Crímenes

Crímenes: Las huellas del pasado

No hay hombre lo suficientemente rico como para comprar su pasado.

27.02.2016

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres a petición de las fuentes.


serie 1/2

Disparos
¿En qué pensaba don Luis cuando lo asesinaron? ¿Le preocupaba algo en especial en los últimos segundos de su vida? ¿Por qué manejaba tan despacio en aquella hora en la que el tránsito era fluido?

“Yo iba detrás de él –dijo el taxista que lo vio con vida la última vez– y le pité para que se apurara porque a unos doscientos metros vi a una pareja que esperaba y pensé que podía ser una carrera, pero él no se mosqueó…”

“¿Qué tan despacio iba?”

La voz del detective de homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) sonó serena, mientras tomaba notas en una libreta.

“Despacio… –repitió el testigo–, bien despacio. Yo le pité, miré para atrás por el retrovisor y vi que solo venía una moto, entonces puse la vía de la izquierda y aceleré. Iba a decirle una machada al señor, pero iba como triste, pensativo, y no le dije nada; lo rebasé y más allá me detuve para ver si la pareja quería taxi”.

El hombre hace una pausa y suspira, un leve estremecimiento sacude su cuerpo y los ojos se le ponen vidriosos por las lágrimas que trata de reprimir.

“Tómese su tiempo” –le dice el detective, acercando hacia él, sobre la mesa, un vaso lleno de agua.
“Allí fue cuando oí los disparos –agrega el taxista, después de largos segundos–. Sonaron como ‘cuetillos’…

Pam, pam, pam… Primero tres… Yo miré para atrás, por el retrovisor, y vi que la moto se había parado y que el hombre que venía atrás se bajaba de un salto con una pistola en la mano… Del susto se me apagó el carro, porque lo tenía engranado y solté el ‘cloch’, y solo vi que la pareja daba un salto y salía corriendo…

Cuando vi otra vez por el espejo, el hombre de la pistola caminaba para donde el señor, levantó la pistola, lo apuntó y le disparó varias veces más… ¡A saber cuántas! Entonces el hombre se subió a la moto, la moto arrancó y pasó a mi lado como un soplido… Yo temblaba y tardé en bajarme del carro para ir a ver, me temblaban las piernas y tenía nervios porque yo nunca había visto algo así…”

El taxista hizo otra pausa, tomó agua, suspiró otra vez y miró al detective, que le sonrió. Luego, dijo:
“Ya se habían parado unos carros –agregó–, y una gente trataba de ver si estaba vivo el señor, pero no… Ya estaba muerto. Los sesos estaban en el vidrio…”

El hombre tiembla, guarda silencio y termina el agua. El detective espera.

Preguntas

“¿Vio al hombre que disparó?”

La pregunta fue directa.

“Sí”.

“¿Lo reconocería?”

“Andaba con casco…”

“¡Ah!”

“Era un casco negro, brillante, con una culebra… creo que era una cobra en el lado derecho… Era amarilla, con los ojos rojos… La vi bien cuando pasaron cerca de mí después de matar al señor”.

“Una cobra amarilla…”

“Sí”.

“¿Recuerda cómo era el hombre?”

“¿Cómo así?”

“Su contextura”.

“Pues, era flaco, no muy alto… y andaba un jean y una camiseta azul…”

“¿Y el que manejaba la moto?”

“No, en ese no me fijé bien…”

“¿Cómo era la moto?”

“Grande, roja, y tronaba fuerte”.

“¿Algo más que recuerde?”

“No; que yo me acuerde eso es todo…”

Investigación

¿Por qué habían matado a don Luis?

“La forma en que asesinaron a este señor es cruel –dice Gonzalo Sánchez, criminalista, especialista en investigación criminal, y ahora catedrático universitario–; alguien lo quería muerto y exigió a los asesinos un trabajo bien hecho… Los disparos en la cara y en la cabeza son un mensaje claro: lo mataron con odio, no los asesinos, sino la persona que lo mandó a matar… Veamos un poco su perfil. Era un hombre de cincuenta y dos años, maestro, sin negocio de algún tipo, vivía de su salario, casado con una maestra, con hijos universitarios; manejaba un pick-up Nissan hecho en México, no vestía a la moda y, al parecer, en los últimos días había descuidado su propia apariencia… Cuando murió, llevaba una barba de tres días al menos. Y si agregamos a esto lo que dice la esposa de que estaba preocupado en las últimas semanas, bien podemos suponer que tenía algún problema serio y que, quizás, había sido amenazado”.
Gonzalo hace una pausa y agrega:
“En Criminalística es básico conocer a la víctima para realizar un perfil del crimen, y un perfil psicológico del criminal… Si estudiamos a la víctima podemos acercarnos mucho a las causas de su muerte y, por lo tanto, a la solución del crimen”.

Celular

“Luis apagaba el teléfono… –dice la viuda–, últimamente lo apagaba y a veces yo lo veía revisando mensajes de voz, pero no le pregunté nada…”.

“Muchas veces –continúa diciendo Gonzalo Sánchez– el teléfono celular de la víctima es un gran aliado del investigador criminal… Nos da una guía, un inventario de llamadas o mensajes previo al crimen… Así se resolvió el asesinato de un abogado de apellido Hernández, hace unos años… Salió un día de descanso de su casa en la zona del aeropuerto, y llamó y recibió llamadas que iban registrando las torres de Tigo de todo el anillo periférico, hasta llegar a la salida de Valle de ángeles y terminar en la colonia El Sitio. Allí se recibió la última llamada, por lo que se supuso que ese fue el lugar donde el abogado recogería a una persona. Se le siguió el rastro al número de teléfono y se llegó al asesino… Por eso decimos que el teléfono celular de la víctima es un buen aliado de la investigación criminal”.

Don Luis

Trabajó veinte años en un colegio, crio tres hijos y tuvo una sola esposa. Era alegre, amable y bondadoso, pagó su casa en Inprema, se compró un Nissan de segunda y llevaba una vida sin muchas preocupaciones, hasta el último año.

Hacia el mes de marzo, poco antes de la Semana Santa, el profe, como le gustaba que le dijeran los alumnos, se volvió callado de pronto, y a veces se le veía triste y preocupado; hasta había enflaquecido y ahora se dejaba crecer la barba, lo que no había hecho nunca. En pocas palabras, don Luis cambió por completo, y no es que estuviera enfermo, aunque sí era algo grave lo que le preocupaba.

“Yo noté los cambios de Luis –dice la esposa–, pero él decía que era la andropausia y que no me preocupara… Y yo le creí porque pasaban meses y ya ni me tocaba… aunque yo lo buscaba en la intimidad… pero era otro…, los últimos meses fue otro, y nunca me dijo si tenía problemas con alguien, si alguien lo había amenazado… nada”.

¿Qué era, entonces, lo que pasaba en la vida de don Luis?

Aparentemente, solo él lo sabía… aunque alguien más tenía que saber algo y ese algo debió ser grave…
“No podíamos hablar de extorsión –dice el detective de homicidios que llevó el caso–, de impuesto de guerra o de la venganza de algún marido celoso, o de una mujer despechada… Don Luis no era ese tipo de hombres que anduviera seduciendo mujeres ajenas o que sonsacara a otro tipo de mujeres… No, no era así, aunque nosotros escarbamos en la vida del profesor para desechar cualquier posibilidad… Fue entonces cuando decidimos investigar el teléfono… Tiene razón el abogado Gonzalo… El teléfono nos dio una pista… Era poco, pero era algo, y seguimos la pista…”

El celular

Desde mediados de mayo don Luis empezó a recibir llamadas de tres números distintos, dos Claro y un Tigo. Un solo día recibió trece llamadas de un solo número, llamadas que no contestó. Ese mismo día recibió doce llamadas del Tigo, y solo contestó una. La llamada duró cinco segundos.

Otro día, del segundo Claro recibió seis llamadas, y todas las respondió. Las llamadas duraron uno, dos y hasta cinco minutos. Pero llegó el mes de junio y, al final, no contestaba llamadas de esos números. En Julio recibió mensajes de voz y los escuchó; en agostó contestó una sola llamada, a pesar de que caían seguidas muchas llamadas de los tres celulares, y esa llamada solo duró dos segundos.

“Quizás contestó para gritar que dejaran de molestarlo” –supone el detective.

“Para ese entonces estaba bien descuidado, estaba preocupado y casi ni comía…”

La esposa se limpia una lágrima antes de continuar.

“Si tenía problemas me los hubiera dicho; entre los dos los hubiéramos solucionado. Era mi esposo, el padre de mis hijos y yo lo quería mucho… Pero él no confió en mí y mire ahora lo que pasó”.

“Perdone, señora. ¿Sabe usted si su esposo tenía problemas con alguien en el colegio?”

“No; en el colegio todo el mundo lo quería… Era buen maestro y quería mucho a sus alumnos… Eso lo puede averiguar usted”.

“¿Tenía algún préstamo? ¿Le debía dinero a algún prestamista?”

“No; él pagó la casa y cuando ya le venía el sueldo completo, así me lo daba porque lo usábamos para la universidad de los cipotes… Si hubiera debido dinero me lo hubiera dicho…”

“Perdone esta pregunta: ¿usaba drogas su marido?”

“¡No! ¡Claro que no! Luis siempre fue sano… Ni siquiera una cerveza probó en su vida…”

“¿Tenía alguna amante?”

“No… Luis no era de esos…”

“¿Qué tipo de vida llevaba su esposo?”.

“¿Cómo así, señor?”

“Bueno, su rutina de todos los días… ¿Cómo era?”

La señora se limpia una lágrima, baja la cabeza, aprieta la mano de su hija, que está a su lado, y luego dice, en un murmullo:

“Se levantaba temprano, siempre a las cuatro de la mañana, y se bañaba; después, ponía el agua para el café, ponía Radio América, siempre le gustó el ingeniero ‘Escopeta’ Vallejo. Cuando los cipotes se levantaban, les servía café, después se arreglaba y a las cinco y cuarenta y cinco estaba revisando el carro, y nos íbamos para el trabajo. Regresaba a la casa a las dos o tres de la tarde, me iba a traer a mi segundo trabajo a las siete de la noche y regresábamos a la casa… Siempre fue así… Y los sábados y los domingos los pasaba en familia… Fue un buen marido y un buen padre”.

La señora llora, se cubre la nariz con un pañuelo y su hija le soba la espalda. El detective espera. Pasan largos segundos y, cuando la profesora se calma, el detective le dice: “Señora, ¿puedo hablar a solas con usted?”

Los ojos de la mujer miran intrigados al detective que, no obstante, la mira sin expresión alguna en su rostro, esperando su respuesta. La señora mira a su hija, esta se pone de pie y sale.

El silencio en la oficinita es pesado, el detective sirve agua en un vaso desechable y se lo da a la mujer.

Cuando esta ha bebido la mitad, el detective le dice:
“¿Por qué siento que usted no me está diciendo toda la verdad?”

La profesora abrió la boca, asustada, quiso decir algo pero las palabras se quedaron en su garganta reseca, a pesar del agua que acababa de tomar.

“¿Hay algo que quiera decirme, algo que no me haya dicho y que no puede repetir delante de su hija?”

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