Con la muerte de Hugo Chávez, el 5 de marzo de 2013 emergió la figura de Nicolás Maduro como presidente de Venezuela y desde entonces ha gobernado con mano firme bajo la línea del chavismo, con el control absoluto de todos los poderes e instituciones del país, aunque sin lograr desarrollo económico o estabilidad social.
Han sido 12 años en los que ha tejido una especie de telaraña para defenderse y sobrevivir en el cargo: poderosas alianzas; fidelidad de los militares; control sobre los poderes e instituciones del Estado; discurso populista –antiimperialista– para justificar sus fracasos; y destrucción de la prensa independiente para dirigir la información a su favor.
Así enfrentó los embates domésticos e internacionales. Ni siquiera tener un presidente alterno con reconocimiento de varios países como Juan Guaidó logró que se hiciera algún agujero en aquella telaraña que, hasta hace algunos meses, parecía suficiente para soportar cualquier embate, como se demostró tras el escandaloso fraude electoral de 2024 que no causó el levantamiento popular al que llamaron los líderes de la oposición, especialmente María Corina Machado.
Sin embargo, era evidente que algo estaba sucediendo tras bambalinas y aquella telaraña empezaba a envolver a su propio creador, aunque otros factores se sumaban para erosionar lo que en algún momento pareció un poder intocable.
En contraposición a los factores que ataban aquel el tejido de protección, los síntomas de un marcado desgaste se hacían cada vez más evidentes. El resultado electoral fue el primer golpe para debilitar el entramado chavista. Cerca del 70% de los venezolanos votaron en contra, de acuerdo con las actas de los centros de votación. Ese revés, del que sobrevivió de manera espuria, dejó marcado al dictador. En aquel momento tuvo las herramientas para imponer el fraude electoral, pero Maduro iniciaba un camino más escabroso y lleno de peligros.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y su política frente a la Venezuela de Maduro marcaron un cambio radical, y finalmente estalló la bomba: "Es uno de los narcotraficantes más grandes del mundo y una amenaza a nuestra seguridad nacional", dijo la fiscal general de EEUU Pam Bondi al momento de anunciar que se ofrecía la recompensa más grande en la historia de ese país. Sí, ¡US50 millones por la información que lleve a su captura!, el doble de lo que en su momento se ofreció por Bin Laden.El momento no puede ser más inoportuno para Maduro, pues su telaraña parece atraparlo en vez de protegerlo. Tras el fraude perdió credibilidad y legitimidad, la crisis económica golpea fuerte –crecimiento económico negativo e inflación del 180%–, la pobreza aumenta y el éxodo de venezolanos no cesa, sus aliados naturales de la región, Brasil y Colombia se han distanciado, y los de ultramar siguen siendo “amigos”, pero difícilmente romperán espadas por Maduro.
Pero lo peor de todo, es que el anuncio de la administración Trump parece más que amenaza, una intención, y Washington quiere verlo fuera del poder. Negar que es el líder del “Cartel de los Soles” no es suficiente, las dudas en el ambiente son muy grandes, aunque Estados Unidos no ha presentado pruebas contundentes y palpables.Hasta ahora, el bastión más sólido de Maduro sigue firme. Los militares, a los que ha logrado comprar con cargos y puertas abiertas a la corrupción –según organismos internacionales–, siguen dando su respaldo al “comandante en jefe”, aunque no se puede anticipar lo que podría suceder si la amenaza estadounidense se concreta.
En 1989 el presidente George Bush (padre), ordenó invadir Panamá para derrocar y capturar a Manuel Noriega, quien gobernaba de facto el país centroamericano. Repetir una acción militar de esa naturaleza podría ser muy costoso y no parece que sea la vía escogida –al menos hasta el momento–, pero no cabe la menor duda de que Trump está dispuesto a lograr el fin de la era de Maduro y del chavismo.
Maduro está pues atrapado en su propia telaraña, solo que ahora, ésta atada con diferentes factores: es impopular y no tiene credibilidad; sus aliados internacionales muestran menos convicción para defenderlo; la crisis socioeconómica se agrava, la corrupción se incrementa y a Venezuela se le empieza a ver como una paria ligada al narcotráfico.
En el pasado Nicolás Maduro ha mostrado habilidad para sortear los problemas que brotan a su alrededor. En el presente, su capacidad para esquivar, evadir y retener el poder, se ha visto debilitada. Más bien parece un gobernante vulnerable al que le queda poco tiempo de vida.
La atención se centra en la forma en que la oposición interna puede aprovechar este escenario.
Venezuela ha sufrido por el chavismo décadas de sufrimiento. Los venezolanos han visto como se diluyen sus libertades y un país que alguna vez fue rico, no pasa de dar tumbos. La pregunta que flota en el ambiente es clara: ¿Se acerca el fin de Maduro y el chavismo? Por el bien de Venezuela... ¡Ojalá!