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“Expertos” e “influencers”: La curiosa ampliación del campo de batalla

Desde que existe internet, cualquiera, sin sonrojarse, se declara experto en algo, o en muchas cosas, que es peor. Aquello de “un océano de conocimiento con un centímetro de profundidad” atribuido a los periodistas, ahora es atribuible a cualquiera
06.06.2023

SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- Cuando surgieron las redes sociales nació también esa clase de gente que, por tener el derecho a hacerlo, se permite valorar cualquier asunto, aunque no sepa o no entienda nada, o sepa lo mismo que yo respecto, por ejemplo, a radiaciones atómicas.

Muchos, curiosamente, muestran ahí una beligerancia que jamás tendrán en la vida real, porque, por lo general, son gente tímida, de los que “agachan la mirada” cuando se trata de enfrentar una situación cara a cara, ante un público que, en lugar de hacerlo con emoticonos, pudiera reaccionar con gestos reales.

Opinan sobre cualquier cosa con ánimo combativo del mismo modo en que publican compulsivamente los cincuenta ángulos de la misma “selfie”.

Podrían calificarse como “extrovertidos”, pero quizá sólo sean casos de estudio para la psicología, un tema que prefiero dejar a los expertos, ya sea de los autodenominados o de los reales.

La literatura, la papelera y los autores-maquila

Porque desde que existe internet, cualquiera, sin sonrojarse, se declara experto en algo, o en muchas cosas, que es peor. Aquello de “un océano de conocimiento con un centímetro de profundidad” atribuido a los periodistas, ahora es atribuible a cualquiera.

Los más jóvenes de ahora, por ejemplo, pregonan ser la generación más preparada e informada de la historia, pero podrían ser en realidad la generación más insulsa, la más engañada y la más ignorante respecto a las cuestiones simples de la vida; muchos de ellos son capaces de entrar en depresión por un emoticono, de dar la vida por un gatito o de armar una revolución a puros “hashtags”, pero no de sobrevivir un rato en soledad, sin internet y sin alguien que les encienda la estufa y les haga un huevo frito.

Abundan en Facebook expertos en viajes en el tiempo desde que vieron Dark; expertos en literatura desde que leyeron un libro de Jojo Moyes y expertos en administración de empresas, mercadeo y ventas desde que les dio por incorporarse a esa nueva clase social de los llamados “emprendedores”.

Se anuncia la ceremonia de entrega de los premios Oscar y aparecen los expertos en cine con especialidad en “Rápido y furioso”. Se juega el Super Bowl y el país entero cambia el fútbol por el fútbol americano.

El tal Bad Bunny ofrece un concierto en un estadio cercano y de pronto aparecen los demagogos defendiendo, casi con fórmulas matemáticas, ese subproducto del mal gusto y la miseria mental llamado reguetón.

Ahora incluso hay expertos en conflictos matrimoniales cuya única experiencia comprobada en ese tipo de asuntos es la atención brindada al juicio de Johnny Depp y Amber Heard y a la separación de Shakira y el futbolista Piqué.

Una legión de minificticios

Ahora que en las librerías se ha vuelto raro ver un libro bueno y los que ahí abundan son esos fenómenos de quinceañeras que escriben en Wattpad para otras quinceañeras, ha surgido también una generación de expertos en libros que comunican sus descubrimientos, con un fervor canónico como el de Harold Bloom, en ese depósito de eternos momentos fugaces llamado Instagram.

“Bookstagrammers”, se hacen llamar, y suelen escribir a las editoriales o a los autores ofreciendo sus servicios como “influencers”: “Usted me regala su libro y yo publico en Instagram fotos de ese libro y escribo cualquier estupidez en la medida en que lo vaya leyendo”.

No dudo de que haya alguna editorial, algún autorcito ávido de fama al que el trato le parezca una oportunidad ineludible.

Imaginen: la señorita o el señorito, ambos pericos de los palotes, explicando en esa aparente realidad de las pantallas por qué le dan a ese magnífico libro nuestro, que quizá no vale nada, cinco rotundas estrellas.

Así, unos y otros construyen ese mundo de fantasía en el que unos tontos expertos hablan sobre los libros de unos tontos autores para que algunos tontos lectores más se entusiasmen y crean que por ahí va la cosa y que se dedican a algo importante en la vida.

En un mundo así, a uno, que apenas es experto en nada y que, en cambio, sabe que ignora tantas cosas y que no podría opinar sobre la mayoría de ellas, no le queda más que replegarse, alejarse del “mundanal ruido” y hacerse el tonto sólo por aquello de que “hay que convivir” con esa chusma diletante, creciente y homogénea.

Y, sin embargo, de vez en cuando dan como ganitas de ladrarles, para espantarlos un rato, o de hacerlos reaccionar con un coscorrón, para ver si son capaces de ser, por una vez en la vida, algo distinto de lo que siempre han sido.

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