavía, doctor… Voy a hablar con el fiscal para que me deje ver un poco más el cuchillo que lo mató… ¿Se fijó bien en la cacha?”

“Sí –dijo el doctor–; me fijé bien, y me extrañó que el asesino dejara el cuchillo clavado en el pecho de su víctima…”

“A mí también me extrañó, pero, si se fija bien, usted dice que lo mató entre las ocho y las diez de la noche, y a esa hora todavía hay gente y carros trasitando por aquí, por lo cual tuvo prisa para quitarle todo lo que la víctima andaba encima y para esconder el cadáver, así que se apuró a agarrarlo de los brazos y lo arrastró hasta detrás del contenedor, luego le sacó lo que andaba en los pantalones, se olvidó del cuchillo, y se fue… Y creo, sin temor a equivocarme, que ese cuchillo nos va a llevar al asesino”.

“¿Por qué?”

“Porque tiene una cacha especial, de marfil, y está bien pulida, como si el dueño la cuidara mucho y la estuviera limpiando siempre.

Además, si se fijó bien, tiene tallada la cabeza de un caballo por un lado y un escudo de Honduras por el otro, lo que lo hace un cuchillo especial, y al ser un cuchillo especial, debe ser conocido de alguien porque es muy seguro que su dueño lo lució con orgullo muchas veces, y si no fue así, al menos lo sacó delante de muchas personas y esa cacha llamó la atención de más de alguno, y más de alguno nos va a decir quién es el dueño… ¿No le parece?”

“Pucha, vos… Parece que ya tenés resuelto el caso… Solo te falta ponerle las chachas al asesino…”

El detective sonrió.

+ El celular delator

+ El crimen que parecía perfecto (Parte I)

+ El crimen que parecía perfecto (Parte II)

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“Es la escuela de Denis Castro Bobadilla, doctor, y de Gonzalo Sánchez, que nos enseñaron a estudiar cada detalle de la escena del crimen. Denis Castro fue mi maestro en Medicina Legal, y aprendí mucho de él, y Gonzalo Sánchez me enseñó Criminalística, cuando empezamos con la DIC bajo la dirección del doctor Wilfredo Alvarado… Creo que tuvimos buena escuela…”

“Bueno, eso creo yo también –le dijo el doctor–, pero me parece, también, que te enseñaron a hablar mucho… y eso también lo aprendiste bien…”

Fiscal

Cuando el detective le pidió permiso al fiscal para sacar el cuchillo de pecho de la víctima, este consultó con el forense, y el médico sacó el arma.

“¿Y si se borran las huellas digitales?” –preguntó el abogado.

“Este cuchillo es más importante que todas las huellas digitales juntas. La cacha es la condena del asesino. Ya verá”.

Embalaron con cuidado el cuchillo en una bolsa transparente. Era un hermoso cuchillo de caza, largo, de acero inoxidable, curvo en la punta, de doble filo, hoja ancha y que estaba unida a una cacha de marfil tallado a mano, grueso, en el que lucía la cabeza de un caballo brioso de largas crines por un lado, y al otro el escudo de Honduras, y en uno de los cantos, la siguiente leyenda: “General de División Policarpo Paz García – La Patria – 1982”.

El detective lo mostró a varias personas, haciéndoles las mismas preguntas.

“¿Había visto este cuchillo antes? ¿Sabe de quién es?”

Una mujer que llevaba puesto un delantal blanco dio un grito:

“¡Es el cuchillo de Samuel!”

“¿Quién es Samuel?”

“Un pepenador que vive abajo, allá por la Iberia… Él siempre lleva ese cuchillo… Dice que se lo regaló el General Paz García porque fue chofer de él hace mucho tiempo… antes de que al General le cortaran una pata…”

“¿Y sabe usted dónde lo podemos encontrar? A Samuel, quiero decir”.

“Claro, esta es hora que está comiendo baleadas y bebiendo café donde La Chunga; después se bebe su par de octavos de guaro, se mete su tranca de marihuana, y se pone a recoger latas y botellas…”

“¿Está segura, señora?”

“Ay, papita; si no me cree, entonces no me pregunte nada… Venga; véngase conmigo, que si Samuel fue el que mató al pobre de Chente, merece que lo maten a él también… Mi marido le dijo que le compraba el cuchillo, pero no se lo quiso vender ni por cincuenta pesos…”.

Nota final

Samuel estaba bebiendo café en el puesto de una señora llamada María de Jesús, a la que le decían La Chunga. Cuando vio llegar a los policías ni siquiera se alarmó.

“Dejen que me termine mis baleadas –les dijo–; ya lo hecho, hecho está… Metí las patas y me llevé al Chente por delante, pero es que él se me puso al brinco, y a mí se me olvidó el puñal… Me imagino que fue por eso que me agarraron… Pero ni modo… Para eso me sirvió el cuchillo de mi general”.

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Samuel todavía guarda prisión en la Penitenciaría de Varones de Támara, entre los reos de la Tercera Edad. Es un reo modelo.

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