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Regina Aguilar y el casto enfado del edil sampedrano

Finalmente, el sabio fue descuartizado por designio municipal. Con este macabro acto, comenzó así la larga y escalofriante historia de escenas de cuerpos desmembrados que se repiten a diario en nuestras ciudades

FOTOGALERÍA
04.05.2018

Tegucigalpa, Honduras
El arte ha tenido siempre enemigos.

En el pasado, la religión fue la más decidida a liquidarlo estableciendo censuras severísimas y levantando hogueras para quemar a aquellos que desafiaban la moral y la ortodoxia.

La hipócrita sociedad burguesa decimonónica mantuvo viva aquella siniestra tradición. Manet fue perseguido por su “Desayuno en la hierba”, una obra que escandalizó al mundo académico.

La pasión censora se extendió a lo largo del siglo XX con el establecimiento de los sistemas totalitarios. Nuestro siglo tampoco ha sido inmune a la furia iconoclasta: ahora mismo los salafistas derriban los monumentos sufíes por considerarlos heréticos.

Estos y otros ejemplos de iconoclastia me hacen evocar ahora mismo aquel monolito de Valle esculpido por la artista Regina Aguilar y que fuera demolido por el alcalde sampedrano Luis García Bustamante.

Antes de tomar la “sabia” decisión de demoler el monumento, el alcalde exigió que se le pusiera pantalón a Valle. Foto: Daniela Lozano.

Antes de tomar la “sabia” decisión de demoler el monumento, el alcalde exigió que se le pusiera pantalón a Valle. Foto: Daniela Lozano.



Un relato con mimbres puritanos
Transcurría el año 1994 cuando García Bustamante mandó a demoler la escultura de José Cecilio del Valle.

El monumento había sido un encargo que, al término de su gestión municipal, “Tito” Guillén había realizado a la artista Aguilar. El mismo fue develado en la Plaza Valle, a un costado del Estadio Francisco Morazán, en el marco de la Feria Juniana.

Como casi todos los monolitos que conocemos del sabio, el conjunto escultórico lo representaba de pie, pero con algunas diferencias que escandalizaron al edil: en las tres piezas Valle lucía desnudo, exhibiendo sus atributos físicos.

Encabritado como un potro que ve una víbora en el camino, García Bustamante puso el grito al cielo ante una interpretación tan profana de la iconografía del prócer y no desmayó en su empeño de borrarla del imaginario público.

El monumento de la discordia alborotó al país entero, animó las charlas monótonas de los ciudadanos y suscitó un agrio y pintoresco debate en los medios impresos.

Rodolfo Pastor Fasquelle salió en defensa de la obra asegurando que la polémica sobre la desnudez de Valle es un problema fundamental de ignorancia.

En cambio, el poeta Roberto Sosa, declarado entonces “hijo pródigo” por la municipalidad sampedrana, aseguró que “a Valle hay que saber tocarlo”, olvidando decir que quien esta vez tocó a Valle ha sido Regina Aguilar, una de las artistas de mayor relieve en el ámbito nacional.

La historia, con estos mimbres tan puritanos, corroboró que Honduras seguía siendo una república bananera en perfecto estado de conservación y que la ignorancia no es solo una tragedia nacional, sino un instrumento político utilizado por milicias de odio.

El error de esta infortunada cruzada por la defensa de la moral pública radica en creer que un monumento, por el hecho de serlo, debe poseer una lógica superior y responder a un propósito unitario. Porque en la poética de los artistas contemporáneos esto no siempre es así.

De aquel monumento de Aguilar valoramos algo más que la fina delicadeza que tuvo al modelar la bolsa escrotal de Valle: reivindicamos sobre todo su interés por romper con la tradición de la escultura conmemorativa y el gusto oficial.

La artista Regina Aguilar.

La artista Regina Aguilar.



Regina Aguilar, enemiga del gusto oficial
Hasta ahora no hubo un escultor en Honduras que se haya reído tan libremente, como Regina Aguilar, del gusto oficial y de las ridiculeces de nuestro patriotismo mezquino y milagrero.

El monumento “Triada escultórica y un sabio” es una obra paradigmática en el arte contemporáneo hondureño cuyo mayor acierto fue rivalizar contra la tradición de la escultura conmemorativa, aquella que nació ligada a los esfuerzos infructuosos de las élites locales por cimentar los pilares del Estado-nación a fines del siglo XIX.

De esta tradición, Aguilar tan solo conservó el oficio artesanal de transformación del bronce en todas sus percepciones, que conlleva un trabajo en cadena que va desde la fundición, soldadura, pulido, mecanizado y patinado. La obra fue esculpida en el pueblo de San Juancito, búnker de la artista, y con el apoyo de humildes exmineros de la zona.

Para la elaboración del monumento requirió de seis mil libras de balas de alta resistencia mecánica, por lo que fue necesario someterlas a una temperatura mayor de 1,200 grados centígrados para su fundición.

Valle fue hecho de proyectiles de guerra, la misma materia prima en que está hecha nuestra trágica historia: de montoneras, asonadas, cuartelazos y golpes de Estado.

Aguilar trajo a tierra a uno de nuestros héroes, lo humanizó, de ahí que lo exhiba desnudo, cuando todos creíamos que Valle era un ser intocable, etéreo e incorpóreo, como los santos que habitan en el cielo.

Lo bajó del habitual pedestal, propuso la horizontalidad del monumento y creó un tipo de escultura próxima a la gente y no distante como ocurre, por ejemplo, con la estatua ecuestre de Francisco Morazán ubicada en la Plaza Central de Tegucigalpa.

El conjunto escultórico representaba al autor de “Soñaba el abad de San Pedro” en tres momentos. En una sostenía la cabeza con sus manos, en la otra un globo terráqueo y en la última una mazorca de maíz.

La artista otorgó un sentido distinto a cada una de ellas. En la primera registra al Valle pensador, de ahí que sostenga su cabeza, el lugar del pensamiento y la luz que lo guió durante toda su vida. En la segunda retrata al humanista y unionista. En la tercera, al amigo de la tierra, de los campesinos y del trabajo.

El mayor crimen de “Triada escultórica y un sabio” fue oponerse a las convenciones estéticas reinantes, lo que desencadenó el odio del alcalde que, al verla, evocó en ella sus enfermizas obsesiones. Finalmente, el sabio fue descuartizado por designio municipal.

Con este acto bochornoso, comenzó así la larga y escalofriante historia de escenas de cuerpos desmembrados que se repiten a diario en nuestras ciudades. Un patético ejemplo de lo que puede sucederle a una obra de arte cuando ella es encarada a través de lecturas cerriles, incapaces de discriminar el tiempo, el sentido, la calidad y el legado.

Colofón
Lo ocurrido con la escultura de Valle debe servirnos como una medida de alerta para no dejarnos fagocitar por aquellos personajes que en nombre de la moral deciden pisotear el arte.

No podemos exigirles a los artistas que pinten un mundo edulcorado, políticamente correcto, con personajes positivos y acciones morales irreprochables.

Se equivocan quienes creen que el arte puede adecentarse, sometiéndolo a unos cánones que lo vuelvan respetuoso de los códigos tradicionales.

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