Sus pies descalzos, acostumbrados al ardiente suelo, levantaban pequeñas nubes de polvo al correr por el árido camino en dirección a su escuela.
A sus cinco años, y aunque fue imposible hacer que en su rostro tostado por los rayos del sol se dibujara una sonrisa, sus ojos no se apartaban de la caja de cartón donde venían varios pares de zapatos. “Aquí vienen los míos”, pensó.
Y es que Santos Ángeles Brisuela vivió uno de los días más felices de su infancia que jamás olvidará.
Sus pies curtidos por el polvo y llagados por la infinidad de tropezones “se parecen a los de un molendero” -como popularmente se escucha decir en sectores de tierra adentro-.
Esos pies, donde las espinas y minúsculas piedras encontraban alojamiento, nunca más volverán a andar descalzos.
Nos movió su extrema pobreza. EL HERALDO tocó muchas puertas para, además de equiparlos con útiles escolares, cubrir sus pies desnudos.
La fundación Buckner Honduras nos acompañó en este sueño y les llevamos zapatos.
A cambiar sandalias
La aventura para el pequeño Santos Ángel, matriculado en el nivel de preescolar en el centro educativo Esfuerzo por la Paz, comenzó desde que vio llegar en una mañana soleada y calurosa un carro, doble cabina, color blanco a la alejada comunidad de Flor del Campo.
Era la caravana de la campaña Soli-Diario, La Maratón del Saber de EL HERALDO que llegaba a la remota aldea, también abatida por la pobreza.
La presencia de Soli-Diario en la comunidad tenía como propósito calzar a decenas de escolares, y esta misión se realizó a través de la alianza con la fundación Burckner.
Una vez que el personal de EL HERALDO llegó a la casa construida de adobes, que funciona como escuela, los escolares también asistieron y se sentaron en los pupitres improvisados.
Entre ellos comentaban en voz baja: “Bichos nos vienen a dejar los zapatos, aquellos que nos dijeron que nos tomáramos las medida de los pies”.
Los pequeños no se equivocaron. Dentro de las cajas que se bajaron del vehículo y fueron colocadas en el suelo de tierra venía el calzado nuevo que se les había prometido.
Luego de explicar el motivo por el que recorrimos más de 200 kilómetros para llegar a su caserío, procedimos con la labor de calzar a los menores. Uno a uno los niños fueron llamados para entregarles los zapatos conforme a la numeración respectiva.
Así comenzó la fiesta para 50 niños, donde los zapatos nuevos sustituyeron, en unos, las viejas y gastadas sandalias de hule, las que ya habían dejado marcas en los pies de los niños; y otros, que llevaban varios meses de no saber lo que es tener sus pies cubiertos, no solo se llenaron de emoción, sino de asombro, no lo podían creer.
“Aquí desde que se les avisó que recibirían zapatos se alegraron mucho, desde que se les mandó a tomar la medida estaban contentos”, declaró Aquileo Rodríguez, director del centro educativo.
El primero en ponerse el par de zapatos fue Santos Ángel, a quien también se le colocó un par de calcetines blancos, cuya nitidez hacía contraste con sus pies sucios.
Otro momento emocionante fue cuando Ramón Valentín Martínez, de quinto grado, hizo a un lado las botas de hule que le sirven para asistir a la escuela o realizar las labores en el campo, para calzar su par de zapatillas. Jaritza Gabriela Aguilar, alumna de primer grado, no quería calzarse por temor a ensuciar sus zapatos, que ahora gracias a ellos andará protegidos sus pies.
El cambio fue sorprendente, en memos de una hora se hizo realidad el sueño de muchos niños de tener un par de zapatos.
De ahora en adelante andar con los pies descalzos expuestos al árido suelo, al calor o al frío pasó a la historia. ¡Descalzos, nunca más!.