Tegucigalpa, Honduras.- A quienes trabajaron con él les basta evocar una escena para resumir su carácter. Cuentan que, pese a su agenda recargada, solía caminar sin prisa por los pasillos de sus tiendas para escuchar a los empleados y observar cómo resolvían las dudas de los clientes. Esa costumbre, cultivada con disciplina durante años, terminó convirtiéndose en el sello de un empresario que prefería la palabra directa al protocolo y la reserva sobre el protagonismo. Desde allí se explica buena parte de su influencia.
Emilio Salomón Larach Chehade falleció el 2 de diciembre de 2025, a los 96 años, dejando una trayectoria empresarial que se expandió por más de siete décadas. Su figura se asienta en una visión estratégica sólida y un sentido ético que delineó el ritmo de su vida personal y profesional.
Nacido en San Pedro Sula en 1929, hijo de inmigrantes palestinos que llegaron al país en busca de oportunidades, cursó la primaria en el Instituto San Vicente de Paúl y más tarde el bachillerato en el Instituto José Trinidad Reyes. Su formación se consolidó en Estados Unidos con estudios en Administración de empresas.
A sus cortos 22 años, en 1951, regresó al país y se integró al almacén Jorge J. Larach & Compañía —propiedad de Jorge Larach quien poco después se convertiría en su suegro—. Como cualquier joven promedio a esa edad, ejercía labores en la bodega, apoyaba en la tienda y además salía a vender a ciudades como La Ceiba, Tela y Puerto Cortés, según confesó él mismo en entrevista con La Prensa.
Al poco tiempo, contrajo matrimonio con Vilma Larach —hija de su jefe—, con quien luego tuvo una hija. Su suegro, consciente de su capacidad, le confió la responsabilidad de trasladarse a Tegucigalpa para hacerse cargo de la primera sucursal de la compañía.
Este desafío no lo intimidó y en 1955 asumió la gerencia general del negocio, decidido a fortalecer la calidad de los productos y a elevar la atención al público como eje central del crecimiento.
La empresa evolucionó con rapidez. En 1962 adoptó el nombre Larach & Cía., una marca que con el tiempo se consolidó en el imaginario colectivo —con su eslogan "Número uno en ferretería, número uno en economía"— como sinónimo de solidez, servicio y organización.
Bajo su liderazgo, la firma pasó de 10 empleados a 1,250 en un lapso de 63 años, un logro que más allá de reflejar una meticulosa expansión comercial, es parte de la constancia de un proyecto sostenido con disciplina y visión, arraigadas en Larach.
Y es que su filosofía empresarial estaba anclada en principios inquebrantables. Era un hombre profundamente apegado a la ley y firme ante cualquier acto que considerara injusto, exigía transparencia en los procesos y defendía la integridad como el único camino posible para dirigir una compañía.
Quienes lo conocieron de cerca coinciden en que su carácter no admitía atajos. Prefería la prudencia a las soluciones inciertas y la coherencia a los discursos elaborados. Ese rigor lo convirtió en una figura respetada en el gremio.
Formó parte de los órganos administrativos de EL HERALDO, La Prensa, Corporación Industrial del Norte y Comidas Especializadas, además asumió la presidencia de la Federación de Cámara de Comercio de Centroamérica entre 1980 y 1982.
Mucho antes de que se hablara de responsabilidad social como concepto formal, él ya promovía acciones orientadas al bienestar colectivo.
Respaldó proyectos educativos, incluyendo Escuelas Amigables con el Ambiente (EAA), impulsó programas comunitarios y contribuyó a iniciativas de carácter social que buscaban mejorar las condiciones de vida de diversos sectores.
Ese equilibrio entre visión empresarial y sensibilidad humana explica la permanencia de su legado. Su modelo de crecimiento no se apoyaba únicamente en cifras o infraestructura, sino en una cultura interna que priorizaba el trato digno, la disciplina, el apoyo al prójimo y la honestidad. Para las generaciones que lo suceden, la empresa conserva, precisamente, el horizonte de prosperar sin renunciar a la esencia que él defendió durante la mayor parte de su vida.
Su muerte, anunciada hoy 2 de diciembre, cierra una etapa fundamental del comercio hondureño. Emilio Larach deja un rastro que se sostiene en una empresa que creció con integridad, una familia que lo recordará eternamente con orgullo y un país que reconoce su extensa contribución a la economía, el medio ambiente, la juventud, la educación, el deporte y los techos dignos.