El magnánimo milagro del Nacimiento del Niño Jesús, hace más de 2,000 años en el retirado Belén, de Judea, también sucede año con año bajo la calidez de los hogares de la capital de Honduras.
Pese a que el tiempo y el espacio les impiden presenciar en carne y hueso la natividad del Ungido, los capitalinos no desean quedarse al margen de este acontecimiento.
Es así que las familias de Tegucigalpa y Comayagüela apartaron sus muebles, sacaron sus mejores adornos y limpiaron sus salas para construirle al Divino Niño un pesebre en sus viviendas.
A las 12:00 de la noche del lunes anterior, miles de familias colocaron la imagen del Hijo de Dios en sus nacimientos y dieron paso para que naciera en la capital.
El pesebre de Jesús
Y como el ingenio es característico de los capitalinos, los artífices de los nacimientos tropicalizan el misterio y le agregan retazos del costumbrismo hondureño.
La afirmación de que Jesús nace en las quebradas montañas de Honduras, lejos de ser una incoherencia bíblica, es un sentimiento de las personas que, gozosas, desean poseer un recuerdo del trascendental evento.
Y entre la gama de nacimientos que se arman en los barrios y colonias de la metrópolis, hay uno que sobresale por sus figuras, detalles, dedicación y creatividad.
Se trata de la impresionante obra de la familia Rodríguez Mancuso, en la residencial Las Hadas, donde el garaje sirve como cubierta de una auténtica representación a escala del nacimiento del Rey de Reyes, en medio de la vida urbana y rural de Honduras.
Lina Mancuso, madre y forjadora del pequeño Belén de la capital, explicó que sobre la detallada obra pesan 90 años de tradición, pues es una práctica inculcada por su abuela, Clara Quintanilla.
Pronto, esa pasión desbordó, al grado que Mancuso empezó a imprimirle un aire realista al pasaje bíblico, sin olvidar su inclinación por las escenas autóctonas del país.
De esa forma, cual si fuera una arquitecta profesional, ella, junto a su familia, diseña las figuras proporcionándoles una coherencia en el tamaño.
Bajo esa línea es que ha conseguido representar la imagen de un pueblo a escala.
Y lejos de exagerar, la cantidad de detalles y rasgos que poseen los personajes en miniatura, así como las casas, los establecimientos y accesorios, hacen que la afirmación se quede corta.
El pueblo
El nacimiento, que siempre tiene el misterio de José y María cuidando a Jesús en el pesebre como eje principal, posee unos veinte escenarios que ejemplifican el lado rural y urbano de Honduras.
Empieza por la topografía quebrada e irregular del territorio catracho, saturado de pastizales y tierra fértil, donde los obreros han logrado desarrollar el sector agrícola, como la agricultura, ganadería, porcicultura y apicultura -todos fielmente representados en el diseño-.
Qué decir del frescor que impregna la corriente del río y las lagunas.
El vivero, la panadería, la pastelería, la zapatería, la ferretería, las pulperías, entre otros establecimientos, nos recuerdan el lado comercial que cada pueblito posee, siendo un referente de los oficios típicos de los ciudadanos.
Pero el espacio no se queda petrificado, existen varias figuras en movimiento que dinamizan la cotidianidad.
Además, la región posee una sistema de alumbrado público y resalta el atraso sanitario con unas cuantas letrinas.
Los ritos religiosos y las costumbres hondureñas no se quedan atrás: La procesión de la Virgen de Suyapa, las ferias patronales, las bodas, los cumpleaños y las celebraciones ocupan un espacio singular.
Y como la escuela, el centro de salud, el mercado municipal, la iglesia y el parque no pueden faltar en cualquier poblado con tradición colonial, tampoco pasaría en la creación de los Rodríguez Mancuso.
Otras curiosidades, como las “potras”, las ventas ambulantes, las champas de comida, los fogones encendidos y las ollas con agua hirviendo, agregan un toque innegable de realismo.
Lo más importante, asegura Mancuso, es representar el mensaje de paz y amor del Señor, haciéndolo nacer en territorio hondureño y el corazón de las humildes personas.