Cuenta la leyenda que, en un país lejano, el pueblo, hastiado del abuso del Rey y de su séquito, decidió en asambleas populares sostenidas a lo largo y ancho del reino, que ya era tiempo de enterrar las groserías, atropellos y corrupción generalizada que parecía haberse desbocado, sin misericordia alguna, sobre ese pueblo vapuleado por la pobreza y la miseria.
El pueblo decidió, por votación abierta, directa y transparente, que el Rey y todas las demás autoridades debían ser separadas y en aquellos casos en que los actos de los opresores fueran imperdonables, ellos debían pagar con largos años de aislamiento en la torre que servía de cárcel para delincuentes públicos. En aquellos otros casos en que la presencia de estas figuras malévolas fuera perjudicial para la paz del reino, se desterrarían a lugares lejanos, exhibiéndolos primero en las plazas públicas para tratarlos con el mismo desprecio que ellos habían tratado a la población.
La selección sería intensa y para ello, en afán de hacer justicia, se clasificarían a esos personajes por las características de sus actuaciones, salvando también, por justicia, a aquellos pocos que no eran acreedores a la vindicta pública.
Para la selección antes dicha, se necesitaron tres costales, dos de gran tamaño y el tercero pequeño, fácil de manejar. En el primero, se introdujeron aquellos funcionarios que habían hecho uso del terror, de la amenaza, de la extorsión, y de otros mecanismos de miedo para subyugar a un gran sector de los súbditos, ahí cayeron autoridades militares, policiales y funcionarios de todos los rangos que mediante amenazas se habían agenciado un “liderazgo” ficticio que solo servía para alimentar el ego insaciable de esos nefastos funcionarios. En el siguiente costal, casi de igual tamaño que el primero, se introdujeron aquellos dirigentes mal llamados “líderes”, que con los recursos provenientes de las cargas tributarias a que estaba obligado el pueblo, satisfacían también el saco roto de sus ambiciones. Con ese dinero se otorgaban dádivas ilegales, viáticos de viajes no realizados, obsequios ostentosos, obras jamás terminadas y todo ello para comprar estómagos y conciencias, comprometiendo así, el apoyo frágil de cierto sector de la población a favor del reinado. El tercer costal, el menor de ellos, se diseño para introducir en él, aquellas personalidades del reino, que, en transcurso de los años, habían dado muestras de probidad, de respeto al pueblo, de creatividad y de solidaridad humana para con los más necesitados; era obvio que su tamaño era indicativo de que esos personajes no abundaban pero que en honor a la justicia se les debía reconocer por su notoria calidad humana.
Los años pasaron y en la evolución política de esa pequeña nación, surgieron nuevas formas en las instituciones, en la elección de autoridades y en otras prácticas propias de un Estado moderno. Sin embargo, los tres costales nunca desaparecieron, su uso parece ahora más necesario.
¿Será que vamos preparando nuestros costales?