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Entre verdugos y el mensaje para la mujer que amó: Así fue la última noche del Che Guevara

¿Cómo matarlo? Alguien sugiere que la tropa simule un motín, y en la confusión, el Che resulte muerto “por accidente”. Sin embargo, contra lo imaginado, los soldados se niegan a ser parte de esa farsa

08.10.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El principio del fin del Ernesto Rafael Guevara de la Serna, el Che, fue un afiche pegado en las paredes de las ciudades más importantes del país.

En grandes letras, se ofrecía una recompensa: “$b. 10.000 (diez millones de pesos bolivianos) por cada uno vivo. Estos son los bandoleros mercenarios al servicio del castrocomunismo. Estos son los causantes de luto y dolor en los hogares bolivianos. Información que resulte cierta, dará derecho a la recompensa. Ciudadano boliviano, ayúdanos a capturarlos vivos en lo posible”.

Debajo, cuatro fotos y cuatro nombres identifican a los guerrilleros: “Pombo – Benigno – Urbano – Inti”. Y cierra una advertencia: “Nota.- Pueden usar barba o llevar nombres falsos”.

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Luego de 22 combates librados por sus 52 hombres divididos en tres pelotones, Guevara recibe la última ayuda civil. Le quedan apenas 17 hombres. Su fuerza está diezmada, tienen un gran desconocimiento del terreno, fatiga y algunos heridos convierten la marcha en una pesadilla.

Antes de que oscurezca llega un nuevo enfrentamiento. Tiroteo en la Quebrada del Yuro. Varios muertos, y el Che, herido en una pierna. Todos –incluso los muertos– son llevados a La Higuera, a dos kilómetros del lugar del combate, y tirados en el piso de una pequeña escuela.

Ha comenzado la última noche de su vida.

Tres oficiales lo tratan como a un prisionero de guerra, con respeto. Son el capitán Prado y los tenientes Totti Aguilera y Huerta Lorenzetti. Le dan cigarrillos, le preguntan por su familia. Otros lo maltratan: el coronel Selich y los tenientes Ramos y Pérez. Selich lo insulta y le tira de la barba.

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Mientras esto sucede, en los altos mandos del poder hay una situación tormentosa: ¿qué hacer con el Che? Porque detenido y llevado a juicio, desataría meses de protestas, manifestaciones, pedidos de libertad. Un clavo ardiente.

Por fin, el presidente René Barrientos y el general Alfredo Ovando Candía no dudan: hay que matarlo.

La orden en clave: “Saluden a papá”. La recibe el coronel Miguel Ayoroa Montano. La transmite al teniente Pérez Panoso. Y éste, al suboficial Mario Terán Ortuño y al sargento Bernardino Huanca: los ejecutores.

Pero, ¿cómo matarlo? Alguien sugiere que la tropa simule un motín, y en la confusión, el Che resulte muerto “por accidente”. Sin embargo, contra lo imaginado, los soldados se niegan a ser parte de esa farsa, de modo que Terán y Huanca son los únicos gatillos posibles.

Cuando le informaron que había llegado la orden de ejecutarlo. Se puso blanco como un papel. Le dije: ‘Lo siento, son órdenes del alto mando boliviano’. Calló, y un minuto después dijo: ‘Es mejor así, nunca debí haber caído preso, vivo’.

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Como último mensaje dijo: Dile a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América. Y a mi señora, que se case otra vez y trate de ser feliz.

Hablaba de su segunda esposa, la cubana Aleida March. La primera fue la economista peruana Hilda Gadea. Los hijos del Che: Aleida, Camilo, Hilda, Celia y Ernesto.

Terán se prepara para el final y cambia su arma por una mejor: un fusil Garand M-1, intermedio entre el de cerrojo y el de asalto, con un peine de ocho balas. Pero no se decide. Entra y sale tres veces. Sus compañeros se burlan de él. Está nervioso.

Circulan dos versiones sobre las últimas palabras del condenado, dirigidas a Terán:

–¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va usted a matar a un hombre!

La otra:

–Dispara, cobarde, vas a matar a un hombre.

Terán retrocede dos pasos, y sin mirar al Che, dispara. Las primeras balas, en ráfaga, lo hieren en las piernas. Cae al piso gritando de dolor. Terán vuelve a tirar. La segunda tanda lo hiere en el brazo, en el hombro, y en el corazón. Unos pocos minutos después está muerto. Son la una y cuarto de la tarde.

El cadáver es llevado a Vallegrande y puesto sobre una pileta del lavadero del hospital local. Todavía tiene los ojos abiertos. El desfile para verlo dura horas. Los oficiales y soldados se reparten mechones de su pelo como botín de guerra. Al otro día le cortan las manos para identificarlo, y hacen desaparecer el cuerpo.

Es el 9 de octubre de 1967. El Che ha sido fusilado. Al morir, tenía 39.