MARCIAL. “Eran las once de la noche de un viernes lluvioso de julio, hace ya varios años, cuando me llamaron insistentemente por teléfono”.
Así empezó el doctor Emec Cherenfant, presentando el caso que me había prometido. Acababa de poner ante mí una copia del expediente de la Policía, ya viejo, y yo vi en él algunas fotografías que me parecieron de las más grotescas que he visto en mi vida.
Era copia del expediente de un crimen sucedido en Ciudad de Guatemala, y que fue remitido a la Policía de Honduras, ya que la víctima era un hombre de nacionalidad hondureña que se había establecido en aquel país desde hacía cinco años. Era comerciante. Se dedicaba a reciclar hierro, acero, cobre y aluminio y en poco tiempo había prosperado tanto que enviaba cada mes varios contenedores de estos metales hacia Estados Unidos. Pero, una mañana, en una orilla de la carretera que va hacia la frontera con El Salvador, aquel hombre fue encontrado muerto. Lo asesinaron después de torturarlo sin piedad. El forense dijo que sufrió al menos tres horas antes de recibir la herida mortal. El torniquete que tenía en la garganta fue para causarle dolor y no para matarlo. La herida final fue hecha con un cuchillo largo, ancho, puntiagudo y bien afilado que entró despacio rozando el esternón cerca de la tercera costilla, y, después de atravesar el corazón y partirlo literalmente en dos, salió por la espalda, seccionando el músculo trapecio, y allí se quedó, sobresaliendo al menos dos pulgadas manchadas de sangre.
Lo habían atado de pies y manos, y estaba desnudo. Era seguro que lo raptaron en alguna parte, lo llevaron a un lugar predeterminado y allí lo torturaron; luego de hacerlo sufrir lo mataron. Cuando la Policía encontró su carro, abandonado tres kilómetros adelante, hallaron muestras de sangre, pero ninguna huella digital. También estaba su ropa, sus zapatos, una gorra de béisbol, tres teléfonos celulares quebrados, su billetera, algunas cuentas bancarias, dos chequeras y su agenda. En esa agenda estaba el nombre del doctor Emec Cherenfant, su número de teléfono y la dirección del Hospital San Jorge, del barrio La Bolsa, en Comayagüela.
“Mi nombre y mi número estaban escritos en esa agenda porque fue mi paciente -dijo el doctor Cherenfant, con un acento extraño-. Me llamaron una noche de julio para que atendiera una emergencia en el Hospital. Estaban trasladando del Hospital Escuela a un interno de la Penitenciaría de Varones de Támara al que habían querido matar, y la persona que me llamó fue su abogado, un viejo amigo mío, que, además, fue mi compañero en la universidad, cuando estudiábamos las clases generales”.
El doctor hizo una pausa y luego añadió:
“¿Qué le pasó a tu cliente?” -le pregunté, mientras se me escapaba el sueño.
“Lo atacaron dos internos de otra celda... Llegaron a la enfermería, donde se recuperaba de una afección respiratoria y lo golpearon en los brazos y en la cara con un objeto pesado”.
“Pero, eso no es para un cirujano plástico... -replicó el doctor Cherenfant-; si tiene fracturas, es competencia de un ortopeda”.
“Eso no es todo, Emec -dijo el abogado, luego de un bostezo-, lo atacaron con una especie de machete o de cuchillo largo y le cortaron la cara... En el Hospital Escuela no hay quien le haga la reconstrucción de la piel del lado izquierdo... Se la cortaron de un solo tajo, desde el pómulo hasta la quijada, y le quedó colgando de un pedazo de piel... Y yo le propuse a mi cliente que te llamáramos a vos”.
El abogado guardó silencio, mientras se escuchaban algunas voces más allá.
“También tiene quebrada la quijada, en la parte derecha... Lo golpearon con fuerza”.
El doctor Emec Cherenfant dijo:
“¿Ya lo están trasladando al San Jorge?”.
“Lo están subiendo a la ambulancia”.
“Bueno... Voy a llamar a mi cirujano asistente, a mis enfermeras y a la anestesista... Nos vemos allá”.
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PREGUNTAS
¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué lo habían atacado con tanta brutalidad? ¿Por qué estaba en la penitenciaría? ¿De qué estaba acusado? ¿Cuál era la intención de sus atacantes? ¿Por qué no le quitaron la vida?
En la enfermería de la cárcel no había nadie más con él. Solamente estaba el enfermero de turno, que fue amenazado por dos hombres encapuchados a los que no podría reconocer y quienes lo obligaron a tirarse al suelo en una esquina y no ver ni decir nada, a pesar de lo que oyera. Y los gritos de la víctima se escucharon con fuerza por largo tiempo hasta que los atacantes se cansaron y salieron por donde habían entrado, sin que un tan solo custodio “hubiera escuchado nada”. Lo que había pasado se supo cuando el enfermero dio la alarma. Entonces, el hombre, malherido y a punto de desmayarse, pidió que llamaran a su abogado. Y, mientras localizaban a este hombre fue llevado al Hospital Escuela, donde le dieron los primeros auxilios. Desde aquí fue de donde el abogado llamó al doctor Emec Cherenfant. Por supuesto, una vez en la ambulancia, esta no tardó ni diez minutos en llegar al Hospital San Jorge, donde fue recibido en emergencia. El doctor Cherenfant llegó poco después; media hora más tarde también lo hizo el equipo que trabajaría con el doctor esa noche.
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HERIDA
“Era una herida grande la que aquel hombre tenía en la parte derecha del rostro -empezó a explicar el doctor Cherenfant-. Prácticamente le habían cortado aquella parte de la cara, pero, por fortuna para él, apenas lesionaron músculos, y no tocaron ningún nervio. Así que, por aquella parte, no había mucho de qué preocuparse, aunque debía ser atendido de inmediato. Lo que preocupaba más era la fractura que tenía en el lado izquierdo de la mandíbula. No estaba expuesta, pero las radiografías mostraban mucho daño en el cuerpo de la mandíbula, en los tabiques alveolares, de modo que tenía flojos algunos dientes; tenía roto el tubérculo mentoniano, la língula y la rama de la mandíbula, por lo que era necesaria la cirugía maxilofacial y la intervención de un cirujano odontólogo... Así que me tocó despertar a un buen amigo”.
El doctor Cherenfant dio vuelta a varias páginas, y, al final, mostró unas fotografías.
“Así llegó al quirófano -dijo, señalando algunas con un lápiz, como si no quisiera tocarlas con su índice, lo que me pareció extraño-, y así salió del quirófano”.
Pasó dos páginas más y mostró otras fotografías.
“Así quedó después de seis semanas de la cirugía” -dijo.
Y en las fotos se veía a un hombre maduro, de buen aspecto, piel blanca, ojos claros y cuyo rostro, a pesar del color rosado de las cicatrices, parecía agradable.
El doctor Cherenfant suspiró, dejando el lápiz a un lado y recostando la espalda en el sillón.
“Pedí autorización a su abogado para contarle este caso a EL HERALDO -siguió diciendo, poco después-, pero, me respondió que no necesitaba ninguna autorización, ya que este hombre había muerto... y a nadie afectaría que se contara su historia, que era de dominio público. Además, la Policía de Guatemala no encontró nunca a los asesinos, ni dio razón alguna sobre las causas de la muerte, o, mejor dicho, de los motivos por los cuales le hicieron todo eso... Fue la Policía de Honduras la que les informó, y, ellos, sabiendo las razones por las que Marcial, que así se llamaba, estuvo preso en Honduras, parece que les quitó interés de seguir investigando... Además, nadie se hizo cargo del cuerpo y fue su abogado, delegado por un hermano de Marcial, el que hizo los trámites para repatriar el cuerpo, antes de que fuera enterrado en una fosa común, allá en Guatemala”.
“¿La familia no fue a reclamar el cuerpo?” -le pregunté.
“No -me dijo el doctor-, las razones ya las va a conocer”.
Y el doctor Cherenfant hizo un gesto parecido a la repugnancia.
“Veo que este caso es... desagradable para usted, doctor” -le dije.
“No soy quien para juzgar a nadie -me respondió de inmediato-, y, como digo siempre, respeto la vida privada de mis pacientes... Pero, este señor...”
“No lo entiendo bien”.
“Aquí están ya los detectives de la Policía -me interrumpió, cuando se escucharon algunos golpes en la puerta de su clínica-. Ellos traen más información”.
Y, en efecto, entraron dos agentes, ya conocidos y saludaron. Llevaban en una bolsa de papel de color amarillo un expediente no muy voluminoso.
Uno de los agentes dijo:
“Este es el caso de Marcial aquí en Honduras... Por lo que fue acusado... Y juntamos lo que nos enviaron los policías de investigación criminal de Guatemala”.
“Ya vimos una parte -dijo el doctor Cherenfant-, la forma en que le quitaron la vida”.
¿Por qué mataron a Marcial? ¿Qué hizo en Honduras? ¿Por qué lo atacaron en la enfermería de la cárcel de Támara? ¿Cómo es que aparece en Guatemala?
GRACIAS
Quiero agradecer al doctor Emec Cherenfant y a los agentes de investigación criminal de la DPI -que me han pedido omitir sus nombres- por el gran apoyo que me brindan con estos casos, cuyos expedientes forman parte de la historia delictiva de Honduras. Igualmente, mi agradecimiento será eterno con el buen amigo don Jorge Quan, quien ya descansa en las manos de Dios. Me apoyó mucho para escribir numerosos casos en esta sección de diario EL HERALDO. A ellos, mil gracias
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA