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Ruiz Matute: la última pincelada fue en el alma

Miguel Ángel Ruiz Matute murió para continuar vivo en su pintura, he allí la maravillosa resurrección de los grandes artistas

FOTOGALERÍA
27.12.2018

Tegucigalpa, Honduras
El 23 de diciembre a las 12:30 PM, hora de Londres, Inglaterra, murió Miguel Ángel Ruiz Matute, el último maestro de la modernidad pictórica hondureña. Recuerdo cuando el licenciado Juan Manuel Posee, me propuso en el año 2008, hacer un libro sobre los artistas que habían garantizado la continuidad de la tradición moderna hondureña y que aún estaban vivos, se refería a Gelasio Giménez (Cubano), Mario Castillo, Moisés Becerra, Benigno Gómez y Miguel Ángel Ruiz Matute.

“Estos maestros están avanzados en edad y en cualquier momento van a morir, hay que reunirlos y hacer un libro sobre ellos y a usted le encomiendo la curaduría de este proyecto”, me dijo Posee. Tenía Razón, con la muerte de Ruiz Matute, se cerró el ciclo: los cinco murieron en una década; como una premonición, Gelasio Giménez, murió meses después de iniciado el proyecto. El resultado final de esa curaduría fue el libro “Cinco maestros de la plástica hondureña”, publicado por el “Museo del Hombre Hondureño”, bajo la edición de Ileana Cerrato y el registro fotográfico de Rubén Merlo López. Como trágico suceso, que agrega un doloroso claro-oscuro a esta experiencia, también murió el licenciado Posee, gestor del proyecto.

Miguel Ángel Ruiz Matute, nació en la ciudad de San Pedro Sula, Honduras, el 1 de marzo de 1928. Fue discípulo del gran muralista mexicano Diego Rivera y del artista Juan O´Gorman. En 1956 trabajó con Rivera en los murales de la ciudad universitaria de la capital federal y especialmente en el que decora el “Teatro Insurgentes”. A finales de la década de 1950 llega a España donde se integra a la “Academia de San Fernando”. Después de su estadía en Francia, donde fue en búsqueda de una dimensión más universal de su obra, regresó a España a realizar una de sus muestras más importantes en la galería de la Editora Nacional de Madrid.

En los años sesenta retorna a Honduras y expone bajo el patrocinio de la Universidad Nacional. Entre la década de 1970 y 1980, Ruiz Matute fue agregado cultural de la Embajada de Honduras, primero en Madrid, después en Londres y finalmente en Roma. En 1999 realizó una importante exposición en la galería Portales de Tegucigalpa. La exposición realizada en febrero del año 2016 en el salón del Banco Atlántida, que, a su vez, registra su última visita al país, fue una de las retrospectivas más completas de su trabajo. Miguel Ángel Ruiz Matute tiene el mérito de haber participado en las tres bienales hispanoamericanas de arte (1951, en Madrid, España, 1954 en La Habana, Cuba y 1956 en Barcelona, España). En la bienal hispanoamericana celebrada en la Habana, Cuba en 1954, obtuvo el “Premio Bilbao”. Ese mismo año, obtuvo el Premio Nacional de Arte “Pablo Zelaya Sierra”.

Dentro de su producción trabajó murales y temas en series, “Los toreros,” “Lázaro a la luz” y “Los contemplados”, fueron a mi juicio, el conjunto de trabajos mejor logrados; su serie de retratos también es espectacular, considero que junto a Mario Castillo conformaron la maestría del retrato hondureño; trabajó el género del paisaje, pero su paisaje no era descriptivo, era solo un buen argumento para mostrar su oficio en el manejo del color.

Un pintor de la modernidad
En la obra de Ruiz Matute, el color ya no fue más la pasta que animaba el dibujo, el color pasó a ser en muchas ocasiones el nervio de la obra. El color fue trazo, línea, textura, recurso psíquico, elemento compositivo, movimiento y ritmo; todas estas cualidades han conformado su estética, convirtiéndola en el centro de los fundamentos de la pintura hondureña; desafortunadamente, las nuevas generaciones no han asimilado este extraordinario legado que nos dejó el maestro.

Pintor de corte expresionista, pero su expresionismo no llegó a ser violento, su pincelada, sin ser académica, tampoco llegó a ser decididamente vanguardista, hay en Ruiz Matute un expresionismo cargado de metáforas que seducen por su tono lírico y no por el ímpetu de su paleta. Ha sido el gran maestro de las veladuras, de los empastes que pueden pasar de zonas cargadas a delgadas, dejando escapar la luz con una fuerza inusitada, esta capacidad de variedad tonal sobre la base de empastes densos y fluidos tienen su mejor impronta en la serie “Lázaro a la luz”.

El manejo de las texturas visuales y matéricas es otro de los grandes legados de su trabajo. El arte moderno se caracterizó por explorar nuevas referencialidades espaciales, esa fue la lucha de Cezanne, de Monet, de Picasso y otros maestros de la modernidad, Ruiz Matute asimiló como pocos en Honduras esta herencia, es por ello que su pintura es un dialogo entre luz y espacio. Los proyectos pictóricos del maestro, no solo revelaban el oficio de un artista consolidado, eran a su vez documentos pedagógicos visuales, porque en sus obras, las nuevas generaciones de pintores pueden reconocer los argumentos para ejecutar una pintura que lleve en su estructura los signos de la época.

Ruiz Matute nos enseña que el oficio de pintar no pasa por describir un tema, se trata, sobre todo, de dialogar con el mundo desde la estructura del color; para el maestro, el color es el principio y el fin de la pintura, quien tiene dominio del color sabrá comunicar sus ideas más intensas y sus sentimientos más profundos; es bajo esta lógica que se movió el oficio de este pintor que encontró en la modernidad el camino que guio su trabajo.

Moderno porque supo desligar el color de la rigidez académica, porque encontró en el color y su comportamiento la vía para articular su estética, porque su pintura fue al encuentro de problemas existenciales que, sin pertenecer necesariamente al conflicto social, pertenecen a la angustia, a la soledad y a la incertidumbre de la humanidad actual.

Su gramática visual
Las relaciones entre poesía y pintura quedaron establecidas en la majestuosa escritura visual del poema de Rafael Heliodoro Valle “Jazmines del cabo”; las relaciones entre pintura e historia se pueden ver en su tradición muralística; las relaciones entre pintura e introspección, se pueden apreciar en la cantidad de retratos realizados a personajes del mundo de la literatura, la política y del arte en general; los retratos a don Arturo López Rodezno y a Pablo Zelaya Sierra, expresan maestría introspectiva, capacidad de develar con el color la profundidad psíquica de sus retratados; lo mismo sucede con el retrato que pintó al poeta Óscar Acosta: una lúcida inteligencia gravitando en una atmósfera de tonos verdes.

Las relaciones entre pintura y paisaje quedan evidenciadas en una metáfora de luz que envuelve las obras, todo su paisaje, como indiqué líneas atrás, antes que descripción, es composición a base de luz; si hay un maestro de la pintura hondureña que sabe concentrar y dispersar la luz, ese es Miguel Ángel Ruiz Matute. No hay nada de lo humano que no haya sido tocado por su pincel.

La obra de Ruiz Matute se ha consagrado como parte de la magnífica tradición pictórica hondureña, ha vivido para pintar, quienes entregan su vida al arte nos dejan una perspectiva de humana esperanza. Honduras tiene la honra de tener entre sus ciudadanos a uno de los hombres que supo sentir al país y al mundo en la luz de sus pinceles. Su última pincelada fue en el alma, allí dejo sentir su transparencia de luz, fue en el alma de la humanidad donde el pincel de Miguel Ángel Ruiz Matute alcanzó su gloria infinita.