VÍCTOR. Hace un par de semanas, Víctor llegó al Hospital San Jorge pidiendo hablar con el doctor Emec Cherenfant. Explicó que no necesitaba una consulta médica, pero que le urgía hablar con el doctor por un asunto personal de mucha importancia.
“Señorita -le dijo a María José, la recepcionista de turno en el lobby del hospital-, es que estoy seguro que solo el doctor Cherenfant me puede ayudar”.
Había algo de angustia en el rostro de aquel hombre que, aunque era joven todavía, se notaba avejentado, con la piel demasiado pálida, ojeroso y con canas prematuras. Llevaba una Biblia grande en una mano, y vestía con sencilla pobreza. Y había en su acento un timbre extraño, como el del hombre que está acostumbrado a obedecer, y a responder con pocas palabras.
Luego de dejar su tarjeta de identidad, y después de que los guardias lo registraron, le indicaron que subiera al tercer piso, y que allí alguien le iba a decir dónde estaba la clínica del doctor.
“El ascensor está a la derecha” -le dijeron-. Pero él prefirió subir las gradas.
Cuando se sentó frente a la clínica del doctor Cherenfant, oyó voces adentro. El doctor hablaba en francés con una de sus hijas, Elaynne, y estaba contento porque ya estaba en Loma Linda University, donde la habían aceptado para que estudiara Cirugía Plástica o Cirugía Cardiovascular, y el doctor le aconsejaba que estudiara esta última especialidad, ya que Loma Linda University es la primera universidad en el mundo en este tipo de cirugías. Y, por esas cosas extrañas de la vida, Víctor entendía cada palabra que el doctor decía, y que salía a través de las rendijas de la puerta. Y es que Víctor estuvo embarcado por seis largos años, y aprendió inglés, francés, portugués y algo de alemán. Esta habilidad le sirvió de mucho en la penitenciaría de varones de Támara, para reducir su condena a cinco años. Enseñaba inglés a un grupo de privados de libertad, y francés a otro, algo menor. Y él, que estaba condenado a nueve años y tres meses por acoso sexual, actos de lujuria y violación en su grado de ejecución de tentativa, logró que los jueces tuvieran compasión de él, y, después de cinco años y tres días, le dieron libertad condicional. Y ahora estaba escuchando lo que hablaba el doctor Cherenfant con su hija, sin proponérselo, por supuesto, ya que lo que lo llevaba hasta allí era algo personal, y que él consideraba muy grave y, sobre todo, doloroso.
LE PUEDE INTERESAR: Selección de Grandes Crímenes: ¿Quién mató a la niña Clara?
La conversación del doctor con su hija duró unos minutos más, y Víctor se levantó para tocar la puerta con los nudillos de una mano.
“Adelante” -dijo el doctor, desde adentro-.
“Bonjour, docteur. Désolé de vous déranger si tôt, mais j’ai besoin de votre aide. Et, comme je l’ai entendu parler en français, sans vouloir entendre sa conversation, bien sûr, j’ose le saluer dans cette langue, que j’ai apprise lorsque j’étais sur un bateau... il y a plusieurs années”.
Lo que Víctor le decía al doctor, era:
“Buenos días, doctor. Perdone que venga a molestarlo tan temprano, pero es que necesito su ayuda. Y, como lo oí hablando en francés, sin querer oír su conversación, por supuesto, me atrevo a saludarlo en este idioma, que aprendí cuando anduve embarcado... hace ya varios años”.
Y el doctor le respondió de inmediato, sorprendido, por supuesto, de que aquel hombre de apariencia tan sencilla, y de aspecto casi enfermizo, hablara un francés casi perfecto:
“Bienvenue, monsieur. Je vois que travailler sur un bateau vous a été très utile, car votre français est excellent. Avancez, asseyez-vous... et dites-moi comment je peux vous aider”.
Lo que el doctor le dijo fue:
“Bienvenido, señor. Veo que le sirvió de mucho trabajar en un barco, porque su francés es excelente. Pase adelante, y siéntese... y dígame en qué le puedo servir”.
Víctor se sentó, puso la voluminosa Biblia en el escritorio de vidrio del doctor, y dijo:
“Es que necesito su ayuda, doctor”.
“Y, ¿qué tipo de ayuda necesita?”.
Víctor dudó un poco:
“Pues, no es su ayuda como doctor -contestó, con algo de nerviosismo-; es que, fíjese que he leído los casos que ha escrito en EL HERALDO, y yo tengo un caso muy feo que quiero comentarle, para que me ayude y me aconseje si tengo que decirle a la Policía, o a ver qué es lo que hago”.
El doctor se acomodó en su silla.
“¿Ha leído los casos de la sección de Crímenes de EL HERALDO?” -le preguntó-.
“Sí, doctor... Los leí todo, y los tengo coleccionados... Pero, los leo porque me gustan, y como uno en la cárcel ve de todo, y varios de esos casos se conocen allí, entre las celdas”.
El doctor lo miró con extrañeza.
“¿Usted ha estado en la cárcel?” -le preguntó-.
“Bueno, doctor... perdone... Por allí debí empezar”.
PUEDE LEER: Selección de Grandes Crímenes: ¿Quién mató a la niña Clara? Parte 2/2
LA CONFESIÓN
Víctor estaba más pálido que antes, y sudaba. Algo de vergüenza se notaba en su rostro, de ojos hundidos y ojerosos, pero, dijo:
“Estuve preso cinco años, doctor... Y le juro ante Dios que nos está viendo, que soy inocente... Me acusaron de intento de violación, de actos de lujuria y de acoso sexual... y contra una niña de doce años... que era hija de mi mujer”.
El doctor no dejó de estremecerse.
“Me condenaron, doctor... -agregó Víctor-, pero le aseguro que soy inocente... Pero acepté un juicio abreviado, y me dieron casi diez años... Salí hace dos semanas”.
Al hombre le aparecieron lágrimas en los ojos.
“Mi mujer era mala, doctor... -dijo-. Me acusó porque yo tuve una aventura con una vecina... Yo tengo la culpa, por mujerero, pero, a lo hecho, ya no hay que buscarle lado... Y me agarraron... y me llevaron a Támara... Eso fue a finales de 2019. Y yo tenía un hijo de cinco años. La mamá se había ido para España y parece que allá fracasó, porque no supe nada de ella... Y yo me quedé con el niño, porque los abuelos son bien pobres... Y lo tenía en la casa con Amanda, mi nueva mujer, y con la hija que ella tenía, que se llama Amanda también”.
El doctor Cherenfant sabía que, detrás de aquellas palabras, se escondía una triste historia... y ya que él ha sido testigo de muchos casos criminales relacionados con varios de sus pacientes, puso más atención en lo que Víctor le decía. Éste estaba nervioso, y el doctor entendió que era porque le dolía recordar algunas de las cosas que había venido a decirle.
Y es que desde que empezamos a escribir algunos de los casos criminales de los que el doctor Emec Cherenfant ha sido testigo, por estar involucrados en ellos algunos de sus pacientes, los lectores y lectoras de esta sección de diario EL HERALDO le han escrito muchos mensajes, e, incluso, varios lectores le reclamaron el porqué las historias de EL HERALDO duraban dos semanas. Y esto sucedió el domingo 9 de marzo, cuando esperaba en la fila para votar en las elecciones primarias en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. Por eso, el doctor puso mayor atención a lo que le decía Víctor, quien se ponía cada vez más nervioso, y cuyas lágrimas empezaban a ser abundantes.
EL NIÑO
“Yo soy inocente, doctor” -le dijo Víctor, después de limpiarse las lágrimas con un viejo pañuelo raído y sucio-; la propia Amanda, la hija de mi mujer, se lo dijo a la fiscal de la niñez, pero fue mucho tiempo después, cuando ella ya entendía mejor las cosas... Pero la Fiscalía tomó en cuenta sus declaraciones demasiado tarde, y solo salí libre por buena conducta, y porque hacía un trabajo dentro de la cárcel... Hoy Amanda, la hija, tiene veintiún años, y dice que está dispuesta a decir la verdad, y cómo fue que su mamá la obligó a decir que yo le hacía cosas indebidas... Pero, eso ya quedó atrás, doctor... Y no me interesa mucho... Lo que me interesa, y que es por lo que vine aquí, donde usted, para pedirle su consejo, es porque encontré algo en esta Biblia, que era de mi madre, y que fue antes de mi abuela... Es una Biblia católica, mírela usted mismo”.
El doctor miró la Biblia. Era grande, enorme, más bien, y gruesa, con ilustraciones y otros detalles que la hacían muy valiosa.
“Me la devolvió Amanda, la hija -siguió diciendo Víctor-. Fue cuando salí de la cárcel... La busqué porque yo quería saber algo más sobre mi hijo... Se había quedado con Amanda, mi mujer, y, de repente, se enfermó del coronavirus, y se murió... Eso fue en junio de 2020... El 20, creo. Y a mi niño lo enterraron sin más ni más... porque no podían velar a los que morían por esa enfermedad... Por supuesto, yo supe eso estando en Támara... y me dolió no volver a ver a mi hijo, que hoy tuviera diez añitos, casi once”.
El hombre lloró.
“Mire lo que hallé en medio de la Biblia, doctor -dijo, después de secarse las nuevas lágrimas-. Mire”.
Y le dio al doctor un papel.
“Mirá, Marlon, no echés el c... al charral... Ya te pagué, y a mí no me ves la cara de p... Trato es trato”.
El doctor dejó de leer.
“¿Qué es esto?” -preguntó-.
“Ay, doctor...” -exclamó Víctor-.
El doctor Cherenfant guardó silencio.
“Por eso quiero su consejo, o si me puede ayudar con los policías que usted conoce... Así como lo he leído en EL HERALDO”.
El doctor no dijo nada.
“¿Se acuerda de las mujeres que mataron en la cárcel de mujeres de Támara, doctor?” -le preguntó Víctor, levantando la frente-.
“Sí -le respondió el doctor-. ¿Qué tiene que ver eso con esto?”.
“Ay, doctor -musitó él, bajando la cabeza y limpiándose con el pañuelo empapado-, ¿cómo puede haber tanta maldad? ¿Cómo permite Dios esto?”.
“No lo entiendo bien” -le dijo el doctor-.
“Es que no ha terminado de leer ese papel, doctor... Después, yo le explico”.
¿Cuál era el misterio? ¿Qué más decía aquel papel que había estado mucho tiempo escondido en esa Biblia? ¿Por qué estaba allí aquel hombre que acababa de salir de la cárcel? ¿Qué tenía que ver el doctor Cherenfant en esto?
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA