La inmovilidad de sus piernas hace más largo y complicado su día, sin embargo, esto no altera sus enormes ganas de ser un hombre productivo.
La faena de don Eulogio Laínez, de 52 años, un humilde campesino que llegó de tierra adentro a la capital, comienza muy temprano con un hecho triste e inhumano.
Todos los días, su primera misión es reparar con pedazos de hule, cordones de zapatos y cuerdas viejas la silla de rueda que le permite movilizarse y ganarse el sustento.
Esa silla que por más de 15 años ha sido su fiel compañera, desde que sufrió una lesión en su cadera, apenas aguanta con su peso. Su vida útil ya hace años caducó.
En su zona de residencia, en la colonia Villa Franca, se dedica a hacer mandados, pero su deseo además de tener una chiclera propia, es poder cambiar su silla de ruedas.
Sintonizando su emisora favorita en su inseparable radio que cuelga de su cuello, don Eulogio, pidió la ayuda de los capitalinos solidarios.
“Nunca pensé que a mi edad dependería de las demás personas. Solo pido una silla de ruedas para movilizarme con mayor facilidad”, dijo.
Recordó que siempre fue un hombre activo y que tiene una familia por quien luchar.