Una de las grandes figuras que resalta al hablar de tolerancia es Nelson Mandela, hemos decidido recordar a este personaje haciendo eco a la conmemoración del Día Internacional de la Tolerancia, el pasado 16 de noviembre.
Mandela, igual que otros africanos negros de su generación, nació y creció en un país marcado por un racismo institucionalizado. Las duras políticas conocidas como apartheid del partido nacional afrikáner, que eran la minoría blanca que detentaba el poder, fomentaban el desprecio, la violencia y el odio racial.
No se puede clasificar a un hombre como Nelson Mandela: abogado, activista, idealista, preso, presidente de Estado. Es alguien que pudiendo haber buscado la estabilidad y la prosperidad económica dentro del marco de una sociedad injusta, prefirió cambiar la situación en su país. Esta elección le costó su comodidad, sufrió la violencia en primera persona y muchas privaciones. Es en estas circunstancias donde se forja un héroe para Sudáfrica, para el continente africano en general y para el mundo entero. Ha dado una gran lección de lo que es capaz de hacer un ser humano que vive los valores universales y los pone al servicio de los demás.
El despertar.
Nelson Mandela nació el día 18 de julio de 1918 en Mvezo, una pequeña aldea del distrito de Umtata, la capital de Transkei. Era un brillante estudiante, trabajador y agradecido con la vida por las oportunidades que estaba teniendo, pero en pocas semanas el destino del joven cambió radicalmente. En la universidad es nombrado representante del consejo de estudiantes y, debido a una serie de incidentes ocurridos cuando exigieron reformas, fue expulsado. Nelson regresó a su hogar adoptivo en Thembu. De repente, pasó de formar parte de la élite africana y de recibir una educación que le garantizaría prosperidad y prestigio a huir a una de las ciudades más duras y violentas del país.
Una vez más, los planes de Nelson parecían no coincidir mucho con lo que la vida le tenía preparado. Su intención era acabar su licenciatura e integrarse con la élite de los negros cultos y occidentalizados de Sudáfrica. Pero determinados encuentros con personas y acontecimientos despertaron al joven Mandela a la realidad. Fue aquí donde inició su lucha política contra la opresión del apartheid.
Entonces él aprendió una cosa que contrastaba con lo que le habían enseñado en su educación occidental: “Para ser líder hay que ir a la universidad”, pero observó que muchos grandes líderes destacados que había conocido nunca habían sido universitarios. Fue una época de profundos cambios, no tan solo en lo exterior, que fueron muy duros, sino a nivel interno. Obtuvo un pequeño empleo de oficinista y con ello pudo ir costeándose sus estudios en la universidad para acabar su licenciatura.
En esta época Nelson Mandela conoció a judíos, indios, mestizos, blancos y negros que se entendían perfectamente sin que el color de la piel o la cultura tuviera ninguna importancia entre ellos. Hizo amistades que durarían toda la vida y que se convirtieron en un gran apoyo durante su posterior campaña política, sobre todo Sislu y Radebe. Este último influyó en su formación ideológica sugiriéndole lecturas, presentándole a más activistas e invitándole a reuniones. Más adelante, cuando le preguntaron cuándo se dio cuenta de que debía hacer algo, explica: “No recuerdo exactamente cuándo supe que dedicaría mi vida a la lucha por la liberación… No tuve ninguna iluminación, ninguna revelación singular, ningún momento de la verdad, sino una continúa acumulación de miles de desprecios, miles de humillaciones, miles de momentos no recordados que creó en mí un sentimiento de ira, de rebeldía, un deseo de luchar contra el sistema que oprimía a mi pueblo. No hubo un día concreto en el que dijera: ‘De ahora en adelante me dedicaré a la liberación de mi pueblo’; pero sí que me encontré haciéndolo, como no podía ser de otra forma”.
El juicio de Rivonia. En 1963, habiendo ingresado ya en la cárcel, se celebró el juicio contra Mandela, que pasaría a la historia como el famoso juicio de Rivonia. Los acusados de sabotaje y de pertenecer a la guerrilla se enfrentaban a cadena perpetua o a la pena de muerte. Muchas de las acusaciones eran falsas y muy graves, como la de asesinato de transeúntes. Decidieron que se declararían culpables de algunos cargos pero que aprovecharían la oportunidad de hablar en el púlpito para defenderse de las acusaciones que no fueran ciertas y denunciar la postura del Gobierno. “He dedicado toda mi vida a esta lucha. He conservado el ideal de una sociedad libre, donde todas las personas vivan juntas en armonía y en igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”. El veredicto declaró culpables a Mandela y a otros siete acusados. Todos fueron condenados a cadena perpetua.
El periodo más oscuro de su vida.
A la edad de cuarenta y seis años fue trasladado junto con sus compañeros a Robben Island, una de las peores cárceles de toda África. La celda de Mandela medía dos metros cuadrados y disponía de una esterilla y un par de mantas. Había una débil bombilla y una ventanita de apenas 30 centímetros cuadrados. El único consuelo que les quedaba en la cárcel y que les producía cierto alivio era que se tenían los unos a los otros. “El reto para todos los presos, especialmente los presos políticos, consiste en cómo lograr salir intacto de la cárcel, cómo salir sin que las fuerzas hayan mermado, cómo lograr mantener e incluso fortalecer las propias creencias… La cárcel y las autoridades conspiran para robar la dignidad a los hombres. Pero eso aseguraba mi supervivencia, puesto que por muchos hombres o instituciones que intenten robarme mi dignidad no se saldrán con la suya, porque no pienso cejar bajo ningún precio ni bajo ninguna presión”.
Estas no fueron solo palabras, sino una actitud que mantuvo siempre en la cárcel. Son conocidas las discusiones que mantuvo con los guardias de seguridad que intentaron humillarle y cómo Mandela consiguió ponerles en su sitio e incluso en evidencia.
El contacto con el mundo exterior era inexistente; tan solo podía escribir una carta al mes y el contenido de las que recibía de su esposa era prácticamente censurado. Winnie le visitó a las pocas semanas, pero estas visitas fueron realmente duras. No podían tener ni un rato de intimidad y debían conversar separados por un cristal en una sala abarrotada de visitas.
Una luz en medio de las sombras. Mandela se había convertido, no solo para Sudáfrica, sino para la comunidad internacional, en un símbolo de la libertad y la defensa de los derechos humanos. En la cárcel continuó exigiendo cambios y reformas, y en alguna ocasión escribió alguna carta que pudo ser publicada por algún periódico. En ellas hacía un llamamiento a la población para que continuaran luchando por la unión y contra la inhumanidad del apartheid.
A principios de la década de los 80 se inicia una de las acciones más importantes, bajo el nombre de “¡Liberad a Mandela!”. En ese entonces, Sudáfrica, Estados Unidos y Europa se unen para exigir la liberación de Mandela sin condiciones. Esta presión que ejercía la comunidad internacional empezó a notarse y hubo en un principio ciertas mejoras para los presos de conciencia como Mandela. Les cambiaron a otra cárcel, podían leer el periódico, ver las noticias, revistas, mejoró su alimentación y después de veintidós años Nelson Mandela pudo abrazar a su esposa Winnie y a sus hijos.
El día 31 de enero de 1985 se declaró que podía salir de la cárcel con la condición de que abandonara la lucha. Mandela no quería la libertad a cualquier precio, y por ello la rechazó a no ser que fuera sin condiciones. Con esto no hizo más que acrecentar su popularidad y poner al Gobierno en una situación todavía más difícil, pues estaba inmerso en una fuerte crisis económica.
El 11 de febrero de 1990 Mandela fue puesto en libertad sin condiciones después de veintisiete años. La experiencia en la cárcel lo había transformado y fortalecido y continuaría luchando por la paz y la unión de su país, presionando al apartheid con más eficacia.
El Congreso Nacional Africano (CNA) aprovechó la popularidad mundial de Mandela para presionar al Gobierno, proponer uno nuevo y democrático y entablar un tipo de negociaciones que pudieran crear un clima más respirable. En los últimos años que Nelson pasó en la cárcel, cerca de 4,000 personas murieron como consecuencia de la gran violencia que reinaba en el país.
Proceso de unificación de Sudáfrica. El 27 de abril de 1994, después de un duro proceso de tensión, negociaciones y conflictos durante la campaña electoral, Nelson Mandela se convirtió en el primer presidente negro de la historia de Sudáfrica. El día de juramento del cargo dijo: “De la experiencia de una insólita tragedia humana que ha durado demasiado tiempo, debe nacer una sociedad de la que toda la humanidad se sienta orgullosa… Nunca, nunca, nunca jamás experimentará otra vez esta maravillosa tierra la opresión del hombre por el hombre”.
En los años siguientes, Mandela puso toda su energía en unificar el país. Intentó calmar a los blancos, que le temían, y crear una nueva Sudáfrica como un lugar habitable para cualquier persona de cualquier raza.
El auge de los esfuerzos de Mandela fue la celebración de la copa del mundo de rugby en 1995. Era un acontecimiento muy importante y simbólico. Era un deporte que los negros sudafricanos consideraban de la minoría dominante bóer y, por este motivo, se mantenían al margen. Sin embargo, algo mágico ocurrió cuando Mandela se hizo amigo del capitán del equipo. Este organizó un equipo multirracial y el himno del equipo representante del país era el himno del CNA. “NkosiSikeleiiAfrika”. Todo el país se proclamó campeón y lo celebraron todos juntos. Fue uno de los momentos más emotivos jamás vividos.
Predicando con el ejemplo. Durante toda su vida, Nelson Mandela ha dado muestras de un comportamiento ejemplar. Con esto esperaba servir de referencia para todos los que conformaran el nuevo Gobierno, y si no era así, no tenía dudas en destituir a determinados cargos. Cada día daba muestras de su disciplina, se levantaba a las 4:30 AM, se hacía la cama, aunque estuviera en un hotel, y caminaba unos cuantos kilómetros.
Ganaba un buen sueldo, del cual una tercera parte lo donaba al CNA y al Fondo Infantil Nelson Mandela. Entregó el dinero que obtuvo cuando le dieron el Premio Nobel de la Paz y los royalties obtenidos de su autobiografía a acciones benéficas. Al finalizar su mandato en 1999, Mandela no se presentó a la reelección y dio paso a una nueva generación con más vitalidad y juventud para continuar su legado.
En esta etapa de su vida, Mandela aprende a disfrutar de la compañía de sus hijos y nietos. Vuelve a contraer matrimonio, esta vez con Graça Machel, viuda del presidente de Mozambique.
A pesar de estar jubilado, confiesa que nunca ha soportado una cosa: “levantarse y no saber qué hacer con su día”. Por ello continúa trabajando, aunque no de una forma oficial, dentro de la política. Tiene una agenda repleta de reuniones con líderes mundiales, entrevistas, es un útil mediador en procesos de paz y es bien conocida su incómoda franqueza a la hora de dar su opinión sobre los temas. Defiende por encima de todo la educación de las personas y es un acérrimo combatiente contra la epidemia del sida.
En algunas culturas antiguas, los grandes personajes solían ser recordados por la posteridad por sus gestas buenas y heroicas, porque consideraban a la historia como una maestra de vida y aprendían de ella. Y aparte tal vez un pequeño regalo para este ser humano excepcional de nuestro siglo, que cumplió noventa y cinco años el pasado 18 de julio, sea recordar y revivir su conmovedora historia, valor y gran ejemplo. Tal vez no haya mayor regalo para una persona que ha luchado toda su vida por la justicia y los derechos humanos que reconocer su obra, mostrarle respeto e intentar no olvidar los valores universales que ha defendido y que defenderán aquellos que se atrevan a vivirlos.