Crímenes

En la tierra de los ocho millones de dioses

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25.03.2017

SERIE 2/5

El domingo pasado viajábamos a alta velocidad en un tren bala, pero esta vez, sin prisa y a través de las mansas aguas del mar interior de Seto, nos disponemos a cruzar la puerta entre el mundo humano y de los espíritus de Japón.

Vamos hacia Miyajima (a 50 kilómetros de Hiroshima), conocida como la isla sagrada y registrada como Patrimonio de la Humanidad de UNESCO.

Aquí ya no se trata de perforar distancias a una relación de kilómetros por hora, sino de navegar unos 10 minutos en un gran ferry para regresar 1,500 años atrás en la historia; un contacto con la espiritualidad original.

Comprender la religión de Japón es un poco complejo para nosotros los latinos, criados generalmente bajo la visión del cristianismo para creer y practicar una sola doctrina; y el supuesto concepto inequívoco de un solo dios.

Visitantes queman incienso en la entrada de un templo, un rito común para purificación.

Visitantes queman incienso en la entrada de un templo, un rito común para purificación.

Sin embargo, la visita a los santuarios japoneses nos permitirá asimilar, al menos, algunos rincones de ese mundo de los ocho millones de dioses que se ilumina a la vez con la filosofía de Buda.

En la tierra sagrada

Desde largo se divisa un gran portal de gruesas columnas cubiertas de rojo vivo con tono anaranjado (bermellón) flotando en el apacible mar. Se le conoce como Otorii, una puerta de entrada que simboliza el paso del mundo terrenal al espiritual.

Budismo: Doctrina basada en las enseñanzas de
Buda. Nace en la India y se extiende a los países
asiáticos, llegando primero a China y de allí saltó
a Japón.

Después del pórtico flotante aparece, levantado también sobre el agua, el santuario Itsukushima, donde cada sala revive el deseo que tuvo el artífice de su reconstrucción, conocido como Taira no Kiyomori, de preparar un sitio sagrado inspirado en la doctrina de Buda, la segunda religión más profesada de Japón.

Trajo lo mejor de la arquitectura budista, con columnas de diámetro grueso, suelo de tablas, salones amplios, pendientes de teja con esquinas en punta y estatuas como custodios, y lo puso a los pies del paisaje natural japonés.

Unos
85

millones de habitantes
son seguidores del
budismo en la isla.

El incienso y la fuente de agua dan más misticismo a la visita; y la presencia de devotos lo reafirma como espacio propicio para rezar y meditar, sin demeritar los esfuerzos para conservar el templo en las condiciones de antaño. Por eso mismo, la isla entera es un lugar consagrado y la naturaleza, dibujada en verdes montañas rodeadas por un manto azul, marca el horizonte del desarrollo.

En el lugar, los venados corren con libertad y sin miedo a ser cazados, derecho que les confiere al ser considerado como animal divino. También gustan de comer todo lo que ven a su paso, tanto así que su servidor fue víctima de sus travesuras, pues mientras nuestra cámara estaba enamorada de su presencia, ellos devoraban nuestro mapa de la isla.

La diosa llamada naturaleza

Ahora nos toca visitar otro complejo de templos budistas, el Kiyomizudera, en una montaña donde fluye agua manantial en el antiguo Tokio, pero con la particularidad que al lado norte se levanta con igual soberbia arquitectónica un santuario sintoísta, la otra religión profesada en Japón.

Una guía nos explica que el sintoísmo y el budismo son las principales religiones en la tierra del sol naciente, pero que un gran número de japoneses profesan y practican ambas, en una especie de sincretismo que a veces puede llegar a relacionarse con otras doctrinas.

Sintoísmo: Es la religión nativa de Japón, cuya
doctrina se basa en la veneración de dioses
representados en los fenómenos de la
naturaleza y otros elementos de la existencia.

El budismo fue importado desde China, mientras que el sintoísmo es la religión nativa de la isla.

A juicio por lo visto y platicado con los intérpretes, en la primera se tiene como guía las enseñanzas del iluminado Buda, mientras que la segunda se basa en la creencia de dioses que representan fenómenos de la naturaleza y otros elementos de la existencia, sin ninguna jerarquía entre ellos y sin normas rígidas de adoración. Ellos le llaman kami (sí, pensaron lo mismo que yo: Kamisama de Dragon Ball, que significa dios de un planeta).

El templo Itsukushima posee una historia de 1,400 años y está registrado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

El que visitamos, el santuario Jishu, está dedicado al dios del casamiento y es tradición que los visitantes participen de un ritual para adivinar su suerte en el amor: deben caminar de una piedra a otra con los ojos cerrados; recorrerlo con éxito te garantiza el mismo destino con tu pareja, desviarte es un presagio del fracaso. Así que muchos prefieren moldear su destino al entreabrir los ojos.

100

millones de personas
profesan el sintoísmo
en Japón.

En la entrada a cada templo no pasa desapercibido el sonido del agua cristalina que proviene de la montaña y fluye a través de varias fuentes. Es una invitación al temizu, un rito de purificación que consiste en tomar agua con un cucharón de madera y lavarse las manos y la boca.

Prueba de la variedad y apertura del sintoísmo, nos explica la guía, es que aseguran tener más de ocho millones de dioses y cada localidad puede tener su deidad particular. Investigando un poco, descubrimos que esta cifra tiene su origen en “Yaoyorozu-nokami”, una palabra que más que literalmente traducirse en ocho millones, se interpreta como muchos dioses, porque en Japón suman y siguen, con la naturaleza como centro de la veneración.

Ver aquí I parte: Un viaje al futuro con escalas en el pasado