Los cinturones de miseria, traducidos en covachas construidas con restos de madera, láminas y cartón, han encontrado espacio en la enorme urbe que conforman Tegucigalpa y Comayagüela.
El histórico contraste económico del norte y el sur no existe en la capital. En ambos extremos, la pobreza cala con toda su intensidad y se deja ver sin tapujos en las extremas condiciones de vida de sus habitantes. Hay comunidades tan pobres y olvidadas donde sus residentes subsisten con apenas 20 lempiras diarios. Como una aldea del interior, permanece sin un signo de desarrollo el caserío Villa Corta, en las riberas del río Guacerique, donde se construirá la represa.
En estas calles cubiertas del sedimento que dejan las lluvias, hileras de humildes casas, con casi medio kilómetro una de otra, la vida transcurre para sus más de 4,000 habitantes en medio de un oscuro porvenir.
Don Santos Antonio Cruz, de 70 años, lleva una década viviendo en la zona y asegura que la máxima esperanza de la mayoría de los residentes, es que llegue la indemnización cuando construyan el embalse para mudarse a un lugar mejor.
Mientras tanto, él está ampliando su pequeña vivienda de madera que mide 15 por 20 metros para que sus cuatro hijos tengan más espacio.
En la comunidad el acceso a la salud, centros de estudio, sistema sanitario y agua potable, -pese a estar cercana a las represas que abastecen la ciudad-, es una ilusión.
Don Santos relata que para poder tener un 'pegue' de agua de una hacienda que se ubica a dos kilómetros de la zona deben pagar 5,000 lempiras. 'Es mucho pisto para mí, soy vigilante y a duras penas me pagan un poco menos del salario mínimo', afirma con tristeza.
Como don Santos, el 56 por ciento de los capitalinos subsiste con un ingreso pércapita de 4,329 lempiras al mes.
El resto de los vecinos de Villa Corta, no aspiran a ganar el salario mínimo, pues los patrones les pagan como si se tratara del área rural. Los asalariados viven estirando cada centavo que reciben para poder garantizar el sustento de sus hijos.
El golpe de la pobreza
Según el economista Héctor Muricio Acosta, el principal problema es la migración de personas del interior, quienes ven en la ciudad una oportunidad de desarrollo, pues en sus lugares de origen no tienen ni empleo.
'Muchas comunidades del interior cuentan con grandes bondades como suelos fértiles, aptos para la producción, pero el pobre ingreso de los campesinos no permite una explotación adecuada de la tierra', indicó Acosta.
Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) cada año ingresan a la ciudad un promedio de 35,000 a 42,000 personas del interior que construyen sus hogares en los barrios marginales.
Esto genera un patrón de crecimiento de los barrios informales en la periferia de la ciudad, sin sistemas de agua, saneamiento básico, recolección de desechos sólidos, sistemas viales, aceras, acceso de bomberos o comisiones de rescate; espacios para equipamiento urbano: escuelas, centro de salud, policías, entre otros.
Este crecimiento centro-periferia permite a las familias pobres encontrar terrenos baratos para su vivienda u ocupar predios ilegalmente.
Este es el caso de la familia Arias-López. Don José Arias y su esposa María López dejaron de alquilar un cuarto en la colonia Tres de Mayo, para comprar un terreno a 7,500 lempiras en la colonia Altos de la Laguna, localizada al norte de la ciudad.
Una tentadora oferta, debido a su bajo ingreso familiar que se limita a la venta de material plástico y aluminio que junto a sus tres hijas recogen de la calle.
'Pagamos una prima de 1,500 lempiras y nos dieron lo demás ‘financiado’ pagando 500 lempiras quincenales', comentó doña María.
Esta familia camina largos trayectos para recolectar el suficiente material reciclable que luego venden a tres lempiras la libra de plástico y a 10 la de aluminio. 'Para nosotros lo primero es pagar la casa, lo demás... hasta el hambre debemos olvidarnos', asegura don José.
En el abandono
Las 914 viviendas que forman Altos de la Laguna, se suman al ya alto índice de pobreza de la capital. 'Aquí estamos abandonados, la gente vive en una enorme pobreza, lo que la mayoría hacemos es socarnos la faja para poder sobrevivir. Es duro, pero es la realidad', dijo con voz entre cortada el presidente del patronato, Jacobo Pastrana.
Esta comunidad se encuentra a unos dos kilómetros de otro asentamiento desprotegido: la Nueva Capital.
Conformada por ocho calles y unas 2,000 viviendas distanciadas hasta 600 metros una de la otra, ahí el alumbrado público es un lujo. Sus habitantes viven en penumbras, solo los candiles, fogones encendidos y velas, iluminan las covachas.
El único acceso al transporte público está a dos kilómetros, el agua potable no existe, los moradores labran pozos en el árido suelo para captar el agua lluvia que utilizan para los quehaceres domésticos.
Para los niños su única esperanza de estudios está en la escuela que el sacerdote español Patricio La Rosa, dirige.
Para acceder a la secundaria los jóvenes como Isamar Arias acude a otra colonia.
'Yo voy a un colegio en la colonia Tres Caminos, para llegar allá me voy de jalón, a pie o a veces en bus cuando ajustan mis papás', afirma.
El vicealcalde capitalino, Juan Diego Zelaya, reconoce que la pobreza urbana tiene un impacto mayor que la pobreza rural.
Alrededor de la ciudad, en los cinturones de pobreza habitan 600,000 ciudadanos, casi la mitad de la población total capitalina.
De estos 300,000 viven en zonas de riesgo social y de desastre, en las 156 colonias catalogadas como inseguras.