Lectura inolvidable

Lecturas harto interesantes hicieron que más de una vez mi madre indagara si no había sufrido yo un percance fatal

  • 31 de octubre de 2025 a las 00:00

Hace mucho tiempo ya, un amigo me aconsejó que siempre, antes de alquilar un apartamento o rentar una habitación, le pidiera al casero o dueño utilizar el cuarto de baño. Y así lo hice cada vez que pude: me dirigía al pequeño (y poco apreciado) espacio, cerraba la puerta y me sentaba a reconocer el sitio. Miraba cada rincón, calculaba dimensiones, observaba detalles. La ventilación e iluminación eran esenciales. Desde que recibí el sabio consejo, ese fue un factor determinante para decidir si me quedaría o no.

La explicación anterior es indispensable antes de la confesión que sigue: acostumbro leer mientras estoy en el sanitario. Sobrará algún allegado (o incómodo lector) que me dirá que esas cosas no se cuentan, hablan y mucho menos se escriben en un diario de circulación nacional. Y les hubiera hecho caso de no haberme enterado, que no soy el único que lee ahí (quizás ahora mismo usted esté leyendo estas líneas en el mismo sitio) en papel o en versión pantalla.

Las motivaciones de utilizar el W.C. como lugar de lectura pueden ser variadas; tan diversas como los textos que uno es capaz de llevar bajo el brazo cuando se encierra bajo llave. Diarios, revistas, el libro del colegio o universidad, el “best seller” que nos regalaron, tiras cómicas, las instrucciones del nuevo celular. Títulos escritos en otras lenguas, con o sin fotos e ilustraciones.

Lecturas harto interesantes hicieron que más de una vez mi madre indagara (desde el otro lado de la puerta y por la tardanza) si no había sufrido yo un percance fatal. Y es que tratándose de un lugar donde uno se encierra a solas, si sobra el tiempo, si no hay alguien aguardando impaciente al otro lado de la puerta y si las condiciones ambientales lo permiten, la concentración puede abstraernos por completo hasta hacernos perder noción de tiempo y espacio.

Cuando era veintiañero entré a un cuarto de baño que me dejó boquiabierto. El habitante de ese apartamento tenía un librero dentro, prolijamente ordenado y, atendiendo a las peculiares circunstancias, con lecturas para variados gustos. Desde revistas literarias hasta frívolas sopas de letras y crucigramas (con lápiz afilado disponible), novelas, cuentos cortos, cómics (había ahí una colección completa de Asterix y Obelix, si me entiende usted...), un diccionario (¡!) y los periódicos del día. En fin, era evidente que el dueño no solo leía ahí, sino que promovía un uso productivo de esos minutos que pueden perderse si se tienen perezosos movimientos peristálticos. El peculiar ambiente se completaba con aromatizante, pequeños cuadros con fotos y pinturas en las paredes, frases alusivas al sitio y sus intimidades, papel higiénico personalizado con iniciales, ceniceros, accesorios de diseño, un aro de caoba y hasta una lámpara de lectura, ubicada estratégicamente a la derecha y por encima de la cabeza del usuario de aquel trono. Dicho en pocas palabras, decorado para hacer de la lectura una experiencia irrepetible e inolvidable.

Me corrijo (y usted entenderá): repetible e inolvidable

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