Tegucigalpa, Honduras.- La Embajada de Estados Unidos en Honduras informó sobre el fallecimiento de Cresencio Arcos, quien se desempeñó como embajador de esa nación en Tegucigalpa entre 1990 y 1993.
A través de un comunicado difundido en sus redes sociales, la misión diplomática expresó su gratitud por el servicio de Arcos y su compromiso con el fortalecimiento de las relaciones entre ambos países.
“Recordamos con gratitud su servicio y su compromiso con el fortalecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Honduras. Funcionarios y personal de esta misión diplomática expresan sus más sentidas condolencias a su familia y seres queridos. Descanse en paz”, escribió la embajada en su cuenta oficial de X.
El deceso de Arcos marca el cierre de una etapa significativa en la historia de la diplomacia estadounidense en Centroamérica.
Su legado va más allá del protocolo diplomático, fue una figura activa, crítica, cercana y profundamente comprometida con el destino democrático de Honduras.
Entre la Guerra Fría y la transición democrática
Cresencio S. Arcos Jr. fue nombrado embajador de EE UU en Honduras el 29 de enero de 1990, bajo la administración del presidente George Bush (padre).
Su nombramiento fue parte de un cambio estratégico en la política exterior estadounidense en la región, con el fin de consolidar las democracias emergentes tras años de dictaduras militares e influencia geopolítica marcada por la Guerra Fría.
Arcos presentó sus credenciales diplomáticas en un momento de transición para Honduras, que comenzaba a definir sus estructuras democráticas tras el retorno al orden constitucional en 1982.
Durante su gestión, trabajó con dos presidentes hondureños, José Azcona del Hoyo (1986-1990) en sus últimos meses de gobierno, y Rafael Leonardo Callejas durante el período 1990-1994.
Su tiempo en Honduras coincidió con una de las épocas políticas más delicadas del país, marcada por la influencia militar estadounidense, la presencia de la Contra nicaragüense en suelo hondureño, los vestigios del conflicto en El Salvador y la vigilancia estadounidense a los procesos democráticos en Centroamérica.
Arcos jugó un papel activo como interlocutor entre ambos países, promoviendo una agenda de transparencia, derechos humanos y fortalecimiento institucional.
Fue recordado como una figura que no rehuyó la crítica, incluso hacia el sistema judicial hondureño. Una frase atribuida a él quedó grabada en la memoria colectiva del país: "En Honduras, la justicia es una serpiente que sólo muerde a los descalzos".
La frase se cobró connatación a inicios de los años 90, en medio de denuncias graves de impunidad y represión militar, y en particular, tras el crimen que marcó a toda una generación: el asesinato Riccy Mabel Martínez Sevilla.
Originaria de La Ceiba, Riccy Mabel era estudiante de segundo año en la Escuela Normal Pedro Nufio, en Tegucigalpa.
Aún no cumplía 18 años cuando cayó en manos de uniformados mientras protestaba por la liberación de su novio, Rubén Hurtado Padilla. Ocurrió la tarde del sábado 13 de julio de 1991, frente al Batallón de Comunicaciones de Las Tapias.
En ese lugar fue drogada, violada de forma colectiva y posteriormente asesinada. Su cuerpo apareció en el cauce de la quebrada El Sapo, en la salida de Tegucigalpa hacia Olancho.
Los militares señalados en el crimen se acogieron al llamado “espíritu de cuerpo”, protegiéndose mutuamente, y utilizaron todos los mecanismos posibles para desviar la atención pública.
Su afirmación sobre la justicia en Honduras se convirtió en una denuncia lapidaria desde la diplomacia, y en un símbolo de la desigualdad ante la ley.
Tras dejar su puesto como embajador el 19 de noviembre de 1993, Arcos no se desvinculó de Honduras. De acuerdo con testimonios, mantuvo una relación estrecha con el país, e incluso se mencionó que adquirió propiedades en regiones en la zona norte del país, lo que lo hacía regresar frecuentemente.
Además de su paso por Honduras, Arcos tuvo una carrera destacada en el servicio exterior. Fue director de diplomacia pública en la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, y posteriormente, Secretario Adjunto de Seguridad Nacional en el Departamento de Seguridad Interna durante el gobierno de George W. Bush.
Su trabajo se centró en temas migratorios, relaciones interamericanas y lucha contra el terrorismo.
Un hispano que abrió caminos
Nacido en Estados Unidos, de ascendencia latina, Arcos también fue reconocido como uno de los diplomáticos hispanos más influyentes en Washington.
Su carrera lo posicionó como un referente dentro del cuerpo diplomático para nuevas generaciones de latinos que buscaban incorporarse al servicio exterior de los Estados Unidos.
Su enfoque humano y crítico, así como su interés en comprender las realidades locales, lo convirtieron en un personaje singular en la diplomacia estadounidense en la región.
A diferencia de otros embajadores, Arcos se integró al país que le tocó representar, dejó frases que aún se recuerdan, y aportó a una relación bilateral más cercana.
Durante los años noventa, Honduras aún cargaba con la problemática del pasado militarizado, las secuelas económicas del conflicto regional y las estructuras frágiles de la naciente democracia.
Arcos fue testigo, y en parte artífice, de la consolidación de nuevos espacios políticos, sociales y de cooperación internacional.
Su legado trasciende las cifras o los documentos oficiales. Para muchos hondureños, Cresencio S. Arcos Jr. fue el embajador que se atrevió a decir lo que pocos decían desde su posición.
Su fallecimiento representa la pérdida de una figura que entendió y respetó a Honduras desde la diplomacia, pero también desde la cercanía humana.