La fuerza de los sueños

Aunque las dificultades económicas aún golpean, ya no es aquel niño que sobrevivía entre carencias: ahora es un hombre que, a pesar de las dudas sobre si el universo juega en su contra

  • 10 de octubre de 2025 a las 00:00

La vida de Santiago de la Cruz está marcada por recuerdos que no pretenden romantizar la pobreza, sino mostrar la fortaleza de un hombre que nunca dejó de soñar. Nació y creció en la colonia San Miguel de Tegucigalpa, donde estudió en la escuela Juan Ramón Montoya. En su niñez, asistía a una iglesia pentecostés, un lugar donde además de alimento encontraba compañía y un respiro en medio de la dura realidad que enfrentaba junto a su único hermano de padre y madre.Desde muy pequeño conoció el valor del trabajo. A los nueve años ya ayudaba a descargar camiones que transportaban granos básicos como frijoles y maíz. Los costales eran pesados, pero cada jornada le enseñaba que el esfuerzo era la única manera de avanzar. Poco después, trabajó como ayudante en una panadería, donde preparaba donas que luego se vendían en el negocio de Yorllina de Cuéllar. Entre harina y madrugadas largas, entendió que la dignidad del trabajo no se mide por el lugar, sino por la entrega.La necesidad era tan fuerte que, en sexto grado, tuvo que sacar un par de zapatos de un barril de basura para poder ir a la escuela. Esa escena, lejos de causarle vergüenza, se convirtió en un recordatorio de lo mucho que podía resistir.Hoy, Santiago tiene un hogar formado por su esposa y sus dos hijos, quienes son su mayor orgullo y motor de vida. Aunque las dificultades económicas aún golpean, ya no es aquel niño que sobrevivía entre carencias: ahora es un hombre que, a pesar de las dudas sobre si el universo juega en su contra o a su favor, se mantiene firme en el camino de sus sueños.Periodista de vocación y a punto de convertirse en abogado, su vida profesional refleja la misma disciplina que aprendió de niño. También estudió filosofía, carrera que no logró concluir debido a una herida que todavía lo acompaña: la muerte de su madre, la mujer de hierro que fue su ejemplo y sostén. Su partida dejó un vacío inmenso, pero también una chispa de fortaleza que lo impulsa a seguir adelante.Santiago de la Cruz no cuenta su historia para inspirar lástima, sino para recordar que, incluso en medio de la escasez más dura, siempre es posible levantar la mirada y apostar por un futuro mejor. Su vida demuestra que los sueños no se apagan: simplemente esperan el momento de cumplirse.

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