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Cristiano, el joven que se aferró a sus raíces

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07.06.2014

L as carreteras de Madeira se retuercen como lazos de caramelo y se elevan por esta escarpada isla en un laberinto que recuerda a las favelas de Río de Janeiro. El lento descenso aquí se da con una sensación similar a la de las barriadas brasileñas: la de aislamiento total y un completo alejamiento de las áreas turísticas.

Ese sentimiento es intenso dentro de los residentes. En mayo, en Santo Antonio, una localidad en medio de la montaña, dos hombres se pararon ante una mesa enfrente de un modesto bar al aire libre. Los hombres estaban hablando del nativo más famoso de Madeira, la estrella del fútbol Cristiano Ronaldo. Pero no estaban reviviendo uno de los goles mágicos de Ronaldo para el Real Madrid ni deleitándose con una de sus actuaciones épicas para el equipo nacional de Portugal. Más bien, estaban recordando la vez en que Ronaldo casi arruinó su carrera profesional antes de siquiera empezarla.

LA HISTORIA

Esto sucedió mucho tiempo antes de que Ronaldo, de 29 años, fuera una estrella en el Real Madrid, el gigante español que derrotó a su vecino de ciudad, Atlético de Madrid, en la final de la Champions League en mayo. Fue antes de los seis años de Ronaldo en el Manchester United y antes de que se convirtiera en un ícono mundial y antes de que fuera designado capitán de Portugal, un papel en que continuará este verano en la Copa del Mundo. El momento que los hombres recordaban ocurrió cuando Ronaldo era apenas un adolescente, dijo su padrino Fernao Sousa en el bar. Fue cuando Ronaldo seguía aferrándose ferozmente a ese aislamiento ofrecido por este diminuto archipiélago conocido como Pérola do Atlântico, la Perla del Atlántico. Fue cuando no quería irse.

“Le ayudé a llegar a Lisboa”, dijo Sousa. Sousa, por supuesto, estaba hablando sobre la serie de transferencias que llevaron a un joven Ronaldo de su primer club, el Andorinha, a un club de Madeira más grande, Nacional, y luego finalmente fuera de la isla cuando se unió a la academia del Sporting de Lisboa en 1997. Ronaldo tenía 12 años. “Estaba listo”, dijo Sousa.

Sousa, él mismo exjugador del Andorinha y el Nacional, tenía conexiones que facilitaron el ascenso de Ronaldo. Recordó a la madre y el padre de Ronaldo aceptando la oportunidad; Ronaldo también parecía emocionado. “Su hijo es su futuro”, les dijo Sousa.

Pero a pocos meses de iniciada la primera temporada de Ronaldo en Lisboa, Sousa escuchó que su ahijado estaba de vuelta en la isla. No se suponía que Ronaldo estuviera en casa; el acuerdo con el Sporting le permitía solo unos cuantos viajes de regreso cada año, y eran solo visitas cortas. Sousa rápidamente condujo por las estrechas y accidentadas calles de Santo Antonio para llegar a la casa de la familia de Ronaldo, un edificio bajo de techo de lámina con tres recámaras para la familia de seis.

Le dijeron que Ronaldo no era feliz pero no entendía por qué. Ronaldo amaba el fútbol más que cualquier otra cosa. En todo Santo Antonio, todos sabían que Ronaldo siempre estaba jugando, siempre llevaba una pelota. “Faltaba a la escuela solo para jugar”, dijo Ludgero Castro, un antiguo vecino. “Sus libros de texto eran el balón de fútbol”.

En Lisboa, sin embargo, Ronaldo no había encontrado el santuario que Sousa esperaba. Ronaldo extrañaba a su padre, José Dinis, que era jardinero (y mánager del equipo de jugadores veteranos del Andorinha). Extrañaba a su madre, Dolores, y a su hermano y dos hermanas. Extrañaba perseguir ranas en las barrancas secas con su primo. Extrañaba la familiaridad de vivir en un barrio donde la mayoría de los techos eran de un anaranjado ibérico y nadie necesitaba conocer los nombres de las calles porque todas las familias viven en las mismas casas donde siempre han vivido.

Extrañaba, más que todo, escuchar a la gente hablar como él; en Lisboa, los otros muchachos en la academia se burlaban de él sin misericordia por su acento de Madeira.

No quería regresar al continente. Sousa y José Dinis, que murió en 2005, no estaban seguros de qué hacer.

“Convencimos a su madre de hablar con él”, dijo Sousa, agitando la cabeza. “Siempre escuchaba a su madre. Luego lo pusimos en el auto y lo llevamos directo al aeropuerto. Fue difícil, pero regresó”.

Sousa sonrió. “Es bueno que lo hiciera, ¿no?”, dijo.

Sousa rió entonces, reconociendo su declaración insuficiente. El bar en que estaba de pie estaba al lado de un campo de fútbol con una gran fotografía de un joven Ronaldo, usando los colores del Andorinha, pegada sobre la entrada. Este campo no existía cuando Ronaldo era niño; su primer campo estaba un poco más cuesta abajo de la colina y “ni siquiera tenía pasto, solo tierra”, según Rui Santos, el presidente del Andorinha cuando Ronaldo jugó ahí. En esta isla, sin embargo, la presencia de Ronaldo es ineludible.

LA RUTA DE RONALDO

En el modesto aeropuerto, anuncios que muestran a Ronaldo saludan a los pasajeros cuando entran en la terminal. Si uno le pide a un taxista un “tour de Ronaldo”, lo llevará a los lugares de su juventud. En Bairro Quinta Falcao, el área donde creció Ronaldo, la cafetería a la que iba su familia tiene fotografías de él y una de sus camisetas en la pared. “Aún viene cuando está de visita”, dijo el camarero. “Le gusta un plato lleno de pescado portugués”.

Si se detiene a una persona en la calle en este barrio, señalará el espacio justo detrás de la Casa Azul que sirve como centro comunitario. Ese lote baldío es donde estaba la casa de la niñez de Ronaldo. La casa fue demolida hace varios años, aunque los residentes ofrecen diferentes versiones de por qué: Algunos dicen que fue porque vándalos y vagabundos habían convertido la casa en un blanco después de que Ronaldo mudó a su familia a un área más bonita; otros dicen que al gobierno de Madeira, así como a Ronaldo, les preocupaba que la casa proyectara una mala imagen de la niñez de Ronaldo.

La hermana mayor de Ronaldo, Elma, que opera una tienda de ropa de la marca Ronaldo en la parte más comercial de Funchal, no especificó por qué la casa de la familia había sido demolida. “Era pequeña”, dijo. “Pero era nuestra casa. Y ahora las cosas son diferentes”.

Eso también fue una subestimación. Ronaldo vive ahora en Madrid con su novia, una modelo rusa, y su hijo de tres años. Su madre vive cerca de él también. Su otra hermana, Katia, es cantante. Su ingreso anual, según una reciente estimación de Forbes, es de 44 millones de dólares.

Sorprendentemente, Ronaldo visita Funchal solo “unas cuantas veces al año”, dijo Elma, y “siempre que viene tiene que mantenerse oculto”. Siempre hay visitantes, siempre hay gente que quiere algo.

Recientemente, Ronaldo estuvo aquí para celebrar la apertura de su museo, una elegante galería cerca de las áreas turísticas que está dedicado a todas las cosas de Ronaldo. Hay en exhibición todo tipo de trofeos, así como camisetas, fotografías de la niñez de Ronaldo y una colección de balones de cada partido durante su carrera en que Ronaldo ha anotado un triplete.

El primo de Ronaldo, Nuno Viveiros, dirige el museo. Dos años mayor que Ronaldo, Viveiros era el capital del equipo juvenil en el cual Ronaldo ganó su primer trofeo de campeonato (también está en exhibición en el museo). Al preguntarle si encontraba presuntuoso que Ronaldo quisiera abrir un museo mientras estaba en la plenitud de su carrera, Viveiros hizo un gesto agitando la mano.

“Ya tenía demasiados trofeos, era bueno que los exhibiera”, dijo Viveiros. “Además, ganará más y los pondremos aquí también”.

Ese es un sentimiento común entre los residentes de Madeira, que tienen una fe inquebrantable en la magia de su jugador favorito. Recuerdan los días antes de que fuera el desenvuelto mago en el campo, los días en que lloraba después de perder partidos con el Andorinha. Recuerdan cuando su toque con el balón siempre parecía un poquito más suave que el de otros muchachos.

Recuerdan, también, la época en que no quería irse.