Los Ángeles, Estados Unidos.- Durante años, Britney Spears lo tuvo todo: fama, fortuna, cifras de éxito inigualables y la familia —incluido el matrimonio— que tanto anhelaba. Pero hace poco más de una década se enfrentó a la realidad con crudeza.
Como “Princesa del pop”, un título que lleva desde los 90, su trayectoria ejemplifica cómo la presión mediática y, en ocasiones, la propia familia puede convertir a una artista en un “producto fallido” de la industria.
A partir de ahí no le han faltado comportamientos excéntricos y delirantes, adicción a las drogas, tratamientos de desintoxicación y terapias, peleas en público con sus parejas, mala relación con su madre y hermana o haber tenido que estar trece años —hasta ganar una batalla legal en 2021— bajo la custodia de su padre, que controlaba sus finanzas y su vida personal.
Incluso esta última situación hizo surgir el movimiento Free Britney, que pedía que pudiera llevar una vida en libertad. “Ni siquiera sé qué hice realmente, pero no me dejaban ver a nadie... Tenía que hacer todo lo que me decían... estaba de acuerdo porque tenía miedo”, confesó en ese entonces.
Ahora, cuatro años después, afirma haber sufrido “daño cerebral”. Spears publicó en Instagram una foto a caballo junto a un mensaje en el que comparaba su tutela con Maleficent (2014), señalando que “no podía usar mis pies ni moverme” y que aquello “destruyó” su cuerpo y capacidad de bailar.
Muchos de estos episodios no los incluyó en The Woman in Me (2023) por ser “increíblemente dolorosos”, pero asegura sentirse afortunada de haber sobrevivido. El post coincide con You Thought You Knew (“Creíste saberlo”), las memorias de su exesposo Kevin Federline, en las que la acusa de supuestas agresiones a sus hijos; Spears niega estas afirmaciones, calificándolas de “mentiras piadosas” y reafirma que su prioridad son ellos.