Tegucigalpa, Honduras.- ¿Cuántas parejas viven convencidas de que su vínculo es indestructible, como si el amor, por sí solo, bastara para desafiar al tiempo? La experiencia termina mostrando una realidad más serena y contundente: las relaciones no perduran únicamente gracias a la pasión o a las afinidades compartidas, sino por esas delicadas y constantes deferencias que hacen que el otro se sienta verdaderamente apreciado.
Entre ellas, las más simples y, acaso, más subestimadas son las expresiones cotidianas de "por favor" y "gracias". Aunque parezcan triviales, en la delicada arquitectura del matrimonio son los ladrillos que impiden que aparezcan fisuras.
Un hecho ineludible es que en la vida diaria, la familiaridad suele desgastar la formalidad. ¿Ha experimentado esto en su relación sentimental? Muchas parejas comienzan a dirigirse el uno al otro con menos cuidado del que emplearían hasta con un amigo o un colega, y no por desdén, sino por la rutina.
Con el tiempo, no obstante, el que usted olvide u omita estas fórmulas de cortesía transmite un mensaje peligroso y que oxida su relación mutua: que los esfuerzos del otro son esperados, debidos o invisibles... tácitos. El respeto, una vez menguado, difícilmente se restituye.
La psicología ha subrayado de manera constante la íntima relación entre gratitud y satisfacción conyugal. Por ejemplo, la profesora Sara Algoe, de la Universidad de Carolina del Norte, afirma que la gratitud actúa como "una dosis de refuerzo para las relaciones románticas", ya que incluso pequeños reconocimientos generan un ciclo de buena voluntad y aprecio.
Cuando un esposo agradece a su esposa por preparar la cena, o cuando ella solicita con amabilidad ayuda en lugar de emitir una orden, la acción comunica mucho más que simple urbanidad. Hacerlo realmente significa el reconocimiento de la dignidad del otro y que aprecia su esfuerzo y apoyo.
Peligro subyacente
El riesgo de descuidar estos modales reside en tratar al cónyuge como se trataría a un hermano. El que usted de por sentada la relación y trate a su pareja con la excesiva familiaridad y brusquedad con que trataría a su hermano, asumiendo que siempre estará allí, es un grave error.
El matrimonio no se cimenta en la sangre, sino en una elección renovada cada día. No es un relación ipso facto, sino una decisión que se puede retrotraer. Cuando las cortesías se desvanecen, lo que queda puede percibirse como una relación meramente transaccional o sexual, carente de ternura y de espontaneidad, algo vacío, insatisfactorio y sin futuro.
Considere usted cómo germina el resentimiento. Un compañero que se siente dado por hecho no suele estallar de inmediato, más bien, se repliega en silencio, capa tras capa, hasta que la intimidad se ve sustituida por la distancia o la indiferencia. Y lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia.
Dejar de lado el trato educado y considerado propicia una muerte lenta sentenciada por un desánimo y hastío paulatino que hace perder hasta los aspectos lúdicos de la relación.
Esto recalca el hecho de que la cortesía no es una superficialidad, sino que es un cuidado preventivo, una suerte de profilaxis afectiva que evita rupturas más profundas. Vale más una cucharadita de prevención que un kilo de curación.
Autoanálisis
¿Puede usted analizarse y sostener más cordialidad con su pareja? Aquí no se trata de un hipócrita pseudo-respeto, falsa adulación, conveniencia o lejanía emocional. Tampoco es perder la complicidad sentimental ni la química e intimidad sexual galopante. Es todo lo contrario.
Es tener el arte de que usted mantenga saludable y pujante la chispa y la emoción pasional con su pareja sin apagarla por tratarle con poca valoración o cero respeto en las facetas sencillas y cotidianas del día a día. Simple pero efectivo.
Es esencial que usted tenga presente que ningún adulto está obligado a permanecer en una relación donde se siente invisible o menospreciado. La libertad de elección es lo que otorga al amor conyugal su particular dignidad.
Precisamente por ser voluntaria y no "per se", esta unión florece cuando ambos cultivan la deferencia mutua. Decir "por favor" y "gracias" es, en esencia, proclamar: no doy por sentado tu esfuerzo, sino que lo valoro y lo aprecio.
Permítase, estimado lector, reflexionar sobre sus propios hábitos. ¿Se dirige usted a su pareja con la educación y civilidad que amerita un vínculo tan íntimo e importante? Si no es así, ¿por qué no? La ausencia de cortesía suele revelar una peligrosa complacencia o autoindulgencia, una fuerza insidiosa que erosiona triste y lentamente.
En cambio, los actos deliberados de amabilidad renuevan la frescura de la relación, recordando a ambos que el respeto nunca pasa de moda.
Beneficios de los buenos modales.
La experiencia práctica confirma que practicar buenos modales dentro del matrimonio es vital para la salud marital. Estudios en psicología de las relaciones demuestran que las expresiones de gratitud reducen los niveles de estrés y fortalecen el vínculo emocional.
Una palabra amable no es mera etiqueta, ya que produce efectos tangibles en la salud mental emocional y afectiva de ambos y si hay hijos, un excelente ejemplo que replicarán ellos en su vida adulta.
Jamás de por hecho que matrimonio puede sostenerse en el amor únicamente. Necesita del andamiaje de la consideración, la gratitud y la estima. Decir "por favor" y "gracias" no cuesta nada, pero lo transmite todo: conciencia, aprecio, valoración y devoción. La duración de un vínculo conyugal no se asegura con declaraciones grandilocuentes o finos regalos, ni siquiera con riquezas, sino con estas pequeñas y constantes inversiones de dignidad.
No subestime el poder de los buenos modales. En la silenciosa reiteración de estas palabras se alimenta la confianza, se mantiene a raya el resentimiento y se renueva el afecto genuino. El amor y la pasión pueden encender la llama de una relación, pero la cortesía y el respeto son lo que la mantiene viva.