Tegucigalpa, Honduras.- Los archivos de los cementerios municipales del Distrito Central son una bitácora silenciosa de la muerte. Desde 1907 hasta la fecha, los libros de defunción preservan la memoria de decenas de generaciones capitalinas.
Según datos del Departamento de Cementerios de la Gerencia de Orden Público, el Cementerio General ha registrado 126,881 entierros desde inicios del siglo XX hasta 2023.
Sin embargo, esta cifra representa solo una fracción del total real de sepulturas en ese camposanto. El cementerio comenzó a operar en 1877, cuando aún no existían registros formales.
“Alrededor de un millón de personas están sepultadas en este cementerio, aunque no hay registros históricos desde su funcionamiento”, indicó Esdras Izaguirre, administrador del camposanto.
La ausencia documental durante más de un siglo se atribuye, en parte, a la precariedad de los sistemas de archivo en los primeros años y, posteriormente, a la desidia de administraciones anteriores.
“Algunos libros fueron quemados cuando maras y pandillas incendiaron la posta policial que estaba junto a la oficina del Cementerio General”, explicó Erlinda Guillén, jefa del Departamento de Cementerios.
Este hecho destruyó una parte valiosa del archivo de defunciones, el cual contenía datos centenarios. Como resultado, la historia de muchos entierros solo puede estimarse.
Aun así, los números existentes permiten dimensionar la magnitud del camposanto. Diversas administraciones estiman que el Cementerio General ha albergado más de 980,000 entierros a lo largo de su existencia.
A esa cifra deben sumarse los registros históricos de otros cementerios municipales como San Juan El Durazno, Divino Paraíso, Jardín Los Ángeles y Sipile, cuyas administraciones también han llevado control de sepulturas.
En el Cementerio San Juan El Durazno, fundado en 1978, los registros indican que aproximadamente 6,000 personas han sido sepultadas desde su apertura. Desde el año 2002, estos libros pasaron a ser administrados por la Alcaldía del Distrito Central.
El Cementerio Divino Paraíso, que también comenzó en 1978, cuenta con 6,320 personas enterradas, según los datos administrativos actualizados hasta el año 2025.
Este cementerio ha tenido un control continuo de entierros tanto de adultos como de niños, y es uno de los que ha mantenido una línea constante de documentación interna desde su fundación.
Por su parte, el Cementerio Jardín Los Ángeles fue inaugurado en 2018 con una capacidad inicial de 10,000 lotes, y comenzó a utilizarse activamente durante la pandemia de Covid-19.
Desde entonces, se han registrado 3,100 entierros, una cifra significativa considerando que solo lleva siete años en operación. Estos libros incluyen registros del Ministerio Público y de sepulturas humanitarias.
Entre los años 2019 y mayo de 2025, la administración de Jardín Los Ángeles ha documentado la donación de 1,035 lotes a personas de escasos recursos, lo cual también queda consignado en sus archivos.
El Cementerio Sipile, creado en 1985, fue establecido con 10,000 lotes y mantiene registros desde su fundación. Aunque no se detalló la cifra actual de enterramientos, forma parte del circuito de cementerios con documentación oficial.
En total, los datos del Departamento de Cementerios reflejan que solo entre el año 2024 y enero de 2025 se registraron 699 entierros en todos los camposantos municipales.
Esa cifra se distribuye así: Jardín Los Ángeles con 416 entierros, Divino Paraíso con 183, San Juan El Durazno con 48, y Cementerio General y Sipile con 52.
Estos registros forman de archivos donde se registran detalladamente cada persona enterrada en estos cementerios donde se guarda la memoria colectiva de la ciudad a lo largo de los siglos.
“En cada libro hay nombres, fechas, historias de vida que terminaron aquí. Cada número representa a una persona y a una familia”, reflexionó Erlinda Guillén.
Aunque muchos de esos nombres no figuran ya en lápidas visibles o nichos conservados, su paso quedó sellado en los archivos que custodia la municipalidad.
A lo largo de más de dos siglos, los cementerios municipales han sepultado generaciones completas, y sus libros, aunque incompletos, narran una historia demográfica y cultural sin precedentes.
