Tegucigalpa

Creación de negocios decreció un 24 por ciento

<p>La violencia y la extorsión son, para el 40 por ciento de los microempresarios, las principales razones para no invertir en Honduras.</p>
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26.04.2013

Serie 2/2

Ante el creciente desempleo en la capital de Honduras, muchos de sus habitantes deciden invertir en la instalación de sus propios negocios para sortear los gastos del hogar.

Una pulpería, zapatería, taller, tortillería, chiclera, miniferretería o mercadito son la sombrilla que ampara la economía de decenas de familias. Empero, los tentáculos de los extorsionadores han minado los sueños de superación de cientos de familias.

Este delito que empezó a dar señales de su peligro en 2006 se ha convertido en un muro que impide la generación de empleo y el crecimiento de la pequeña y mediana empresa.

De acuerdo a la Cámara de Comercio e Industrias de Tegucigalpa (CCIT) durante la administración del presidente Porfirio Lobo Sosa, las inscripción de nuevos negocios en esta institución ha decrecido en un 24 por ciento.

Solo el año pasado la generación de emprendimientos bajó un 79 por ciento en comparación a 2011, cuando se inscribieron 1,948 nuevos negocios contra los apenas 1,552 que nacieron en 2012.

Esa tendencia se mantiene este año, pues cada mes nacen menos emprendimientos: en enero se constituyeron 130 comercios, en febrero 144 y en marzo solo 103.

De acuerdo con los estudios que realiza la CCIT el 40 por ciento de los microempresarios consideran que la violencia es el principal problema que afecta al momento de decidir invertir en Honduras. De ese porcentaje, el 22 por ciento atribuye a este flagelo ese decrecimiento empresarial. El restante 18 por ciento responsabiliza al crimen organizado.

Impotencia

Estas cifras son aún más escalofriantes para quienes han vivido en carne propia la angustia, impotencia y desesperación que causan perder el fruto del esfuerzo de toda una vida por la extorsión.

Y es que en los barrios y colonias de la ciudad el éxito de un negocio ya no depende de la rentabilidad del mismo, sino de la cuota que debe pagar el propietario a los delincuentes para poder mantenerlo a flote.

Según los pequeños inversores de la capital, un negocio por pequeño que sea paga entre 1,000 a 50,000 lempiras mensuales a los delincuentes.

“Marcela”, una vendedora de golosinas de la colonia Las Brisas, asegura que ha tenido que subirle un lempira a cada porción de comida para poder pagar la cuota que le han impuesto los mareros de 1,000 lempiras semanales.

“Aquí en la calle uno vende poco, hay días buenos y malos, pero ahora todos son peores porque tengo que apartar a diario casi 150 lempiras para poder pagar”, afirma.

Solo el año pasado en la capital 1,600 empresas cerraron operaciones a causa del pago del mal llamado “impuesto de guerra”, lo que dejó sin empleo a unos 20 mil ciudadanos de forma directa e indirecta.

Como ella, decenas de emprendedores capitalinos viven atados a las redes de esta industria del terror que ha convertido los cordones comerciales de colonias como la Villa Cristina y San Francisco en áreas despobladas, pues los propietarios de una decena de negocios abandonaron sus casas para preservar su vida y recuperar su paz.

Muchos de ellos incluso han traspasado sus bienes a los mareros para que los dejen abandonar sus viviendas.

Según los representantes de los microempresarios capitalinos, con la creación de la Fuerza Nacional Antiextorsión (FNA) se ha logrado un leve descenso de los casos, sin embargo, para muchos el remedio llegó demasiado tarde, pues los daños para las empresas en quiebra son irreparables.

Ahora los empresarios han creado su propio escudo para no caer presas de este delito y hasta difunden entre los más de 3,000 afiliados de la CCIT un manual antiextorsión.

“Me cobran por diversión”

Don “Víctor” es un anciano de 65 años, jubilado, que para sobrevivir instaló junto a su esposa un molino en una colonia del nororiente de la capital.

La demanda de tortillas y la venta de pinol que tienen algunos vecinos en el barrio marginal le ayudan a tener un ingreso de 150 lempiras diarios.

Cualquiera podría decir que por su avanzada edad y sus bajos ingresos los extorsionadores tendrían piedad de él. Pero no es así, como miles de capitalinos está condenado a pagar el “impuesto de guerra”.

Con lágrimas en los ojos relata: “Yo apenas les doy 50 lempiras al día, creo que me cobran por diversión, qué son 50 pesos, nada, nada, pero ellos parecen disfrutar de verme temblar por mi artritis, cada que llegan a cobrar”.

Entre sollozos “el abuelito”, como lo llaman algunos vecinos, asegura que hasta ha pensado en internarse en un asilo junto a su amada para acariciar un poco de paz.

“Nos tienen casi en la calle”

Cansada de ver a sus hijos por horas “Aracely” le propuso a su esposo que con el dinero de sus prestaciones instalaran una pulpería. “Mirá, pasaré en la casa con los niños todo el día y a la vez te voy a ayudar con los gastos”, dijo a su esposo.

Su don de gente y la diversidad de productos que distribuía, desde carnes hasta lácteos, llevaron al negocio a ser el predilecto de los vecinos.

Durante un año “Aracely” cumplió sus sueños de mejorar la fachada de su casa y tener su negocio. Pero una tarde un hombre extraño llegó justo cuando estaba sola en la pulpería.

“Doña, vengo a cobrarle la renta...”. con desconcierto ella le dijo al hombre que estaba en casa propia. Pero el muchacho sacó de su bolsillo fotos de sus hijos entrando a la escuela y le dijo que si no pagaba 5,000 lempiras mensuales los matarían.

Ante el peligro y las constantes amenazas la familia huyó de su hogar, ahora alquilan un apartamento fuera de la ciudad y están empezando de cero.

“Dejamos botado nuestro patrimonio”

Desde hace dos meses no se logra conseguir clavos, pegamento de PVC, cemento o varillas de emergencia en la colonia Alemania.

Y es que el negocio al que acudían los vecinos para comprar algún material que les hiciera falta para reparar daños menores en sus hogares cerró de manera inesperada.

La constante extorsión acabó con el patromonio de la familia propietaria, al grado de dejarlo botado todo. Los vecinos no tocan el tema y cuando lo hacen es en un susurro y bajo la condición de no revelar su identidad.

Un vecino muy cercano a esta familia contó que al dueño del negocio le exigían 100 mil lempiras, pagadero en menos de una semana, caso contrario, su hijo pagaría las consecuencias.

Atemorizada, esta familia prefirió clausurar la actividad comercial al detalle que tenían e irse a vivir a su pueblo de origen. Rara vez, don “Carlos” visita la propiedad abandonada, donde según sus vecinos vivió por más de 20 años.


“Me separé de mis dos amores”

La incontrolable extorsión ha obligado a muchos capitalinos a tomar medias extremas e incluso de sacrificio.

“Mario” tuvo que anteponer la seguridad de su hija y la de su esposa a la unida familia que siempre fueron.

Al ser víctima de los extorsionadores por tener una pulpería que en pocos años había alcanzado la categoría de minimercadito -por lo surtido de productos-, se vio en la necesidad de sacar a sus dos amores del país y enviarlas a vivir a Estados Unidos.

Según contó un amigo personal de la familia, de un día para otro les pedían 35 mil lempiras o si no lo amenazaron con asesinarlos. La pulpería continúa operando no con la misma pujanza de antes, pero a cambio debe cumplir con la cuota.

La familia vive con el alma en un hilo, pues en reiteradas ocasiones son víctimas de amenazas por parte de sus verdugos.

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