Crímenes

Historia de Crímenes: Las huellas del pasado

¿Adónde, adónde vais, desventurados?

05.03.2016

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres a petición de las fuentes.

SERIE 2/2

Resumen

Un hombre que manejaba su carro en un bulevar de Tegucigalpa es atacado a balazos. La última persona que lo vio con vida fue un taxista que quería rebasarlo. Dijo el taxista que le pitó varias veces, pero, que no le hizo caso y que cuando pasó cerca de él, el hombre iba “como pensativo, como si algo grave lo preocupara”. Dos hombres que iban en una moto le quitaron la vida y, con su muerte, comienza un misterio que la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) está obligada a resolver.

Pero los investigadores llegan a un callejón sin salida. La víctima, un profesor de colegio, no tiene enemigos, lleva una vida casi de ermitaño, no tiene deudas, jamás le hizo daño a alguien y vive solo para su familia, entonces ¿por qué lo matan? ¿Qué motivos tenían los criminales? ¿Será que se equivocaron los asesinos?

Esposa

“Lo más seguro es que se equivocaron de hombre –dijo la esposa, reteniendo las lágrimas, vestida de negro y con el dolor marcado en su rostro descolorido–; yo no creo que alguien haya tenido motivos para quitarle la vida a Luis…”

“¿Está segura, señora? –preguntó el detective, terminando de escribir en una hoja de papel–. ¿No tenía enemigos su marido?”

“No”.

“¿Deudas?”

“No”.

“¿Alguna… amante?”

“No; Luis no era de esos hombres…”

“Aun así, señora, se me hace difícil encontrar una razón por la cual alguien quisiera matar a su esposo…”

“A mí también… Yo creo que los asesinos se equivocaron”.

El detective suspiró.

“Mire, Carmilla –me dice, luego de tomar un trago de café caliente y de morder el penúltimo pedazo de dona–, había algo raro en ese caso. ¿Por qué matar al profesor? ¿Quién se beneficiaba con su muerte? ¿Qué pagaba con la vida el hombre? Y la forma en que lo mataron fue cruel, despiadada. Le deshicieron la cabeza a balazos.

Todos los disparos estaban en la cabeza. Quien lo mandó a matar lo quería bien muerto… ¿Por qué? Y, en cuanto a lo que decía la esposa de que los asesinos se habían equivocado, eso es casi imposible… Para realizar una acción de esas, los criminales se aseguran de que sea la víctima… Le dan seguimiento, hacen contacto visual con la persona varias veces, llevan fotografías, montan vigilancia y, en el último momento, se aseguran de que se trate de la persona, y actúan… No, eso de que se equivocaron no me pareció nunca una buena teoría… Algo hizo el profesor que molestó a alguien, algo grave, y eso le costó la vida… Pero, ¿qué?”

El detective hace una pausa, termina la dona, termina el café y se limpia los labios con la servilleta, luego dice:

“El teléfono. Siempre el teléfono sirve de mucho a los investigadores. A veces, conocer la vida, el pasado de las víctimas nos da una excelente pista, pero en este caso solo teníamos datos positivos acerca del señor, y esos datos no nos servían de nada, pero como dice el refrán: de las aguas mansas líbrame Señor, que de las turbias me encargo yo…”.

Nueva pausa.

“Todo era perfecto alrededor del profe, y allí estaba lo malo… Hice una sola llamada a uno de los números que tuvieron contacto con el profesor en los últimos días y allí se me encendió el foco”.

La llamada

El teléfono sonó varias veces antes de que contestaran.

“Aló, buenas tardes –dijo una mujer con acento alegre y sensual–; clínica Ilusiones… ¿En qué le podemos servir? Habla Jazmín”.

Por un momento, el detective se quedó sin palabras, pero reaccionó rápidamente cuando la mujer volvió a decir aló.

“Perdone –dijo el detective–, un amigo me dio este número y quisiera saber donde están ubicados”.

La mujer, siempre amable, le dio una dirección. “Perdone una pregunta –agregó el detective–, ¿puedo pedirle toda la discreción posible?”

“No se preocupe… Venga y será bien atendido. Tenemos entrada privada y seguridad las veinticuatro horas… Nadie lo verá entrar ni lo verá salir… ¿A qué hora le damos su cita?” “Ahorita iría para allá”.

“¡Ah, bueno! Lo esperamos, solo que nos avisa un momento antes de llegar para tenerle abierto el portón. ¿Copió bien la dirección, ¿verdad?

Spa

Es una casa inmensa, entre árboles antiguos, rodeada de un alto muro de piedra y situada en una colonia exclusiva. El estacionamiento es inmenso y discreto. El carro entra sin detenerse, llega a un sitio especial y un guardia sin armas, pero lleno de músculos, guía al visitante por un pasillo solitario. De aquí, llega a una sala de estar, solitaria también, y, en una pantalla, ve a las muchachas… y a los muchachos, porque hay para todos los gustos.

“En realidad –dice el detective–, no sabía por dónde empezar… Me tomé mi tiempo y traté de pensar en por qué el profesor tenía aquel número y por qué lo llamaron tantas veces…, y por qué había veces que no respondía llamadas…”

La “clínica” es un lugar exclusivo. El lujo habla por sí mismo sobre la calidad o categoría de los clientes. Las mujeres, muchachas casi todas, son bellas, de sonrisa fácil y dispuestas a complacer al cliente hasta en sus más aberrados deseos.

Y, si don Luis estaba mal económicamente, ¿qué significaba el hecho de que su número de teléfono estuviera en aquel burdel? Y, más todavía, ¿por qué lo llamaban tanto en los últimos días?

“Mire, Carmilla, era seguro que algo tenía que ver don Luis en aquella casa, pero, al principio, me pareció demasiado cara para él… El teléfono estaba a nombre de un hombre y lo tenía desde hacía diez años, y ese hombre resultó ser el dueño del negocio y, más aún, resultó ser un oficial de Policía retirado… Esto me intrigó porque el teléfono de una casa de citas en poder de un hombre sano, supuestamente, como el profe, era algo que empezaba a oler mal…

Entonces llegué a una conclusión. Don Luis tenía una doble vida, pero aquí se me presentaba otro problema… Si el profe tenía una doble vida y en esa otra vida tenía secretos sexuales y hasta pagaba por satisfacerlos, ¿de dónde sacaba el dinero? Porque ese lugar es caro… Pedí ver a Jazmín, hablé con ella, hice como que me arrepentía, y me fui. Tres días después, con la autorización del fiscal, esperé a que Jazmín saliera de trabajar. Eran las diez de la noche cuando la abordamos, le enseñé la placa y la subimos al carro…

Jazmín

Ya no es una mujer joven, pero sigue siendo bonita, es delgada, alta y con un grado universitario. Su voz es sensual por naturaleza.

“Hago esto porque no hay trabajo –le dijo al detective–, y tengo tres bocas que mantener… Pero yo no me prostituyo, aunque a veces hay clientes que quieren que yo los atienda…”

“Entiendo…”

“Mire –agrega Jazmín, cuyo verdadero nombre es otro–, yo no quiero problemas con la Policía…”

“¿Se acuerda de este hombre?”

El detective le puso la fotografía del profesor ante los ojos. Jazmín abrió la boca y retuvo la respiración, miró la foto y luego miró al policía, bajó la mirada y volvió a poner los ojos en la fotografía.

“Sí lo recuerda, ¿verdad?”

Jazmín no contestó. El detective guardó la foto, marcó un número en su celular y esperó a que le contestaran.

Tenemos a la asesina del profesor” –dijo, claro y pausado.

“¿Ya confesó?” –dijo una voz de hombre por el altavoz.

“No, no ha confesado, pero reconoció al profesor y ella es la que tiene el teléfono en su poder… La voy a detener por asesinato”.

Jazmín dio un grito.

“¡No! –dijo, temblando de pies a cabeza–. Yo no tengo nada que ver en eso… Yo no… Yo no tengo nada que ver…”

“¿Entonces?” –preguntó el hombre por el altavoz del celular.

“No, yo no sé nada…”

“Mirá, mamita –dijo el hombre, hablando despacio–, al profesor lo mataron porque tenía clavo en tu negocio y como vos lo llamabas a cada rato, pues a vos te vamos a detener por el crimen… ¿Qué te parece?”

Pero yo soy inocente…

Los gritos de Jazmín retumbaban en la cabina de la patrulla. Ahora lloraba a mares.

“¿Quién lo mandó a matar?”

Jazmín guardó silencio.

“Si yo hablo me van a matar a mí y yo tengo dos hijos y a mi mamá paralítica”.

Jazmín sonaba desesperada.

“Ese es problema tuyo –dijo el hombre por el teléfono–; o nos ayudás o te tragás el clavo vos sola… Decime, ¿vos sabés quién lo mandó a matar?”

Confesión

El fiscal se sentó al otro lado de la mesa con cara de sueño. Eran las doce y media de la noche. Jazmín lloraba en silencio.

“¿Vas a colaborar?” –le preguntó el detective.

Ella movió la cabeza varias veces hacia adelante.

“¿Conociste al señor?”

El fiscal señaló la foto de don Luis con un índice amarillento.

“Sí”.

“¿Era cliente de ustedes?”

“Sí”.

“¿Desde cuándo?”

“Desde hace unos dos años, más o menos…”

“¡Ah, vaya!”

“Llegaba una o dos veces al mes, hasta que agarró confianza…”

“¿Quién lo atendía?”

“A él no lo atendíamos nosotras… Es que le gustaban los muchachos”.

Hubo un momento de silencio.

“¿Por qué lo mandaron a matar?”

“Es que él se endeudó con la casa y entonces llegó el momento en que ya no pudo pagar…”

“¿Lo chantajeaban con algo?”

“Mire, es que allí siempre se graban videos de la gente que llega y de lo que hacen en los cuartos… Es por si hay problemas más adelante…”

“O por si hay que extorsionar a alguien, ¿verdad?”

Jazmín asintió.

“¿Quién es el dueño del negocio?”

Jazmín habló despacio. El detective sonrió cuando el fiscal, admirado, lo vio.

“¿Vos llamabas al profesor?”

“No, lo llamaba uno de los chavos, para sacarle dinero, pero por orden del jefe…”

“¿Cuántas veces les pagó el profesor?”

“Mire, eso no sé porque yo no me fijo en eso, pero sí sé que le sacaron bastante billete…”

“Dame el nombre del chavo que lo llamaba”

“Selvin”.

“¿Dónde lo podemos localizar?”

Jazmín dio una dirección.

El fiscal dio una orden.

Selvin

A las seis y cinco minutos de la mañana, Selvin estaba en manos de la Policía. Es un muchacho delgado, alto, con más músculos que carne, de ojos grandes, bien parecido y estudiante universitario.

“¿A qué te dedicás aparte de estudiar? –le preguntó el detective.

Selvin guardó silencio. Había pedido un abogado.

“De nada te va a servir el abogado. Tenemos las llamadas que le hacías al profesor para extorsionarlo, tenemos la declaración de un testigo que dice que vos lo mandaste a matar… ¿Qué más querés? Te esperan al menos treinta años…”

Selvin se derrumbó. Empezó a llorar.

“Yo hago masajes para pagarme mis estudios –dijo, con voz temblorosa–, y el profe era uno de mis clientes…”

“¿Le sacaste dinero?”

“No, yo no… A mí me pagan un sueldo y un plus por cliente atendido…”

“¿Quién te puso a extorsionarlo?”

“Es que el profe se endeudó con la casa… Debía dinero y ya no podía pagar…”

“¿Qué tanto podía deber? No creo que llegara a cincuenta mil lempiras… Y sabemos que les pagó bastante dinero…”

“Es que lo extorsionaban con los videos… Decían que era maestro y que los maestros pueden sacar préstamos, y le pedían doscientos mil pesos… Y él dijo que los iba a denunciar…”

“¿Le tenían videos sexuales?”

“Sí, conmigo y con otros chavos”.

“Y, ¿a vos te pagaban por extorsionarlo?”

“Siempre nos dan algo”.

“¿Siempre? ¿Hacen esto con más clientes?”

“Sí…”

“¿Hombres solamente?”

“No, a mujeres también, y a políticos, militares y hasta religiosos…”

“Dame el nombre del que mandó a matar al profe”.

“Mire, yo no sé quien dio la orden de matarlo… Yo no estoy de acuerdo con eso, pero allí el que manda es el dueño… Ustedes lo tienen que conocer, fue jura… Le dicen ‘el coronel’…”

Selvin hace una pausa. Mira con angustia alrededor, pide un poco de agua y luego, dice:

“Si ustedes me ayudan yo les voy a ayudar… Yo sé quienes son los gatilleros… Se hacen pasar por gente de la MS, pero son expolicías, de esos que corrieron después de lo del hijo de la rectora”.

“Escribí aquí los nombres y las direcciones”.

Selvin se tardó poco más de dos minutos.

Nota final

Una semana después, Selvin fue asesinado en la colonia San Miguel. Le quitaron la vida con dos balazos en la cabeza. Los detectives que llevaban el caso de don Luis fueron “suspendidos”, realmente corridos de la Policía de Investigación Criminal, y el caso, como muchos otros, sigue en la impunidad… Hoy duerme el sueño de los justos en los archivos de la DPI.

“Yo no quiero hablar del caso de mi marido –dice la esposa, cuando tratamos de conversar con ella mientras preparábamos este relato–; yo soy lectora de Carmilla, pero no quiero referirme al caso de mi esposo… Todavía le guardo luto en mi corazón, a pesar de lo que dicen los policías”.

“Pero, ¿me permite escribir el caso con lo que tenemos?” “Claro; escríbalo… Yo no me opongo a eso…”.