Llegó la fecha. Desde que el pasado 28 de febrero Benedicto XVI decidiera ponerle, bajo su propia voluntad y por “falta de fuerzas”, punto y final a su papado, se ha esperado con sumo interés el inicio del cónclave del que surgirá su sucesor. El nombre del nuevo pontífice saldrá de entre los 115 cardenales menores de 80 años que este martes, a las 16.30 horas (horario vaticano), van a recorrer en procesión los 350 metros que separan la Casa de Santa Marta, donde hoy se han enclaustrado al caer el alba, de la Capilla Sixtina, en la que se cerrarán las puertas “extraomnes” y solo se escuchará “la voz de Dios”.
Los purpurados que con más fuerza suenan en Roma y en El Vaticano para suceder al alemán Joseph Ratzinger son el cardenal italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, y el brasileño Pedro Odilo Scherer, de Sao Paulo. Sin embargo, entre los expertos conocedores del funcionamiento y los entresijos del Vaticano se explica -aunque la historia en muchas ocasiones les ha llevado la contraria- que quien entra como Papa sale como cardenal.
En una segunda terna de “papables” aparecen el argentino Leonardo Sandri, del que se habla también para ocupar la Secretaría de Estado durante el próximo Pontificado, y el representante hondureño presente en el cónclave, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, un cardenal visto dentro y fuera de la Iglesia como un hombre comedido y cercano al pueblo. El cardenal de Boston, Sean O’Malley, es otro que cobra fuerza para suceder a Ratzinger, aunque él mismo eliminó cualquier posibilidad de vestirse de blanco tras el final de Cónclave. “Yo vuelvo a Boston”, dijo este pasado domingo.
Pero sea quien sea el relevo de Benedicto XVI, su elección se convertirá en histórica para la Iglesia, ensombrecida y agitada durante los últimos años por el estallido del “caso Vatileaks” (la filtración de documentos privados en los que se hablaba, entre otros temas, de una posible conspiración para asesinar a Ratzinger) y las acusaciones de pederastia que pesan sobre algunos de sus más insignes dirigentes. El Papa saliente, que se encuentra desde el pasado 28 de febrero en retiro espiritual y alejado del mundanal ruido, llegó a afirmar que durante décadas la Iglesia ha practicado “un silencio cómplice” con los abusos sexuales cometidos sobre niños a lo largo y ancho el mundo.
Pero el Papa que surja de este nuevo cónclave, quien se convertirá en el pontífice número 266 del catolicismo, deberá mirar al pasado y también a un futuro en el que tendrá que afrontar otros retos de similar calado. Si se analiza lo tratado por los cardenales en las congregaciones generales previas a la cita que arranca hoy, tendrá que ser un Santo Padre capaz de reformar la curia romana, organizar los dicasterios (ministerios) del Vaticano, impulsar el diálogo con el Islam, dirimir el papel de la mujer en la Iglesia y dictar la postura oficial ante disyuntivas como la bioética.
Cónclave breve
Según ha explicado días atrás el jefe de prensa del Vaticano, Federico Lombardi, se prevé un cónclave corto. Se debe a que la Iglesia no puede presentarse ante el mundo dividida y enfrentada durante un complejo y discutido proceso de selección del nuevo Papa. Por ello no se espera que la reunión bajo llave en la Capilla Sixtina de los 115 cardenales pueda alargarse más allá de las dos o tres jornadas.
Pese a la celeridad que se le quiere dar al proceso, no se espera que en la tarde de este martes, tras la primera y única votación cardenalicia del día, aparezca la fumata blanca que indique al mundo y a los centenares de miles de feligreses que se reúnen en la plaza de San Pedro la llegada del próximo enviado de Dios en la tierra.
La elección de Ratzinger como Papa solo duró dos jornadas. Resultó elegido el 19 de abril de 2005. Tras aquel cónclave se convirtió en el sucesor de Juan Pablo II, con el que ha marcado distancias considerables. Tras el pontificado del alemán, un hombre sumamente instruido, pero escaso de carisma, se ha constatado que poco o nada ha tenido que ver su jefatura vaticana con la del polaco, mucho más cercano al pueblo -y también querido- que el hoy pontífice emérito.
De los últimos nueve papas, hasta en dos ocasiones se necesitaron cinco jornadas para conocer su nombre. Una fue en 1903, durante la elección de Pío X, y otra en 1932, en la de Pío XI. También es recordado el cónclave celebrado en 1958, que requirió de cuatro jornadas y de 14 votaciones para proclamar Papa a Juan XXIII. La entronización de Ratzinger necesitó de dos días y cuatro rondas de postulación de los cardenales.
El nuevo Santo Padre deberá recibir el apoyo por mayoría cualificada de dos tercios del cuerpo cardenalicio. Necesitará, como mínimo, 77 de los 115 votos emitidos para ser elegido, uno por cada cardenal. De los presentes en el cónclave que comienza hoy, 61 purpurados proceden de Europa, 23 del continente americano, 11 de África, nueve de Asia y uno de Oceanía.
La Constitución vaticana marca, en su artículo 74, que en caso de que no haya mayoría durante las tres primeras jornadas y tras dos votaciones diarias, se realizará un día de pausa para la reflexión y la oración. Tras este, habrá otros tres días con siete votaciones cada uno.
Reforma tranquila
El gesto de renuncia de Benedicto XVI supone un mensaje claro a los curiales. Fue todo un gesto de humildad y, a la vez, una demostración de incapacidad de llevar con solvencia las riendas de una Iglesia repleta de “lobos” y “cuervos” amenazantes.
Con este mar fondo, la mayoría de cardenales que hablan ante los medios abogan por emprender una reforma “tranquila” de la Iglesia, que desde hace años sufre el azote de la secularización de la sociedad. La curia romana observa con pesar cómo la indiferencia religiosa gana adeptos en los países occidentales. Esta circunstancia conlleva una continua pérdida de influencia social, que durante siglos ha sido la auténtica base de su poder.
La trascendencia de este cónclave está fuera de toda duda. De la elección del nuevo Papa, la Iglesia busca salir reforzada y con un guía que sepa conducirla hacia la estabilidad que siempre ha buscado.